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Refugiados, mares y muros

Entre los diez grandes problemas internacionales, nueve son continuamente tratados, desde el cambio climático a la pobreza extrema. Pero hay uno del que apenas se habla: los refugiados y desplazados. Quizás lo fagocita el debate migratorio. El 20 de junio, Día Mundial del Refugiado, recordamos a aquellos que huyen de guerras y persecuciones políticas, religiosas, étnicas o por su orientación sexual.

Con el crecimiento demográfico aumenta también el número de hombres y mujeres que se embarcan en un proceso migratorio: 191 millones en 2005 frente a 99 millones en 1980. Lejos de disminuir, las migraciones internacionales aumentan y aumentarán.

Sin embargo, el número de refugiados disminuye. Hoy hay 9,2 millones de refugiados en el mundo, la cifra más baja en los últimos 25 años. Más del 90% viven en países empobrecidos; un 60% son refugiados de larga duración: sudaneses, somalíes, o los 160.000 saharauis que desde 1975 sobreviven en Tindouf, en el Sáhara argelino. Cinco millones de palestinos llevan tres generaciones en el exilio.

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Las causas que producen refugiados no han cambiado aunque su número haya descendido a escala global: hoy existen conflictos que provocan masivos desplazamientos forzosos; las violaciones de derechos humanos siguen y los regímenes sin credibilidad democrática persisten, en buena medida gracias al apoyo político de algunos países industrializados, y al respaldo económico (petróleo, minerales) de empresas multinacionales.

Sin embargo, las cifras de concesiones del estatuto de refugiado, motivadas por una más restrictiva interpretación de la definición de refugiado, también descienden. Entretanto se agudiza la crisis del derecho de asilo.

Los países ricos, obsesionados por reforzar su seguridad después del 11-S, frenan la llegada de inmigrantes "sospechosos" en detrimento del reconocimiento del derecho de asilo, un derecho que garantiza la vida de muchos. Cada vez son más los países que antes abrían sus puertas a los extranjeros y ahora las cierran.

Al descenso de refugiados se une el aumento de desplazados internos: en 2006 eran 25 millones los desplazados por causa de los conflictos que no pudieron cruzar las fronteras. Un caso crítico es Irak. A menudo son menos visibles: los medios de comunicación y las organizaciones humanitarias tienen menos acceso a ellos por razones de seguridad. No existen organismos internacionales que tengan el mandato de protegerles.

Dos son los principales desafíos ante la crisis del derecho de asilo: el primero de carácter legal, referido a la definición misma de refugiado contemplada en la Convención de Ginebra de 1951 y en la Ley de Asilo española de 1984. ¿Sigue respondiendo a la realidad después de 56 años? Cada vez hay más hombres y mujeres necesitados de protección internacional cuyas causas de desarraigo pueden no aparecer explícitamente en la Convención de 1951: eso podría llevarles a la desprotección. Una desprotección que puede encubrir graves injusticias. Ejemplo, las víctimas de los desastres naturales y del cambio climático. Más de 1.000 millones de personas viven bajo la doble limitación de la sequía creciente y la inestabilidad de los precios agrícolas, lo que agrava su pobreza. Si el proceso continúa, en 25 años más de 2.000 millones de africanos, asiáticos y latinoamericanos tendrán que dejar sus tierras.

Segundo desafío, político-policial. La tendencia a frenar los flujos migratorios en las fronteras de la Unión Europea a través de acuerdos con países terceros -la externalización de fronteras- genera nuevos sufrimientos. Y provoca un descenso en las solicitudes de asilo en toda Europa.

Las fronteras europeas son cada vez más impenetrables: algunas visibles como los muros de seis metros de doble alambrada en Ceuta y Melilla; otras menos visibles en el Atlántico. Miles de africanos que escapan de la miseria o la guerra quedan atrapados en Marruecos, Argelia o Libia. Allí los derechos de los refugiados no se garantizan, a pesar de que algunos países son firmantes de la Convención de Ginebra.Mostrando su documento de refugiado del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), un congoleño que huyó de su país y ahora vive en Rabat, pregunta: "Este papel no me protege de las expulsiones, ni me permite ir al hospital, ni mandar a mis hijos al colegio. ¿Para qué me sirve el estatuto de refugiado?". En este contexto, algunas actuaciones extraterritoriales pueden dar lugar a arbitrariedades: un caso reciente, el buque Marine I.

Si se blindan las fronteras, ¿cómo llegarán quienes necesitan protección internacional porque huyen de persecuciones o guerras y carecen de pasaporte porque su Gobierno es su agresor o les pide dinero a cambio?

El Gobierno español y la Unión Europea no pueden desentenderse de estos hombres y mujeres, ni de lo que ocurre detrás de sus fronteras. Hacen falta respuestas basadas en la inteligencia, el realismo y la justicia social. Algunas propuestas: actualizar la definición de refugiado de 1951; activar el mecanismo de protección temporal para los desplazados de guerra, hoy tan urgente para los iraquíes; garantizar el acceso al derecho de asilo a aquellos que son víctimas del cierre de fronteras, y, sobre todo, actuar sobre las causas que producen refugiados: miseria y opresión pueden desencadenar guerras y, por tanto, desplazamientos masivos.

Determinadas políticas occidentales -acuerdos comerciales, armas...- ayudan a desencadenar miseria y opresión. Un inmigrante marfileño que logró llegar a la isla canaria de Fuerteventura en un cayuco describía hace unos meses la guerra civil: "Mi país se partió en dos: el mundo debe saberlo. Miles de africanos viajan peligrosamente para salvar sus vidas".

Amaya Valcárcel es secretaria general de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR).

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