Las Cortes milagrosas
Mientras la VII legislatura esperaba a que llegaran los principales halcones del PP para empezar su curso, la joven diputada de Compromís Marina Albiol ya había proclamado la III República en el hemiciclo con su camiseta. Sin embargo, la tenue llama republicana fue aplastada bajo la catarata de prebostes eufóricos que arrastraba a Francisco Camps sobre la cresta como si se tratase del faraón Campsés. Venían vestidos de enterradores, pero el Grupo Socialista no estaba ni de cuerpo presente.
Entonces empezó el peloteo en la órbita del presidente. Por allí revolotearon todos los que intuyen estar en el bombo, incluso el voluminoso Luis Díaz Alperi, imputado por sólo dos causas, y su compadre Pedro Ángel Hernández Mateo, que apenas le queda una causa abierta y se había traído la televisión de su pueblo para ser entrevistado en las Cortes. Entre tanto, Milagrosa Martínez, que esperaba su entronización en la presidencia de las Cortes, ocupaba el antiguo escaño de Elvira Suanzes para marcar la diferencia.
En ese punto entró Joan Ignasi Pla sin el gotero ni la sonda, y con él todas las sonrientes piezas del dominó derribado. Mientras, José Cholbi, recortado sobre dos maceros de gala con cara de haber leído a Zenón de Citio, soltaba dos mazazos y daba paso a la liturgia para configurar la estructura de la mesa y que los elegidos, al fin, hicieran ejercicios acomodatorios sobre el sillón.
Y por allí desfilaron, entre otros, la emperatriz Rita Hito envuelta en un paño pistacho, Glòria Marcos y su cabreo rojo, Enric Morera con la satisfacción de haber escalado hasta la cima del Everest, Alicia de Miguel con su chaqueta de corazones, Isabel Escudero con el peinado recién alborotado para la ocasión, Justo Nieto y su bronceado a l'ast, Ana Michavila en acto de contrición seglar, la renovadora Pepa Frau, Esteban González Pons sin su sandía, el profeta Rafael Blasco y, como una exhalación ibicenca, Gema Amor.
Tras esta crucial procesión, la hija de la inmigración proletaria andaluza Milagrosa Martínez, subió al trono de una pieza, puso su mano sobre la Biblia y con su voz de caverna trémula declaró abierto el período y cerró la sesión.
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