Un partido de psiquiatra
La lluvia suspende por séptima vez el duelo de Nadal con Soderling, que debía haberse jugado el sábado, con 4-4 en el último 'set'
Una bola persigue a Rafael Nadal desde ayer: se le marchó fuera por un pelo el lunes y le habría servido para cerrar con una victoria su maratoniano partido contra el sueco Robin Soderling, que se debió disputar el sábado, comenzó el lunes y no acabó ayer por culpa de la lluvia. Aquella pelota, que mide la distancia entre el éxito y el fracaso en menos de un centímetro, habría evitado un rosario de suspensiones (siete en total, dos de ellas ayer); de vueltas infructuosas a la pista (siete); de calentamientos frustrados y de ventajas desperdiciadas. Nadal juega hoy por quinto día el mismo partido. Ayer necesitó toda una jornada para disputar seis juegos. Y ya a las diez de la mañana, enfrentado por cuarto día seguido a un encuentro que se desangra juego a juego, el español pensaba en aquella bola que pudo ser y no fue. "Fue una putada no terminar el lunes con aquel match-point", dijo a Canal +; "estos parones son duros. Afectan verdaderamente al juego. Toca sufrir. Estoy un poco cansado después de todo lo que ha pasado". El marcador es ahora de 6-4, 6-4, 6-7, 4-6 y 4-4.
Seguir el reloj del partido de Nadal es seguir la agenda de su sufrimiento. El español, que debía jugar en el segundo turno (alrededor de la una de la tarde), no empezó a pelotear hasta las 16.57. En dos minutos, perdió su ventaja (el partido se reanudó con 2-0 y 30-30): cedió su servicio y vio cómo Soderling ganaba el suyo a velocidad de crucero. A las 17.03, con el público preparado para una juerga, cataclismo. Tormenta eléctrica. Retumbaron los truenos. Se vieron relámpagos. Y, lamentando que Inglaterra viva el verano más lluvioso en 200 años, los tenistas tuvieron que volver al vestuario.
En seis minutos, Nadal había disputado tres juegos (3-2 para el español). Su calvario no había hecho nada más que empezar. El mallorquín, que nunca ha perdido un partido a cinco sets, volvió al calentamiento en la pista a las 18.09. Veinte minutos después, tras sufrir un tormento para mantener su servicio, volvía a estar en la caseta. El cielo vestía de negro. Y el partido del español, que tanto depende del ritmo de juego, también.
Nadal había abierto la jornada mirando al cielo y abrigado hasta la garganta. Londres vive días de temporal y frío. Sopla el viento con fuerza. Y la naturaleza golpea con saña la zona de prácticas de Wimbledon. Ahí se encontró Nadal con un compañero inesperado. Peloteaba con su tío Toni. Y, mirando de reojo, estaba Soderling. Los protagonistas de un partido para el psiquiatra se encontraron entrenándose pista con pista. No se hablaron, aunque comparten sufrimientos y un futuro hipotecado: si el que gane llega a la final del domingo, habrá jugado todos los días de la semana.
Wimbledon, claro, no entiende la lluvia como una molestia, sino como parte de una tradición centenaria. La grada celebra la posibilidad de una tormenta presentándose a los partidos con toallas, papel de cocina y periódicos. Cualquier cosa con tal de no mojarse el trasero. A nadie le extraña que el mismo torneo tenga tenistas clasificados para los cuartos mientras otros juegan en tercera ronda.
A Nadal, sin embargo, el agua le está sentando a cuerno quemado. La lluvia ha apagado su juego. El español, que vuelve hoy a la pista a las doce del mediodía (la una de la tarde española), es estos días un tenista malencarado. Sabe que vive un partido para el libro de récords. Y que lleva un camino tan extraño como sus celebraciones: de un día para otro, ha pasado de gritar "¡vamos!" a aullar "c'mon!".

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