El gato de Schrödinger
Creo que lo que ha hecho Tim White con las obras que ahora presenta en Madrid es volver, a su manera, al año 1937, cuando el físico Erwin Schrödinger formula la paradoja del gato en la caja negra, que no se sabe si está vivo o está muerto porque desde el punto de vista de la mecánica cuántica está vivo y a la vez muerto. O sea, la cuestión de si vive o muere es realmente indecible porque la vida o la muerte de ese dichoso gato, encerrado en una caja a cuyo interior no podemos echar un vistazo, depende de una partícula alfa sobre cuyas posibilidades de emisión y de choque con el martillo que desencadenaría la muerte del gato no podemos tener más que una certeza estadística. El problema es que esa indecibilidad -que para los físicos cuánticos es una virtud porque pone de manifiesto un límite que en vez de invalidar precisa los conocimientos sobre la estructura de la materia obtenidos según sus teorías- resulta poco menos que una pesadilla para el resto de los mortales, obligados como estamos a decidir nuestra conducta ante los asuntos que nos asaltan cotidianamente aún en los casos -que suelen ser mayoritarios- en los que nos domina la ignorancia o la incertidumbre sobre cuáles van a ser las consecuencias efectivas de nuestras decisiones. Decidimos y actuamos como si el gato estuviera vivo o muerto sin saber si realmente lo está y sin podernos permitir el lujo de pensar que está vivo o muerto a la vez.
TIM WHITE-SOBIESKI
'Cities of the world. Deconstruted Reality'
Galería Pilar Parra & Romero Conde de Aranda, 2. Madrid
Hasta el 20 de julio
Y es justamente esta incerti
dumbre el terreno que explora White en la serie de infografías y en el vídeo de múltiples pantallas que expone en esta nueva comparecencia ante el público español, luego de su notable intervención en la exposición Barrocos y neo barrocos en Da2 de Salamanca. Incertidumbre que tiene su escenario privilegiado en las metrópolis contemporáneas que, por su propia conflictividad, multiplican exponencialmente nuestras incertidumbres. Las imágenes de dichas metrópolis no pueden ser, en consecuencia, claras ni distintas, como las que proponen tanto la cartografía como la fotografía clásica: la propia incertidumbre causada por la experiencia metropolitana objeta el uso ingenuo de estos recursos.
Las imágenes más apropiadas en este caso tienen que ser como las que diseña y proyecta White aunque él las relacione, sin embargo, con la deconstrucción -de hecho el título de la muestra califica a las ciudades de "la realidad deconstruida"- debido tal vez al impacto del efecto Guggenheim. El edificio de Frank Gehry podrá ser el mayor logro del agonismo de la arquitectura deconstructivista, pero su éxito mediático y de público no creo que pueda separarse de su dimensión alegórica. El museo bilbaíno -en cuanto imagen de "la destrucción cristalizada"- funciona como contundente alegoría de las poderosas fuerzas destructivas e incluso autodestructivas que operan actualmente en la sociedad globalizada; tanto como las imágenes de White lo hacen las de incertidumbres que asedian nuestra vida cotidiana, potenciadas además por la acción de esas mismas fuerzas.
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