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Columna
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Veintitrés Dylan y dos Madrid

Juan Urbano pensó que encontrar lo que buscas es un modo de quedarse sin horizonte, de manera que se alegró mucho de saber que Bob Dylan continuaba siendo el mismo hombre que, cuando le preguntaron por qué seguía componiendo canciones después de tanto tiempo y tantas cosas, respondió: "Será porque aún no he escrito nada que me haga dejar de escribir, como Arthur Rimbaud".

No me digan que un genio que, a estas alturas, prefiere ir a tocar al bar de la esquina antes que quedarse sentado en la cumbre de su propia montaña, no merece el Premio Príncipe de Asturias y lo que le echen.

Dylan tardó mucho en llegar a Madrid, de hecho no lo hizo hasta el año 1984, y en cuanto aterrizó en Barajas cayeron sobre él un millón de titulares de prensa en forma de buitre asiático: para qué viene ahora, es demasiado tarde, hace tiempo que perdió la inspiración, sus discos de hoy no son tan buenos como los de los sesenta, es antipático, no se deja entrevistar, no baila, no se hace fotos... Algún crítico habló de música, pero no demasiado, y a pesar de todo, aquella noche de junio que, como diría el poeta Ángel González, nadie volverá a ver jamás sobre la Tierra, Juan fue, como tantos otros, al estadio del Rayo Vallecano, vio a su dylanísima majestad cantando bajo el cielo de su ciudad y pensó que ya sí, que por fin la dictadura había acabado y España volvía a estar en el mapa. Es que los seguidores de Dylan son un poco exagerados.

En el Madrid de 1984, al que vino por primera vez Bob Dylan, era alcalde Tierno Galván

En el Madrid al que vino por primera vez Bob Dylan era alcalde Enrique Tierno Galván desde hacía seis años, y habían pasado tres desde el intento de golpe de Estado, con el asalto de Tejero y quién sabe quién más al Congreso de los Diputados, y acababa de finalizar el llamado Plan de Saneamiento Integral de Madrid, y le habían añadido al río Manzanares una colonia de peces y patos que luego dijeron los periódicos que habían desaparecido porque se los comieron los pobres... Y quedaba un año para que se aprobara, como si se inaugurase un puente al infierno, el Plan General de Ordenación Urbana; y otro año para que muriese Tierno y se formaran ante su ataúd filas infinitas de personas que, por lo visto desde entonces hasta ahora, no han vuelto a ponerse en la cola de los colegios electorales, o lo han hecho con un voto distinto en la mano. La octava maravilla que cantó Dylan en Madrid esa noche fue A hard rain's a-gonna fall, donde avisa que "un diluvio terrible está a punto de caer", pero quién sabe si lo haría sólo por casualidad. En cualquier caso, acertó en parte, porque dentro del PSOE aún no ha dejado de llover.

El año 1984 está muy lejos y el Bob Dylan que ayer ganó el Premio Príncipe de Asturias ha cambiado mucho, al menos 23 veces, una por año, porque aunque hay quienes lo han llamado el Picasso del rock & roll y Picasso dijo aquello de "yo no busco, encuentro", al gran poeta / camaleón norteamericano lo que le gusta es ser otro, siempre otro, igual que a su admirado Rimbaud, que hizo de esa frase su única bandera. En cuanto a Madrid, nuestra ciudad sólo cambió una vez de partido, pero hasta hoy y con tanta decisión que hay quien empieza a pensar que fue para siempre jamás, amén.

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Sea con quien sea al mando, España y su capital ya no han vuelto a salirse del mapa, y Bob Dylan ha caído por aquí muchas otras veces y ha dado conciertos en espacios grandes, medianos y pequeños, algunos tan maravillosos como el de la sala La Riviera, en 1995, o los dos del Palacio de los Deportes, en 1989 y en 1999. Las cosas son lo que son, pero también son lo que significan, y que la visita de alguien tan excepcional como él sea una cosa normal es un buen síntoma.

Juan Urbano se fue para casa silbando entre dientes canciones de Bob Dylan y con la esperanza de que cuando venga a recoger el Premio Príncipe de Asturias, aproveche el viaje y haga una gira por España, con parada, como casi siempre, en la capital, dicho sea sin ánimo de ofender. Si lo hace, las montañas de Madrid, de las que habla en una de sus canciones, volverán a recibirlo con el mismo calor de las otras veces.

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