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Columna
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La simbiosis del chorlito

Hay biólogos que sostienen que la teoría de la evolución de Darwin, basada sólo en la competencia entre las especies, está incompleta y consideran que en el desarrollo de los seres vivos también ha sido determinante la simbiosis, una relación cimentada en la cooperación entre los organismos. A través de ella, distintas especies se asocian para poder vivir y lo hacen de manera que ambos se benefician, ya que por separado morirían. Hay muchos ejemplos en la naturaleza, pero uno de los más llamativos tiene como protagonista a un pez denominado gobio de Luther y a una gamba ciega. Esta última excava una madriguera con sus patas y permite que el pez la ocupe. A cambio, éste actúa como una especie de lazarillo, guiando a la gamba en la búsqueda de alimento. La gamba toca con sus antenas la cola del pez para seguirle y éste la mueve cuando detecta algún peligro. Si ello ocurre, los dos se retiran hacia la madriguera.

Existen varios tipos de simbiosis. El parasitismo, en el que la asociación es desventajosa para algunos de sus miembros. El mutualismo, en la que la asociación es ventajosa al menos para uno de los dos y no dañina para ninguno. Y finalmente, el comensalismo, en la que un miembro de la asociación se beneficia mientras el otro no se ve afectado. En una revista encontré ejemplos de estas tres variantes y me llamó la atención la simpleza de algunas. Por ejemplo, la de esos pájaros que limpian de sanguijuelas las bocas de los cocodrilos. En el artículo se planteaba una pregunta interesante: ¿por qué iba a arriesgarse un pájaro chorlito a ser engullido por las fauces de un cocodrilo y por qué iba un cocodrilo a dejar de comerse al pájaro? Posiblemente, decía el autor, porque los chorlitos iniciaron esta práctica cuando el cocodrilo estaba descansando tras una prolija comida. Y posiblemente también, fue necesario que murieran muchos chorlitos hasta que se produjo la simbiosis.

En el largo camino de la evolución, la simbiosis ha ido desarrollando comportamientos cada vez más complejos. Y sólo desde esta óptica se puede explicar científicamente la relación que algunos alcaldes han llegado a establecer con sus ciudadanos. En las pasadas elecciones quedaron refrendados la mayoría de los alcaldes y ediles sobre los que pesaban y pesan graves acusaciones de desviar fondos municipales y de enriquecimiento ilícito. Poniendo incluso por delante la presunción de inocencia, no deja de ser enigmático el comportamiento que han tenido muchos votantes.

En algunos ayuntamientos se podría decir que los ciudadanos han llegado a una relación simbiótica con sus munícipes que está beneficiando a ambos. Las recalificaciones, las plusvalías y el boom del ladrillo han permitido financiar obras y poner en marcha servicios que eran inabordables desde los presupuestos municipales, lo que ha llevado a una ostensible mejora de esos pueblos. Esas mismas recalificaciones han beneficiado a los vecinos que eran propietarios de terrenos que apenas tenían valor; han dado empleo a otros vecinos que no tenían y, finalmente, han generado un movimiento económico que ha beneficiado a muchos.

¿Pero por qué se arriesgan tantos vecinos a ser engullidos por las fauces del cocodrilo? ¿O por qué el gobio de Luther llega un momento en que cree que todas las gambas son ciegas? ¿O por qué, también, cualquier chorlito de un partido político es capaz de meter la mano en la boca del cocodrilo para extraer su alimento, los votos? Sin duda, por la simbiosis. Esa relación de dependencia que puede ser de parasitismo, de mutualismo o de comensalismo. En Alhaurín el Grande está por descubrirse todavía si está simbiosis está siendo beneficiosa para todos, es destructiva para alguno o sólo ventajosa para uno. De momento, su alcalde, Juan Martín Serón, ha evolucionado hacia la confusión. Se cree que Alhaurín el Grande y él son la misma criatura. Pero eso es otra historia y tiene otro nombre, que, por cierto, no es simbiosis.

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