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Entrevista:Jean Echenoz

"Prefiero las vidas reales que la ficción pura"

La cita es detrás del Centro Pompidou, probablemente en el bar más bullicioso de París, y Jean Echenoz ha tomado la precaución de que su voz pueda esconderse detrás del ruido de la máquina de café y los teléfonos móviles. "Lo que me interesa es despistar, basta que haya una adherencia posible con la realidad para que el lector se deje embarcar, y después se acelera el movimiento", ha confesado una vez este hombre de apariencia amable y discreta que ganó el Premio Médicis en 1983 con Cherokee, el Premio Gutenberg del Salon du Livre de París de 1988 a "la mayor esperanza de las letras francesas", el Goncourt en 1999 con Me voy, y ha escrito once libros que han renovado el género policiaco y la novela de aventuras. Con su flamante Ravel (Anagrama), centrada en los 10 últimos años del compositor de Bolero, acaba de reinventar la novela histórica. "Jean Echenoz, nacido el 4 de julio de 1946 en Valenciennes. Estudios de química orgánica en Lille. Estudios de contrabajo en Metz. Nadador bastante bueno", según consta en una autobiografía escrita por encargo, pide un café y un vaso de agua, y aceleramos.

"Lo importante no es lo que se busca, sino los hechos que se desencadenan a partir de la búsqueda"

PREGUNTA. ¿Le molesta la etiqueta de nouveau nouveau roman?

RESPUESTA. No. La etiqueta vendría a decir que hay un movimiento que sucedió a lo que se llamó nouveau roman. Para mí no quiere decir nada. He leído a ciertos autores del nouveau roman, algunos me parecen importantes, pero no tengo la impresión de heredarlos.

P. Hitchcock le contó a Truffaut su regla para los filmes de suspense basados en la búsqueda de un objeto: los protagonistas deben ser capaces de todo, pero una vez que consiguen el objeto buscado nos damos cuenta de que no valía la pena. Es una regla que podría aplicarse a sus novelas.

R. Los filmes de Hitchcock me han marcado mucho. Esa idea ha sido el motor de mis libros. Ya en mi primera novela hay una búsqueda, pero lo importante no es lo que se busca, sino los hechos que se desencadenan a partir de la búsqueda. Es lo que Hitchcock llama el McGuffin: han robado unos planes ultrasecretos, bueno, a nadie le importa en qué consisten esos planes ultrasecretos, nunca se sabe bien qué son, lo que cuenta es la máquina que se ha puesto en funcionamiento.

P. Usted dijo en una entrevista que el tema principal de sus libros era la desaparición de un objeto o de una persona. ¿Con Ravel se abre una nueva etapa?

R. Bueno, en Ravel también hay una desaparición. Se trata de una desaparición progresiva en la enfermedad. Lo que he hecho es una tentativa de búsqueda de alguien que es inhallable. No importa cuántos libros, relatos y testimonios haya podido leer, a cada intento que hacía por acercarme, Ravel se escapaba. Y es eso lo que me atrajo. Se ha escrito mucho sobre él y hay una excelente biografía, pero lo que me interesaba era tratar a un personaje real de forma novelesca. Si tengo que pensar en una referencia, sería un libro de Marcel Schwob, Vidas imaginarias.

P. En sus novelas ha descrito el mundo del espionaje, la televisión, el mercado del arte... En una ocasión declaró que se documentaba mucho para sus libros pero luego no empleaba más que el 1% de sus investigaciones. ¿Siguió el mismo método para Ravel?

R. ¿Un 1%? Exageré. En Ravel hay cosas que no he utilizado, y a veces a mi pesar. Lo apasionante fue que al leer sobre su vida encontré situaciones muy ricas y atractivas que pensaba incluir, pero a medida que la novela avanzaba me di cuenta de que no encajaban. Por más que aparentemente fueran muy novelescas, no podía insertarlas porque habrían desequilibrado el relato.

P. El pianista Max Delmarc de Al piano parece la contracara de Maurice Ravel, que, por otra parte, no simpatizaba con los intérpretes de sus obras.

R. Cuando trabajaba sobre Al piano, me interesaba la situación del intérprete: una persona que no crea nada, sólo un técnico en cierto modo, pero es quien hace vivir una obra, la transmisión de la obra depende de él. Es una situación paradójica y angustiante. Un gran pianista francés me confesó que el gran problema de todos los intérpretes es el miedo en ese momento decisivo del encuentro con el público.

P. Usted transporta a sus personajes a países lejanos y exóticos, o bien los pasea por lugares anónimos, o por rincones de París que escapan a la postal turística. Sin embargo, el espacio no tiene ninguna influencia sobre ellos. ¿Ha conocido algún lugar que le haya marcado?

R. No lo sé... Vivir en París desde hace cuarenta años me ha marcado, sin duda. Desde mi primer libro, y en todos los siguientes, París siempre ha estado muy presente. Pero ahora que lo menciona, recuerdo que hice un viaje y, un poco por azar, me encontré en una ciudad de Perú, Iquitos. Era una ciudad tan peculiar que me dije: "Tengo que ponerla en un libro". Yo no creo demasiado en "ciudades novelescas", pero aquello era demasiado... De hecho la puse en Al piano.

P. Ha mencionado que Ravel, Faulkner y Marilyn Monroe tenían la misma estatura: 1,61 metros. ¿Por qué le atraen estos personajes?

R. Ravel y Faulkner son muy interesantes. Esa época, los años treinta, entre las dos guerras, es un momento muy sombrío, también en Europa, y al mismo tiempo una época muy rica artísticamente, con la coexistencia de movimientos muy diversos. Están los surrealistas, Faulkner allá en Estados Unidos, y en música, Ravel, Stravinsky, Debussy. Y Marilyn, bueno, es una figura emblemática, la rubia prototípica, "la gran rubia" pequeña de tamaño.

P. En Al piano crea un purgatorio con forma de hospital en el que Doris Day es enfermera, y un infierno que consiste en pasear por la propia ciudad sin poder llegar a la persona que amamos. ¿Cree que hay algo después de la muerte?

R. Soy materialista, no creo en el más allá. Pero el hospital era una imagen que me parecía apropiada para ese lugar intermedio y temido. También podría ser un liceo...

P. En Jerome Lindon [una novela sobre su relación con el editor de Éditions du Minuit, que publicó a todos los autores del nouveau roman] habla de una segunda novela que Lindon se negó a publicar.

R. Era una novela mala, aburrida. Lindon tenía razón en no publicarla. Luego me di cuenta de que no la había escrito con amor sino con una especie de voluntad de forjarme un porvenir literario, y eso no funciona así.

P. ¿Qué está escribiendo en este momento?

R. Ah, no, sobre eso no contesto. Soy supersticioso. Lo que sé es que ahora no me interesa tanto la ficción "pura", por decirlo así, encuentro más atractivo trabajar sobre vidas reales.

Ravel. Jean Echenoz. Traducción de Javier Albiñana. Anagrama. Barcelona, 2007. 128 páginas. 15 euros.

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