Vaya engorro de clérigos
No es posible que la presión social que ejerce la Iglesia Católica no se compadezca para nada con su más bien escasa implantación en nuestros hábitos ni con la esperanzadora imagen de las iglesias semidesiertas
La mala educación
No parece que la Iglesia tenga mucho que objetar a la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Si lo que quiere es que sólo se enseñen ocurrencias de catolicismo en la escuela pública, que ya se hace, pues que lo diga. Pero esta Iglesia nunca dice nada abiertamente. Lo dice, sí, pero lo que dice requiere de una complicada hermenéutica para desvelar las intenciones que les llevan a ese tipo de proclamaciones. De lo que se trata ahora es de desgastar todavía más al partido en el Gobierno, y para ello hablan de "adoctrinamiento" desde el punto de vista de quien tanto sabe de adoctrinar sin que siempre parezca que lo hace. Incluso cuando se porta bien, esta Iglesia te vende el cielo o el infierno de matute en cada uno de sus actos de caridad. Que catequicen a sus acólitos en sus locales, pero no bajo el manto de una enseñanza pública o -ay- concertada. Y que dejen la ética para mentes menos retorcidas que las suyas. Nada hay más depresivo que ver entrar a un joven en una iglesia.
Y Camps, campando
Lo que hizo Camps el otro día es el paseíllo a lo José Tomás después de una gran faena. La gran faena es el sofoco de soportar a esta gente unos cuatro años más, con su discurso entre victimista y triunfalista, y nada autoriza a pensar que lo que queda de conciencia crítica en esta comunidad vaya engrosar su currículo en los tiempos que corren. Con un Ignaci Pla extenuado y un socialismo valenciano de capa caída, en poco va a ayudar el fundamentalismo ingenuo de una Glòria Marcos o, en otro ámbito, la notable disposición de Carmen Alborch a desgastar sin descanso a su fabulosa oponente. Los problemas serán los mismos y las soluciones las de siempre, y la única novedad es que quizás Rafael Blasco vea limitada su habilidad como intrigante y pene con alguna colleja su desenvoltura para el transformismo. Y Garcia-Gasco, pues tan exultante como siempre.
Voto ser voto
Los resultados de las convocatorias electorales son de comprensión tan intrincada como el desenlace de la liga de fútbol, donde goles imposibles definen el futuro de un ejercicio donde se juegan muchos euros y la ilusión delegada de unos cuantos millones de aficionados. Si Boskov, aquel curioso entrenador del Real Madrid, decía que "fútbol ser fútbol", apelando a ese principio de incertidumbre que tanto tiene que ver con la poesía mal resuelta, habrá que considerar, en política, que ya no estamos en aquella situación donde, al decir de García Márquez, "el mundo era tan joven que las cosas carecían de nombre, y para designarlas había que señalarlas con el dedo". Si los jóvenes de porro y botellón votan a una derecha que viene de la prohibición de todo eso, es porque el socialismo ha consolidado espacios de libertad personal que no ha sabido, odiosa palabra, capitalizar. De ahí que el dedo admonitorio sea un recurso absolutamente inútil incluso en sede parlamentaria, o sobre todo.
Largas vacaciones
No es que los aficionados a las artes escénicas superen en número a los que acuden a los estadios de fútbol o a los que contemplan desde el sofá las trifulcas de Alonso y Hamilton en los circuitos de Fórmula 1, pero tienen, en fin, su corazoncito. Valencia debe ser, entre las ciudades europeas de cierta solvencia, la que más periodo vacacional concede a sus salas de teatro institucionales, a sus empleados y a los espectadores. Al menos, las temibles vacaciones escolares empiezan a finales de junio para terminar en septiembre. La actividad en nuestros teatros desaparece hacia finales de mayo y no se reanuda hasta octubre, cuatro meses en blanco que sólo el por lo común desteñido Sagunt a Escena anima con ejemplar moderación durante algunos días del mes de agosto. Tampoco sería descabellado que el Ayuntamiento organizara funciones infantiles de fin de semana en los Viveros desde mayo hasta octubre. Sin espantar a los críos.
Conversaciones
Son insufribles esas conversaciones a dos entre escritores en las que hablan de su oficios, sus trucos o de literatura en general, a medio camino entre una confesión personal que siempre será trucada o incompleta y una delectación que resulta bastante estomagante. Nada añaden a su obra, para sus lectores, y menoscaban en mucho su en ocasiones atractiva personalidad. El morbo por saber cómo o por qué se escribió una novela palidece al lado de la pasión por descubrir sus secretos mediante su lectura. Lo demás pertenece a los departamentos de promoción y publicidad de las editoriales o a un narcisismo que, no contento con salir en la contraportada del libro, quiere llenar también una esquinita de las páginas de cultura en los diarios.
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