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Crónica:
Crónica
Texto informativo con interpretación

Mexicanos agotadores

El tirón que tienen en España los mexicanos Maná ya nadie lo puede discutir. Da lo mismo que su concierto coincida en fecha, hora y ciudad con el de una leyenda viviente como los Rolling Stones. Los cuatro de Guadalajara (Jalisco-México) son capaces de abarrotar un recinto como el coso taurino madrileño y, encima, por dos noches consecutivas. Total: 40.000 personas y mucha gente en busca de entradas, agotadas.

Agotan el papel una y otra vez, y agotan de manera feliz a su entregado público, que empatiza con ellos de una manera natural, tal vez debido a lo familiares y cercanos que siempre se comportan sobre el escenario. Su cantante, Fher, ha hecho de su torpeza de movimientos virtud, y sabe llevarse de calle al público madrileño anteponiendo las ganas que tenía de encontrarse con él de nuevo ("ya les estábamos extrañando", fue su primer saludo, como también lo fue en la gran gira anterior, de 2003) o lanzando esos fáciles piropos en los que afirma que en ningún lugar como en Madrid se nota tanto su clamor. "Los mejores pulmones del mundo", dice, al tiempo que provoca el rugido de la multitud.

Las canciones de Maná las conoce todo el mundo. Bien construidas sobre una base rítmica potente y unas melodías sencillas, hablan de amor y algún guiño de aparente compromiso social. La soledad de los niños de Latinoamérica ("olvidados casi hasta por Dios", llega a decir Fher entre Donde jugarán los niños y Salvaste), la pobreza o el deterioro medioambiental se mezclan con apasionadas declaraciones de amor, verdadero argumento de su ya larga carrera, iniciada a finales de los ochenta.

Andan por España a vueltas con su reciente disco Amar es combatir -título prestado de un poema de Octavio Paz-, pero no fue éste, ni mucho menos, el grueso de canciones sobre el que desarrollaron su concierto, aunque sí que lo repasaron en piezas que ya suenan como de toda la vida, como ese romanticón Labios compartidos. Vivir sin aire, Déjame entrar o Eres mi religión cayeron ante el regocijo indescriptible de sus seguidores.

Contribuía al clímax un espectacular montaje. Mucha bombilla diseñada por ordenadores, grandiosas proyecciones, la batería elevándose sobre una plataforma y girando, y un final de fuego artificial. Y al lado, una luna casi llena. Tras canciones envueltas en melancolía, la arrogante El Rey o el Muelle de San Blas repusieron las cosas en su sitio. Traca final. Apoteosis y catarsis. Y todos agotados (público y artistas) pero, al parecer, felices.

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