Selecto recorrido por el paisaje
El Prado reúne más de 20 obras de Joachim Patinir, uno de los grandes creadores flamencos
Evidentemente, una muestra dedicada a Joachim Patinir, y que ha logrado reunir 22 cuadros suyos, es por sí misma un acontecimiento de primer orden internacional. Es cierto que el Museo del Prado cuenta con cuatro piezas de lo mejor de este fascinante y enigmático pintor flamenco, al que se le atribuye ser uno de los pioneros en la creación del paisaje como género autónomo, pero este buen fundamento para la iniciativa no le resta un ápice de mérito, porque se ha reunido casi el 80% de la totalidad de la obra a él atribuida, que suma 29 partituras. El comisario de la muestra, Alejandro Vergara, jefe de conservación de pintura flamenca del Prado, ha decidido encuadrar esta monográfica con el antes y el después inmediatos de Patinir, con lo que se exhiben 48 cuadros, pero cuyos autores son, entre otros, Robert Campin, Van der Weyden, Gerard David, El Bosco o Durero, una nómina que ahorra comentarios.
La exposición incluye cuadros de Robert Campin, Van der Weyden, Gerard David, El Bosco o Durero
¿Qué destacar entonces ante una exposición que, en principio, podría dar lugar a comentar por separado cada uno de los casi medio centenar de pinturas? Personalmente, en la primera sala, la de los antecedentes o contemporáneos, llamaría la atención sobre el San Cristóbal (c. 1465), de un seguidor de Jan van Eyck, el deslumbrante Tríptico de la Virgen y el Niño en un paisaje, datado en el último cuarto del XV y atribuido al Maestro de la Madona de Gorg, y la Escena de bosque (c. 1505-1515), de Gerard David, que está depositado en el Mauritshuis de La Haya, este último con la peculiaridad de que es el exterior del Tríptico de la Natividad de este maestro, que pinta la frondosidad de una manera muy próxima a Altdorfer, sin olvidarnos de echar una ojeada intensa a los ejemplos propuestos de los manuscritos iluminados, que son una referencia clave en el tema propuesto.
En la sala dedicada a Patinir, obviando los del Prado, que, por cierto, han sido limpiados para la ocasión, me inclinaría por el Martirio de santa Catalina (c. 1515), del Kunsthistorisches de Viena, el formidable tríptico de San Jerónimo penitente, el bautismo de Cristo y las tentaciones de san Antonio (c. 1515-6), del Museo Metropolitano de Nueva York, y el Paisaje con destrucción de Sodoma y Gomorra (c. 1520-1), del Museo Boijmans de Rotterdam. Por fin, en la sala tercera, donde se pasa revista a los seguidores o afines, La Virgen y el Niño con santa Isabel y san Juan Bautista, de Quentin Metsys (1464/6-1530), íntimo amigo y, tras la muerte de Patinir, tutor de su prole, y el Tríptico con san Jerónimo, el Descanso en la huida a Egipto y san Antonio de Padua (c. 1530), del muy interesante Simon Bening (1483/4- 1561), miembro de una dinastía de miniaturistas y que aquí está representado con una obra sobre pergamino muy singular, que se conserva en la colección del Monasterio de El Escorial.
En cualquier caso, la importancia de Patinir no se limita sólo a ser uno de los mejores pintores flamencos, ni tampoco a su crucial papel como pionero del desarrollo moderno del paisaje como género autónomo, sino también por haber sido la clave de bóveda de muchos de los caminos artísticos que se entrecruzan en ese decisivo momento entre el último cuarto del siglo XV y el primero del XVI, el momento álgido del Renacimiento pleno. Nos encontramos así, pues, con una muestra que seguramente hará historia pero, además, que embelesará al gran público, que adora este arte, sobre todo si, como es el caso, tiene un toque algo fantástico, un toque que Patinir tomó de El Bosco y, muy decantado, lo trasladó a Pieter Bruegel, nacido hacia 1525; o sea: un año después de la muerte de nuestro pintor y fallecido en 1569. A través de este genial trío, cada uno de cuyos miembros no pierde en su mutua comparación, está contenido el pensamiento y la sensibilidad del pueblo flamenco, lo mejor de su asombroso arte y el cauce más seguro de la modernidad.
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