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Análisis:AGENDA GLOBAL | ECONOMÍA
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Primera crisis global: 10 años de aquello

Joaquín Estefanía

EL 3 DE JULIO DE 1997, la moneda tailandesa, el baht, se derrumbaba. Lo que inicialmente parecía una noticia local, pronto traspasaba las fronteras por su capacidad de contagio: Malaisia, Indonesia, Corea del Sur, Filipinas... seguían una ronda de devaluaciones, caídas estrepitosas de las bolsas de valores y, sobre todo, fugas masivas de capitales. El primer ministro malayo, Mahatir Mohamad, reflejaba la perplejidad por lo acontecido: "En todos estos países hemos estado trabajando durante 30 ó 40 años tratando de levantar nuestras economías, y ahora viene un tipo que dispone de miles de millones de dólares [se refería a George Soros] y en un par de semanas deshace todo nuestro trabajo".

En julio de 1997, la devaluación del baht tailandés contagió primero a los países de la región y más tarde al total del mundo. Fue la primera crisis financiera de consecuencias globales

Estos países no resistieron un sistema de cambios fijos de sus monedas, vinculadas al valor del dólar. El modelo asiático de economía, alabado en todo el mundo, cayó en escasos días y se llevó por delante la infalibilidad del sistema. Poco después de lo de Tailandia, el rublo se derrumbó en Rusia, que decidió dejar flotar su moneda hasta que perdió un 50% de su valor respecto al dólar, y suspendió el pago de su deuda externa. A continuación, el contagio se extendió a América Latina, representada por el gigante brasileño. Poco después, el movimiento telúrico hacía vibrar al resto del mundo. Michel Camdesssus, el entonces director gerente del FMI, declaró que estábamos viviendo "la primera crisis financiera global".

El balance de la crisis fue impresionante: el sureste asiático, con millones de personas arrastradas de nuevo a la espiral de la pobreza y del paro; Japón, en la peor recesión desde el final de la II Guerra Mundial; Rusia, sumida en el caos y a la búsqueda de un modelo de transición al capitalismo; América Latina, que había hecho bien los deberes impuestos por el FMI, a punto de entrar en otra década perdida; las previsiones de crecimiento de la economía mundial, drásticamente reducidas; los mercados de valores, histéricos y a la baja, etcétera.

Pero la crisis asiática se llevó por delante no sólo el bienestar de los países afectados, sino la credibilidad del FMI, que planteó las mismas recetas de siempre para salir del marasmo -más ajuste y mayor liberalización financiera-, lo que le valió la crítica generalizada de los responsables de esos países y algo más: la desavenencia explícita en el diagnóstico con la otra gran institución multilateral salida de Bretton Woods tras la II Guerra Mundial: el Banco Mundial. Este último (su economista jefe era Joseph Stiglitz) pensaba que la forma de salir de la crisis era con políticas fiscales y monetarias que mantuviesen la demanda, ampliando las medidas de protección y recapitalizando los sistemas financieros. En uno de sus informes se decía que las políticas excesivamente contractivas -refiriéndose a las recetas del FMI- conducen a más bancarrota, haciendo más difícil la reestructuración de las empresas y del sector financiero, y la recuperación de la confianza empresarial. El Banco Mundial criticó también una liberalización financiera excesivamente rápida en los países emergentes (otra de las recomendaciones hasta entonces del Fondo), como causa de la crisis. Esa desavenencia entre las dos instituciones y su creciente falta de credibilidad en el tratamiento de los problemas de los países en dificultades (por ejemplo, en la Argentina de principios de siglo) se han reproducido hasta hoy día y serán los asuntos que tendrán que manejar los nuevos dirigentes de los organismos multilaterales.

Diez años después, el sureste asiático se ha recuperado en buena parte de aquella crisis financiera. Los países que la protagonizaron han encontrado de nuevo la senda del crecimiento basado en las exportaciones, los capitales han vuelto a la región aunque no todavía con los mismos volúmenes, y los tipos de cambios son más flexibles. Hoy, el sureste asiático contempla su futuro mirando a un país como China, al que envían muchos de sus productos. Y con el rabillo del ojo observa aquella experiencia ante el terror de que se repita.

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