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Crítica:ROCK
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Nostalgia estéril y autocomplacencia

Dentro de esa caprichosa ruleta de la fortuna en la que se ha convertido el circo del rock para masas, la vuelta de los británicos The Cult no es ni más ni menos censurable que cualquier otra de las que vemos hoy en día. Ni agarrados al factor de justicia poética que a otros se les negó en su tiempo ni descaradamente inmersos en el desahucio creativo: hace años que no aportan nada reseñable, pero al menos anuncian un nuevo álbum para septiembre.

Así, con un Ian Astbury recién recuperado de su lucrativo rol de impersonator de Jim Morrison al frente de lo que queda de The Doors, los Cult se aferran a la recreación mecánica de un repertorio que es, como tantos otros, la viva imagen de una repetición de lo más previsible.

The Cult

Ian Astbury: voz; Billy Duffy: guitarra; Mike Dimkich: guitarra; Chris Wyse: bajo; John Tempesta: batería. Auditorio Port America's Cup. Valencia, domingo 1 de julio de 2007.

Tan sólo una faena de taxidermia de la canción con la que tratar de revivir un temario amojamado por el paso de los años, las nuevas modas y esa palabra, llamada evolución, que muchos han desterrado de su acervo.

Claro que para eso cuentan con la inestimable colaboración del público valenciano, tan dado -otra de nuestras particularidades más curiosamente exportables- al ensimismamiento en una nostalgia de lo más infructuosa, como si el reloj se hubiera atascado en la eterna post adolescencia. Unos cuantos miles de personas, de todas las edades y estéticas posibles, gozaron de lo lindo con esa retahíla de riffs de hormigón (escuela AC/DC), estribillos inflamados hasta el límite de lo épico y tenebrismo eléctrico que tantos réditos reportaron a Astbury y Billy Duffy -únicos miembros originales- en la segunda mitad de los ochenta.

Y no faltaron, uno por uno y casi en fila india, la totalidad de sus hits (los hubo, pese a lo mediano de su obra), en otra de esas ceremonias en las que el rock se convierte en un sobredimensionado espectáculo, pleno de banalidad y autocomplacencia.

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