Segundo asalto a 'la catedral'
Nadal gana a Djokovic por abandono e intenta resarcirse de su derrota de 2006, cuando jugó "poco convencido", ante Federer
La cabeza más fuerte se enfrenta al reto más duro. Rafael Nadal, un tenista con un instinto competitivo excepcional, juega hoy (Canal + y Cuatro, 15.00) la final del torneo de Wimbledon contra Roger Federer, cuatro veces campeón en Londres. La cita reúne a dos jugadores espléndidos a la búsqueda de un momento catártico. El suizo venció ayer al francés Richard Gasquet por 7-5, 6-3 y 6-4 y luego declaró sentirse "menos dominante" que el año pasado, cuando ganó al español en la final. Nadal se plantó en el partido decisivo tras ver cómo el serbio Novak Djokovic, su rival en las semifinales, se retiraba lesionado en la espalda y con una ampolla infectada en un pie. El mallorquín no celebró la victoria. Se entrenó después del encuentro. Y vivió con gesto torcido el resto de la jornada. La cabeza más fuerte busca hoy la revancha. El año pasado sufrió en la catedral del tenis. "Me faltó un poco de convicción a la hora de ganar la final. Este año seguro que no me pasa", se conjura consigo mismo.
Nadal vive hoy su gran oportunidad de cambiar el orden establecido en su deporte. Wimbledon es el reino de Federer. En Londres, el suizo recibe un trato privilegiado. Se pasea en americana. Y sólo la atracción que ejerce sobre el público de té, vino blanco, pamela y corbata explica que un asiento VIP para la final cueste más de 6.000 euros en la reventa. Nadal, siempre rodeado por niños y mochileros con cervezas, es el héroe de la gente de a pie. Si gana a Federer, en Londres temblarán los cimientos del tenis. El reto tiene tanta altura que el año pasado le provocó vértigo. "Salimos poco convencidos de la victoria", recuerda Toni Nadal, su tío y entrenador; "espero que esta vez su mentalidad sea mejor. Tiene que ser agresivo. Técnicamente, Federer es superior".
El español era ayer un tenista a la caza de la inspiración. Enfrentado al castigo de siete días seguidos jugando por culpa de la lluvia, llega a la final disfrazado de detective. Busca al jugador afilado que fue durante gran parte del torneo. Quiere desterrar al impreciso que fue durante el primer set ante Djokovic. Se ha recetado entrenamiento, trabajo y ceguera frente a una estadística que asusta: ha jugado seis horas más que Federer en lo que va de Wimbledon.
"¡Más altos los brazos! ¡Éntrale a la bola! ¡Entra!", gritaba Toni mientras su sobrino dedicaba la tarde a dar zambombazos de esquina a esquina en el cadalso de la pista 5. "Por la mañana, cuando nos hemos entrenado, todo ha ido bastante mal", reflexionó el técnico; "estaba tenso. Era importante que se fuera con buenas sensaciones: había que sentir mejor la pelota antes de acabar el día. Ahora la ha tocado mucho mejor".
Toni tuvo palabras de optimismo. Nadal, gestos de contrariedad. "¿Qué tal todo, crack?", le preguntó un amigo tras la sesión preparatoria. La respuesta fue el silencio. Y, con él, una mueca torcida.
"Federer es el favorito", había dicho antes el manacorense; "nadie puede dudarlo". "Intentaré salir creyendo en la victoria y en mi tenis agresivo. Tiene un juego muy completo, con todos los tiros. Aquí controla muy bien la velocidad de la pelota y parece que siempre le sobrara tiempo para dar el golpe", continuó; "pero no tengo ninguna duda de que este año soy mejor tenista".
Los dos finalistas están pendientes de un retirado. De Bjorn Borg. El sueco, que nunca se prodiga por Londres, ha volado hasta Wimbledon sólo para ver en acción a dos hombres que amenazan con igualar sendos récords suyos. Si Nadal gana, será el primer tenista en imponerse en Wimbledon y Roland Garros -donde derrotó a Federer hace tres semanas- en el mismo año desde que lo hiciera Borg en 1980. Si Federer vence, igualará su récord de cinco victorias seguidas en Londres (1976-1980). Federer, sin embargo, es un hombre precavido.
El suizo llega al partido a la defensiva. Es un campeón amenazado. Un tipo que por primera vez se siente inquietado en el lugar que siempre consideró más seguro. "El año pasado jugué increíblemente bien: no perdí ni un set hasta la final pese a tener un cuadro durísimo", recordaba ayer; "salí a jugar con Nadal con una gran cantidad de confianza. Este año es similar, aunque quizás esté siendo menos dominante". ¿Por qué Nadal le da tantos problemas? "Tiene un buen servicio, una buena derecha y un buen revés, como cualquier buen jugador", espetó; "no tiene nada que ver con lo físico o lo mental. La gente se olvida de que no es suficiente correr y estar concentrado. Tienes que ser capaz de dar a la pelota y él lo hace muy bien. Podía haber perdido un par de partidos. Tuvo un par de sustos. Lo pasó mal. Pero ganó. Se merece estar en la final".
Nadal asalta hoy la catedral del tenis. El templo de Federer. Es la final soñada. Un choque entre dos tenistas de juego, personalidad y mentes poderosas. El partido que puede cambiarlo todo en el tenis del siglo XXI.
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