_
_
_
_
Reportaje:Fútbol | 37ª jornada de Liga

El abrazo de Garrapinillos

Capello y Calderón finalizaron en Zaragoza cuatro meses de divergencias con un encuentro que apunta a la permanencia del entrenador

El aeropuerto de Zaragoza, en el barrio de Garrapinillos, fue el escenario de la reconciliación entre Capello y Calderón después de cuatro meses de divergencia. El reencuentro del jefe del vestuario con el presidente del club, el domingo de madrugada después del partido que enfrentó al Madrid con el Zaragoza (2-2), puso término a una época en la que la plantilla y la presidencia caminaron por sendas separadas. Desde que supo que Calderón le buscaba un sustituto, y que había establecido contactos con Bernd Schuster, el entrenador italiano se había aislado en la ciudad deportiva de Valdebebas. Alejado de las labores estratégicas que un día le convirtieron en el hombre más poderoso del club, Capello se dedicó exclusivamente a entrenar. La nueva situación coincidió con la recuperación del equipo. Hasta ayer, Calderón y Capello no habían hablado más que para saludarse el día que se cruzaron en la plaza de Las Ventas para ver la corrida de los toros de Alcurrucén.

"¡Capello, quédate!", le gritó la multitud en Barajas. Él, emocionado, saludó como el Papa
El técnico quiere seguir en el Madrid y el presidente no está seguro de despedirlo
Más información
18 segundos que deciden una Liga
"Ojalá se quedara Beckham"

El presidente del Madrid llegó a la terminal de Zaragoza por delante del autobús de los jugadores. Calderón estaba solo. Iba apenas compuesto en su traje azul, después de una celebración que le llevó a dar media vuelta por La Romareda bajo la lluvia de una tormenta eléctrica. Entonces lo vio Capello.

"¡Presidente, presidente!", le gritó el técnico. La llamada del italiano, con la voz rota por una noche dando órdenes, tuvo un toque dramático. Calderón no se sobresaltó ante la aparición ruidosa del hombre que le había retirado la palabra. Capello fue en su busca, a paso firme. Los guardias civiles del aeropuerto, apostados frente al detector de metales, asistieron al encuentro con curiosidad. Ambos actores lo sellaron con un abrazo y muchos parabienes. Se felicitaron del logro obtenido. La Liga está en manos del Madrid. Por primera vez en mucho tiempo, aumentaron las posibilidades de que Capello permanezca en el banquillo del Madrid la próxima temporada. Él quiere quedarse y el presidente no está seguro de que deba despedirlo.

"En este trabajo el entrenador está siempre solo", dijo Capello a lo largo de los últimos meses. "Yo trabajo solo con mis ayudantes". El mensaje era un reproche a Calderón. El italiano consideraba que el presidente fue culpable de haberle desautorizado al reunirse con Schuster en secreto. Calderón acordó con el entrenador del Getafe que se haría cargo del equipo a partir de junio. En enero, cuando tuvieron lugar aquellos contactos, la continuidad de Capello en el club era tan improbable para él como para los directivos. "Parecía superado", recordó ayer un dirigente. Tan abrumado estaba el técnico que el 19 de febrero puso su cargo a disposición de la junta en un gesto más formal que sustancial. Desde entonces, Capello hizo del vestuario su fortaleza. Resulta paradójico que durante meses el mensaje que le sirvió para arengar y cohesionar a los jugadores tuviera en los dirigentes del club, y en Calderón en especial, a la figura del villano. "¡Yo no he diseñado listas negras!", les decía el entrenador a los futbolistas; "¡son ellos los que han hablado de listas negras! ¡Yo creo en vosotros! ¡Pero recordad que en esto estamos solos, vosotros y yo!".

En el plano meramente técnico, Capello no es el entrenador más perspicaz del planeta. Ni mucho menos. Sus jugadores son los primeros en advertir lagunas. Sin embargo, todos coinciden en una cosa: "Es un motivador muy bueno". Cuando se trata de tocar el nervio de sus hombres, el entrenador friulano es un estilete. Exaltando su papel de víctima del presidente hizo que los jugadores sintieran que era uno de los suyos. Con gran astucia, supo dirigir una situación desfavorable hasta convertirla en ventajosa. Perdió influencia dentro del club pero la ganó en el vestuario.

Cuando la comitiva aterrizó en Barajas, con Calderón y Capello al frente, se encontró con una multitud de unos cien hinchas. Exaltados, blandiendo banderas españolas y del Madrid, los seguidores recibieron al grupo al grito de: "¡Eto'o, cabrón, saluda al campeón!". Al ver a Capello acomodándose en el primer asiento del autobús, junto a sus ayudantes, Italo Galbiati y Massimo Neri, la turba empezó a entonar un cántico improvisado con la melodía de un popular himno irlandés, Johnny I hardly knew you, ahora de moda gracias a un anuncio de coches. "¿Escucháis lo que están cantando?", avisó Neri a Capello.

"¡Capello quédate / Capello quédate / Capelloooo quédateeeeee...!", cantaban.

Emocionado pero contenido, como el Papa, el técnico alzó el brazo tímidamente y movió la mano saludando a sus admiradores pegados a la ventanilla.

Capello da instrucciones durante el partido en Zaragoza.
Capello da instrucciones durante el partido en Zaragoza.AP

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_