_
_
_
_
_
Reportaje:LOS RESTOS DEL 'APARTHEID'

Búnker sólo para blancos

Los terribles ideales del 'apartheid' surafricano subsisten en Orania, un pequeño pueblo al otro lado de la historia

Die Bybel, la Biblia, reposa en unas rocas en la colina que se eleva sobre Orania, un pueblo de unos 600 habitantes -la mayoría rubios, la mayoría de ojos azules, todos blancos- en pleno centro de Suráfrica. Se reúnen 60 personas y atienden al pastor que lee en afrikaans pasajes del Éxodo: Moisés liberando a su pueblo, la tierra prometida, la formación de una gran nación... No es de extrañar la elección del predicador: los fundadores de Orania la crearon en los noventa como el edén desde el que los afrikáners, descendientes de los colonizadores europeos, desplegarían su Volkstaad, el Estado del pueblo elegido que les protegería de, en su opinión, una Suráfrica multirracial dispuesta a vengarse por el apartheid y a acabar con su cultura, su lengua y su religión. A diferencia de Moisés, empero, pocos seguidores han tenido los fundadores de Orania. Sólo 600 de los más de dos millones y medio de afrikáners, muchos de los cuales les consideran racistas y ultraconservadores, fanáticos religiosos con un proyecto trasnochado risible. Es como si no se hubiesen enterado de que la Suráfrica de la supremacía blanca y el apartheid está ya condenada por la historia.

Verwoerd, arquitecto del 'apartheid', es admirado en Orania, donde viven su hija y su yerno
La mayoría de los afrikáners les creen ultraconservadores, racistas y con un proyecto risible

Tras la ceremonia, que conmemora el fin de la guerra anglo-bóer, fiesta pública en la población, se desvelan los bustos de cinco presidentes de la Suráfrica predemocrática. Entre ellos, el arquitecto del apartheid, el hombre que encarceló a Nelson Mandela, Hendrik Verwoerd. Es apreciado en Orania: no en vano, su yerno, Carel Boshoff, es uno de los fundadores. "Era un gran hombre, muy respetable", asegura este doctor en teología, de 79 años, del político que instauró las leyes más odiadas por la población negra, como la de ser confinada en el 13% del territorio en falsas patrias creadas según unas supuestas etnias inmutables. "Pero los blancos, preocupados por la economía, reclutaron a negros para sus fábricas", narra Boshoff, "y éstos trajeron a sus familias, y hubo que abrir escuelas y hospitales, y ya fue imposible desarrollar sus patrias. El espacio vital del afrikáner fue invadido. Había que buscar alternativas y elegimos Orania".

Boshoff deja caer, casual, la expresión "espacio vital", de obvias reminiscencias nazis (el Lebensraum hitleriano), sin pestañear. Tampoco lo hace al reconocer que Orania no ha tenido mucho éxito: "La reacción no fue la esperada, pero es que suponía un cambio radical en un tiempo en el que no era aceptable". Boshoff se refiere al periodo de exultante optimismo tras la liberación de Nelson Mandela y las primeras elecciones en las que la población negra votó, en 1994. "El afrikáner pensó que las cosas no cambiarían; pero ahora hay una africanización del país, y eso inquieta. Además, es víctima de la discriminación positiva [que favorece al negro a la hora de ser empleado]. Si no cambian las cosas, desapareceremos", augura.

La preservación de la cultura es la cantilena de los oraníes. "Aquí, buscando, puedes encontrar uno o dos, pero hay muchos más racistas en Ciudad del Cabo o en Johanesburgo", dice John Strydom, un médico en la cincuentena reconvertido a agricultor y guía de la población. Strydom se mudó hace diez años: "Para estar con los míos. Conscientes de nuestro pasado étnico y cultural, optamos por un retorno a la comunidad, frente a una sociedad cosmopolita". Según él, lenguaje, historia y religión definen al afrikáner. El idioma afrikaans, basado en el holandés, se creó al incorporar giros de los esclavos malayos y de los indígenas zulúes o xhosas, del inglés, francés y portugués. Una lengua usada por parte de la población blanca y mayoritariamente hablada por los coloureds (mulatos), protegida por la Constitución.

Para los oraníes, la protección no es suficiente. "En las escuelas, allá fuera, el afrikaans que se enseña es kafrikaans", ríen Odél y Renée, de 14 y 16 años; término con reminiscencias al kaffir importado del árabe, que en español derivó en cafre, con el significado de salvaje: el epíteto con el que se insultaba a los negros en Suráfrica.

"La religión es importante", asegura Strydom, según la cual los oraníes, calvinistas recalcitrantes, se sentirían "más cercanos a un católico que a un budista, a un anglicano que a un hindú". Y es que los aspirantes al seudo-Volkstaadt pasan un examen de ingreso. "Entrevistamos a unas 48 personas al mes, buscan huir del crimen o del paro. Vemos si tienen antecedentes penales o problemas con drogas. Les decimos que estamos lejos de la ciudad, que el trabajo está complicado", dice el guía. La aceptación depende, según Boshoff, "de que el aspirante esté cómodo entre nosotros, y nosotros con él". La escasez de melanina ayuda. En Orania no vive un solo negro o coloured. Ni siquiera para limpiar casas o recoger la basura, trabajos que durante el apartheid se reservaban a los negros. En Orania son los blancos pobres los que se dedican a estas tareas. "Somos autosuficientes", dice Strydom. El símbolo de Orania es un niño arremangándose, presto al trabajo.

El pueblo, una colonia usada en los sesenta para construir un pantano, fue comprado en 1991 por una compañía creada ad hoc. Tras su restauración, continúa recordando a colonia, a vida regulada. Casas unifamiliares con jardines, escuela, biblioteca, piscina, una joyería, una bodega, una planta de reciclaje. "Me gusta porque es limpio, agradable y tranquilo", dice Christiaan van Zyl, arquitecto, de 40 años. "Además soy un afrikáner orgulloso de serlo". Van Zyl incide en el concepto que los oraníes potencian. "Somos líderes en iniciativas ecológicas", asegura el arquitecto, creador de edificios construidos con balas de paja. "Lo del racismo es m... de vaca", dice sin acabar la palabrota. "Invención de los medios, de los liberales. No nos une el color de la piel, sino la historia, la cultura". "Somos una nación sin Estado. Lo queremos y lo tendremos", concluye Boshoff.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_