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Crónica:
Crónica
Texto informativo con interpretación

El hombre y la máquina

El zumbido de los motores ya es ensordecedor a 300 metros del circuito de carreras de Montmeló. Y, una vez dentro, el ruido está en todas partes: en el aparcamiento, en el baño; los tubos de escape atruenan el aire como un enjambre de avispas gigantes a punto de atacar. Pero no se asuste. No son violentas. Ellas sólo quieren un poco de amor.

El de las motos es un mundo de hombres, y las máquinas son adoradas como mujeres. En el paddock de Montmeló, una Ducati llamada Alice está enmarcada en rojo para su admiración, como una Venus. En un catálogo, Yamaha asegura que las "esculturales formas" de la YZF-R1 "alimentan tus sentidos con tan sólo contemplarla". Y exhorta: "Mira la potencia, siente la potencia". En una tienda, una camiseta explica por qué las motos son incluso mejores que las féminas. ¿Razones de peso?: "Con nada que las tocas se ponen a cien" y "puedes montarlas como quieras".

Bicampeón mundial y héroe indiscutido de Montmeló, Dani Pedrosa es un fenómeno publicitario

Aunque no todas las tiendas son tan explícitas, la zona comercial del circuito está claramente concebida para caballeros. Hombres de todas las edades se aglomeran en el local de Playstation haciendo cola para jugar. Dos tiendas más allá, una chica sugerentemente vestida de valquiria invita a los visitantes al poblado vikingo de cerveza Buckler, donde pueden probar su fuerza con un martillo. En la carpa de Gillette, una chica guapa afeita personalmente a los voluntarios. No se preocupe, la chica usa protección: les toca la cara con profilácticos guantes de látex. Y una vez afeitados, les permite subirse en una moto Yamaha.

Esas marcas -y otras tan ajenas al motociclismo como Manpower y Lee- son el verdadero motor de las carreras. Se necesita mucho dinero para poner todo esto en marcha, y casi todo proviene de los auspiciadores, que venden a un público el sueño de parecerse a sus héroes y de retozar con sus máquinas preferidas.

La necesidad de que todas las marcas sean bien visibles es la causa del aspecto de los motoristas, esa mezcla de astronauta y árbol de Navidad. Algunos de los campeones llevan una cámara de televisión en la parte posterior de la moto, y eso les aporta a sus culos un valor de ventas especial. La mayoría de los traseros profesionales son propiedad de Bridgestone o Repsol. Sólo los grandes líderes pueden firmar sus glúteos. El de Valentino Rossi proclama el apodo de su extravagante dueño: The Doctor. Sin embargo, el culo más cotizado, el que todo el mundo quiere ver en Montmeló, dice sencillamente Pedrosa.

Bicampeón mundial y héroe indiscutido de Montmeló, Dani Pedrosa es un fenómeno publicitario. Protagoniza anuncios de gafas de sol, teléfonos y bebidas de chocolate. Cada juego de vídeo que juega, cada chupa chups que se lleva a la boca, es una millonaria fuente de ingresos.

Como la mayoría de las estrellas de este deporte, Dani corre desde que era un bebé. La edad mínima para competir en 125cc es de 15 años. Eso también forma parte de la masculinidad del juego. Los adolescentes no tienen noción del riesgo: pueden acelerar al máximo, porque nunca se les ocurre que puedan morir. Durante los entrenamientos del viernes, por ejemplo, Dani se sale del circuito. Rueda por el suelo y apenas consigue escapar de su propia moto, que da varias vueltas en el aire hasta estrellarse. Sin dudar un segundo, Dani regresa al box por su propio pie, coge su moto de repuesto y continúa. No tiene tiempo para matarse, tiene que ganar una carrera.

Su Honda recibe más cuidados que él. Se la llevan entre cuatro mecánicos, como a un toro muerto en el ruedo, y la meten en el box. Ahí la miman, incluso la escuchan. Las motos de carrera llevan incorporada una especie de caja negra. Enchufadas a un ordenador, cuentan sus penas y sus sufrimientos: en qué curva les fue mejor, dónde falló la resistencia de las ruedas, qué hizo falta para acelerar un poco más. El domingo, día de la carrera final, Dani se reencuentra con ella. Tiene más estabilidad, pero le cuestan las curvas de izquierda. Como dos buenos amantes, él y su máquina se van conociendo poco a poco.

Sin embargo, no todos tienen un matrimonio feliz. Ese mismo domingo hay escenas tristes: Mattia Pasini pierde el control en una curva. Tras la caída, no se toma el tiempo para averiguar si está herido. Se levanta y se pone a patear y gritarle a la máquina. Los mecánicos tienen que separarlo de ella mientras vocifera y se lamenta. Ella lo ha traicionado. Más adelante, otro motorista se sale de la pista y se arroja al suelo para llorar con desesperación.

Es lo que tiene el amor cuando es sincero: te da placer pero te lo cobra con dolor.

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