La historia continúa
San Mamés festeja la permanencia, pero despide al Athletic con una pitada por su mal curso
La Catedral vivió como si el calendario se hubiera ido 25 años atrás. Se vistió de rojiblanco, llenó los asientos de las tribunas y coloreó la ciudad desde la mañana. Olía a fútbol, que decía Kubala, y olía a convicción de que la historia del Athletic en la Liga no se podía detener tan bruscamente. Himnos, banderas, bufandas, camisetas, desfibriladores y toda la parafernalia para una ocasión única. Faltaba, eso sí, el equipo, que no inspiraba mucha confianza a la grada por todo lo ocurrido. Y faltó el equipo en la primera mitad, jugando a estrincones, es decir poniendo el alma en un puño a los 40.000 aficionados entregados a su club. Del Levante había las típicas noticias de un equipo tranquilo, que nunca dio la impresión de meter la quinta velocidad. Era, por así decirlo, un equipo muy gestual, que parecía que quería y no se sabía si podía.
ATHLETIC 2 - LEVANTE 0
Athletic: Aranzubia: Expósito, Ustaritz, Sarriegi, Casas; Iraola (Tiko, m. 72), Murillo, Javi Martínez (Aduriz, m. 55), Yeste (Gabilondo, m. 65); Etxeberria y Urzaiz.
Levante: Molina; Descarga, Serrano, Alexis, Rubiales; Éttien (Nino, m. 70), Tomassi, Berson (N'Diaye, m. 77), Robert; Riga y Reggi (Meyong Zé, m. 58).
Goles: 1-0. M. 60. Serrano, en propia puerta, tras un centro de Aduriz. 2-0. M. 76. Gabilondo cabecea un centro de Etxeberria.
?rbitro: Velasco Carballo. Mostró la tarjeta amarilla de monestación a los jugadores locales Iroala, Sarriegi y Tiko y a los visitantes Tomassi y Éttien.
40.000 espectadores en San Mamés. El público despidió al Athletic con pitidos y pañuelos.
Poder, lo que se dice poder, podía Molina, el futbolista del Levante más admirado y odiado a la vez, que se empeñó en amargar la vida a Urzaiz y, por consiguiente al Athletic. Cuatro veces remató Urzaiz, casi a bocajarro, y cuatro veces repelió Molina el balón, como si se hubiera imantado al delantero navarro. Otras dos veces su presencia debió de resultar tan intimidatoria que Javi Martínez se trastabilló en su presencia y Yeste disparó a las nubes, quizás obnubilado por la presencia del portero valenciano.
El Athletic, sin combinar demasiado, disponía de ocasiones puntuales que siempre se topaban con Molina y llevaban a la grada a la desesperación. Quien más, quien menos, pensó que era uno de esos días en los que es imposible meterle un gol al portero. Para evitar infartos, el resto de los equipos implicados en el descenso seguían empatados, lo que reducía el calor ambiental, ya de por sí elevado por lo climatológico.
Tras el descanso, Urzaiz siguió topándose con Molina y en una ocasión con el larguero para añadir desolación a una grada que ya mostraba síntomas de nerviosismo. En tales circunstancias, un gol del Celta le enviaba a Segunda. Y en esto llegó Aduriz, recién incorporado, y se escapó por la banda, midió un pase muy controlado a Urzaiz, que se asomaba al segundo palo, y se entrometió Serrano, que condujo el balón a su red.
Cosas del fútbol, que es capaz de negarle a Urzaiz cuatro ocasiones pintiparadas y luego el gol llega por el infortunio de un defensa. Serrano se tapó la cara con la camiseta y caminó lentamente hacia el centro del campo. Seguro que pensaba en la posible derrota y en el aluvión de sospechas que los maledicentes podrían hacerle recaer por marcar en su portería. Lo cierto es que, si Serrano no se hubiera interpuesto en el camino, el balón habría llegado a la bota de Urzaiz, a dos palmos del gol. Claro, quedaba Molina...
San Mamés tiró los nervios por las tribunas, se desparramó como en aquellos tiempos de Clemente y su equipo campeón. La Catedral entendía que el Levante, que apenas había disparado una vez a puerta, no parecía un enemigo capaz de amargar la vida al Athletic.
Y no lo hizo. Menos aún cuando Urzaiz, harto de disparar para nada, decidió inventarse un pase diagonal que dejó a Etxeberria sólo en el callejón del 8 y su pase, magistral, lo cabeceó Gabilondo (también se había topado antes con Molina en un tiro a bocajarro) de forma inapelable. Fue el éxtasis rojiblanco, la liberación de dos temporadas insufribles de juego y resultados, pero que rescataban la gloria de un equipo que últimamente sólo se agarra a la permanencia.
El público lo festejó, pero no lo perdonó. Nada más concluir el encuentro, una pitada despidió a los futbolistas. Un buen día no es lo mismo que un mal año, aunque la historia continúe.
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