El verdadero reto de los países musulmanes
La división entre el mundo musulmán y Occidente se ha convertido en el gran asunto de nuestra época. Ha sucedido a la guerra fría como problema estratégico de interés mundial, Los atentados terroristas del 11 de Septiembre de 2001 y la invasión de Irak y Afganistán, así como la cuestión palestina, han creado la sensación de que existe un choque de civilizaciones.
El enfrentamiento entre el mundo musulmán y Occidente está teniendo enormes costes políticos, económicos y de seguridad en ambos lados. El coste humano es especialmente espantoso en el lado musulmán. Tanto a Occidente como los países musulmanes les interesa acabar con la confrontación, y todos debemos trabajar juntos para conseguirlo.
En la asamblea del Fondo Económico Islámico Mundial, celebrado en Malaisia, dirigentes musulmanes de países tan distintos como Pakistán, Kuwait e Indonesia me han permitido que les explicara mi visión de una nueva "Agenda Económica para el Mundo Islámico", que debe ser una pieza central en nuestros esfuerzos para afrontar las raíces del malestar en nuestros países, ayudar a nuestros ciudadanos y, de esa forma, abordar las causas de descontento que constituyen el caldo de cultivo para el terrorismo.
La atención tan desmesurada que se presta a la relación política de los países musulmanes con Occidente puede hacer que desviemos la atención de otros problemas sociales y económicos todavía más importantes. El paisaje musulmán que se extiende desde Marruecos hasta Mindanao es más variado de lo que suelen imaginar los comentaristas occidentales. Existen países pacíficos, con una población acomodada, sana y culta. Por desgracia, son muchos más los países y las regiones que padecen subdesarrollo, pobreza y agitación.
Aproximadamente 31 de los 57 Estados miembros de la Organización de la Conferencia Islámica figuran entre los países menos desarrollados, entre ellos los que ocupan los cinco últimos lugares de la lista. Los índices de desempleo son el doble de la media mundial, casi la tercera parte de la población es analfabeta y las mujeres sufren muchas desventajas. Este nivel de atraso y carencias económicas contribuye a alimentar todo tipo de males sociales y hace que sea más fácil reclutar terroristas.
El mal gobierno es una característica común a muchas zonas del mundo musulmán. La opresión política, la violación de los derechos civiles y políticos y la corrupción aquejan a muchos países. También forman parte del paisaje musulmán el extremismo y la militancia, debido a factores en gran medida internos, pero también, a veces, externos.
Lo que hace falta es un firme compromiso común de erradicar la pobreza, el analfabetismo y el desempleo en los países musulmanes. Ésas son las auténticas amenazas tanto para el mundo musulmán como para el occidental. Si la gente siente que hay oportunidades económicas y determinación, tendrá muchas menos probabilidades de dejarse seducir por los grupos terroristas.
El mundo islámico se enfrenta a numerosos retos y debe abordarlos como es debido. Los más graves son los retos internos, y a ellos hay que prestar la mayor atención. Los países musulmanes deben hacerse responsables de su propio destino si quieren obtener el respeto necesario que les permita ocupar una posición digna en la comunidad internacional. Mientras no sean económicamente fuertes, políticamente viables y socialmente resistentes, seguirán marginados del resto del mundo, vulnerables a la explotación, la división y la dominación.
El desarrollo, por tanto, debe ser una prioridad absoluta para todas las comunidades y todos los países musulmanes. No se trata sólo de mejorar los niveles de ingresos, la vivienda y las instalaciones sanitarias. Se trata también de lograr una sociedad educada e informada, un sistema político representativo que otorgue una voz real al pueblo, la desaparición de las peores desigualdades, una administración eficiente y honrada y el compromiso de establecer el imperio de la ley. No puede decirse que un país es desarrollado hasta que en él se consiga hacer respetar los derechos, dotar de poder a las mujeres, proteger a las minorías y erradicar la corrupción.
Occidente puede ayudar a los países musulmanes a alcanzar estos objetivos. Le interesa hacerlo, entre otras cosas, porque es la mejor forma de contrarrestar el extremismo violento y cerrar las divisiones que lo alimentan. Pero además ha llegado la hora de que otros dirigentes mundiales reconozcan que los musulmanes, en su mayoría, comparten sus esperanzas de un mundo próspero y pacífico. Los líderes musulmanes están empezando a asumir la responsabilidad de modernizar sus respectivas sociedades. Malaisia va a seguir dando ejemplo. Eso, y no el nihilismo del terrorismo internacional, constituye la forma más genuina de liberación, y pido a todos los líderes mundiales que le den su apoyo.
Abdullah Bin Haji Ahmad Badawi es primer ministro de Malaisia. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
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