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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La Barcelona canalla hace '¡fus!'

Lluís Pellicer

A la sombra de la Barcelona de diseño, la de las terrazas que exigen ir con zapatos y despachan cervezas a seis euros y cubatas a más de diez, sobrevive todavía el rostro canalla y desacomplejado de la ciudad ochentera. La noche más transgresora se encarna hoy en unos pocos locales y unas cuantas caras cuyo nombre corre de boca en boca entre los noctámbulos de la ciudad. Una de ellas se empolva y pinta al menos dos días por semana, a eso de las once, en un estrecho camerino de Átame, un pequeño local en Consell de Cent con un escenario con cortinas al fondo. No dedica demasiado a maquillarse. Prefiere tomarse un tiempo para ir a saludar a los del bar de al lado y dedicar algunos minutos a la parroquia de siempre. Porque Patrick es una de las drag queens decanas.

Los números de Patrick se recrean en los estereotipos y mitos del mundo gay

Empezó a actuar hace 20 años en Topxi, un local entonces de ambiente de la calle de València. "Pero sé que soy gay desde los dos meses, cuando mi madre me dio de mamar y me quedé anoréxica", aclara. ¿La diferencia entre entonces y ahora? "¡Que antes éramos mariconas y ahora gays!", bromea. A finales de la década de 1980 la estética también era otra. Cualquier drag joven que se precie hoy se planta en el escenario con plataformas, modelos de estrechuras casi imposibles, mucho brillante y pelucas casi fosforescentes. Pero cuando Patrick empezó se estilaba el tacón, el mantón y la peineta; lo folclórico, vaya. De ahí su look a lo Pantoja.

Cuando sale al escenario, la gente explota a apluadir. Hoy ha elegido una copla. Zancada adelante, zancada atrás, vuelta a un lado, vuelta al otro... Cuando el tono sube hasta lo imposible, hace cara de ahogarse. Y cuando termina, carraspea. El público la aplaude de nuevo. "¿Pa'qué aplaudes, si es playback? ¡Cómprate el disco!", le espeta a uno. El público enseguida va a por ella. "¡Borracha!", le grita alguien del fondo. "Yo borracha, pero lo mío se pasa mañana. Tú eres fea y eso es para toda la vida", le responde. La gente la provoca. Sin tregua. Pero ella reacciona con rapidez. En el camerino cuenta que el público de ahora no se parece ni por asomo al que la iba a ver cuando empezaba. "Antes eran sobre todo gays. Hoy vienen muchos heteros. De hecho, actúo dos días por semana en el restaurante Queen's haciendo despedidas de soltero". Varios locales especializados en cenas para despedir la soltería ofrecen siempre espectáculos de drags. Y suelen estar hasta los topes. Carla y Sergio, de 26 y 28 años, salen fascinados del Eterna, donde les han preparado su despedida. Han acudido con una treintena de amigos, vestidos con el pertinente traje que tanto hace reír a los colegas y tanta vergüenza da a los novios. Carne de cañón para las drags. "Se te pasan todos los complejos. Nos encantó el descaro que gastan", cuentan.

Los locales donde actúan, en los últimos años concentrados en el Eixample, hoy cruzan la plaza de la Universitat y vuelven a estar en el Raval, donde se mezclan el modernillo, el botellonero y el turista, guía en mano. A Patrick trabajo no le falta. Está en Metro, Dietrich, Arena y el Etc de Sabadell. Y hay más. Junto a la clásica orquesta y el cinema a la fresca rezará su nombre en los programas de varias fiestas mayores. No le asusta. "La gente no es tan carca como parece y reacciona muy bien".

A pesar de que Átame es un bar con público mayoritariamente gay, cuando está Patrick va todo el mundo. "Me gusta más actuar para los gays, porque vienen a provocarte. En cambio, a los otros tienes que ir a buscarles tú", razona. Y es que en sus espectáculos no se salva nadie. Ni ella, ni el de la primera fila, ni siquiera este periodista y la fotógrafa que lo acompaña. Tras la bienvenida, el chupito de rigor, y luego empieza el anecdotario. "¿Pues sabéis que el otro día me para un mosso y me dice: 'control de alcoholemia'? Y yo le salto: 'Qué pasa, ¿que no te lo crees'?".

Sus monólogos, sazonados con frases marca de la casa, se basan a menudo en tópicos, que dicen que suelen contener parte de verdad. "Hablo de lo que veo, y claro, luego lo magnifico". Como cuando se refiere de los que van a Salvation, donde la gente acaba con la camiseta fuera. "De tantas cremas que llevan, los vas a coger y se escapan de los brazos... Hacen ¡fus!". Ése es uno de sus latiguillos. El fus. Todo hace siempre fus. Cuando alguien se mete un lingotazo de whisky, ¡fus!, el que pasa a toda castaña por la Gran Via con el coche, también, ¡fus!, y las situaciones irreproducibles -que no tiene ningún reparo en detallar- son ya muchos ¡fus, fus! El público se vuelca y grita ¡fus! las veces que sea necesario.

Antes de irse, le siguen pidiendo chistes. Suele ser "el de la tonta" o "el de la avioneta". "Uf, es en catalán y muy largo ¡Los tenéis colgados en el youtube!", les grita. Antes de acabar, lanza un guiño a un hombre mayor que ha estado toda la noche en primera fila. Ha dado para mucho. Pero si algo tiene muy claro es que sus números no tratan de reírse de los defectos de nadie. Es más bien una burla a los estereotipos y los mitos del mundo gay, una crítica a veces inconsciente. Quizá por eso nadie nunca se ha enfadado con sus bromas. El tono ayuda. Y el ¡fus!

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Sobre la firma

Lluís Pellicer
Es jefe de sección de Nacional de EL PAÍS. Antes fue jefe de Economía, corresponsal en Bruselas y redactor en Barcelona. Ha cubierto la crisis inmobiliaria de 2008, las reuniones del BCE y las cumbres del FMI. Licenciado en Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona, ha cursado el programa de desarrollo directivo de IESE.

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