El eclecticismo amable de la noruega Hanne Hukkelberg llena en Santiago
La poeta Oriana Méndez habló anteayer, en la presentación de su libro Derradeiras conversas co capitán Kraft, de la necesaria "demolición de lo suave". Quizás se refería a esa suavidad, entre amable y empalagosa, que además de en cierta poesía, también anidó, casi a la misma hora, en el Salón Teatro de Compostela durante la actuación de la noruega Hanne Hukkelberg. El aforo prácticamente lleno de la sala confirmó, con todo, el éxito de la nueva etapa en la capital gallega del colectivo vigués Sinsal.
Incluso en los momentos de mayor intensidad del concierto, cuando el pop-jazz de la banda se acercaba a la descoyuntamiento melódica y recordaba que algún día la bella voz de Hukkelberg sirvió al free jazz, la ausencia de escozor dejaba una impresión de "música para los ángeles". La alargada sombra de los penúltimos elepés de Björk -sobre todo Vespertine, de 2001- resultó inevitable cuando los ecos electrónicos hicieron acto de presencia. La similitud vocal de las dos nórdicas, que en el caso de los registros graves de Hukkelberg la acercaban igualmente a aquella cantautora soul y blanca de los sesenta, Laura Nyro, ayudaba a establecer los puentes obvios con la musa de alguna modernidad.
La propuesta de Hukkelberg pasa por el cabaret berlinés de Kurt Weill, las guitarras post-rock, el jazz-pop o la canción electrónica. El resquemor surge al comprobar que este eclecticismo junta fórmulas interesantes pero no las revuelve. Versiones de Pixies y Kinks despidieron, ante el visible entusiasmo del respetable, un bolo que, de cualquier manera, no molestó a nadie.
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