_
_
_
_
Reportaje:

El teatro atrapado por la cola

Si tuviéramos que ver qué convierte al happening en una técnica de expresión central en la historia del arte del siglo XX, recobraríamos la extrañeza que produce aún hoy, incluso si esa originalidad ha servido como refugio de su propia ruina. El pasado 11 de marzo, el antiguo ministro de Cultura francés, Jean-Jacques Aillagon, echó a suertes el nombre del candidato a la elección presidencial que iba a apadrinar. Le Monde calificó ese recurso al azar de "happening electoral". En la exposición Un teatro sin teatro, vemos registradas en un vídeo las Singing Sculptures de Gilbert & George, encaramadas en el pedestal de una mesa de aula escolar, con la cara cubierta de pintura dorada y canturreando con un hilo de voz el song de una opereta de Gilbert & Sullivan mientras Monsieur Teste, de parte de Marcel Broodthaers, lee plácidamente la revista Life. Entre el recurso a los dados y las "esculturas cantantes" han pasado casi cuarenta años, pero si en el caso de la pareja británica las posibilidades del juego teatral le resultan al espectador constantemente insinuadoras, con el ex ministro francés sentimos como si una gran masa de almas se disolviera en el fondo de un cubilete. La dadaización de la política ha condenado el happening a la autodisolución, al fundido definitivo en la escena pública.

Es la exposición del año en España, pero no tendrá mucho éxito popular por su gran densidad

La exposición del año en España tiene lugar desde hace unos días en el Macba; sin embargo -lo adelantamos ya- no tendrá un gran éxito popular, por la sencilla razón de que es una muestra de gran densidad que busca revisar el estatuto de documento y que, por si fuera poco, rivaliza con cierta modernidad recalcitrante segura en la creencia de que todo lo producido en el arte occidental, desde Picasso hasta los ochenta, ha de ser irremisiblemente objetual, la confirmación del culto al artista y la condena a la penumbra de la experiencia del espectador. En Un teatro sin teatro no se invita al visitante a lanzarse por un tobogán (las cosas más inesperadas pueden suceder en los museos ingleses); pero tampoco se queda corta en la visita a los autores que encajan en la historia del vanguardismo: Picasso, Tristan Tzara, Moholy-Nagy, Schwitters, Oskar Schlemmer, Gómez de la Serna, René Clair, Apollinaire, André Breton, Marinetti, Man Ray, Maruja Mallo, Meret Oppenheim o Picabia, hasta alcanzar el momento conceptual con la sustracción del artista (la muerte del autor) y la teatralización exacerbada de las instancias del arte: Daniel Buren, Guy Debord, Beuys, Fahlström, Ben Vautier, Wolf Vostell, Warhol, Dan Graham, James Coleman, Lawrence Weiner, Pistoletto, Carl André, John Cage, Robert Morris...

Un total de seiscientas obras distribuidas impecablemente a lo largo de dos plantas justifican la consistencia y sincronía de la tesis de Un teatro sin teatro, la que coloca al sujeto en el escenario del arte y lo vincula a la "acción" artística, desde las vanguardias al minimalismo, posminimalismo -uno de los ámbitos más interesantes- pasando por el accionismo situacionista, el letrismo, Gutaï, Fluxus, el happening y las performances. La artesanía del cabaré, la agit-prop soviética, la ópera, el rock and roll, el punk y las subculturas, las marionetas, el ritual y el desfile carnavalesco han transformado el arte en ese escenario "otro" de la práctica dramática, donde se establece un "estatuto" (no escrito) totalmente revolucionario que sienta las bases de las nuevas categorías de la creación artística: la crítica del escenario clásico y de sus convenciones de percepción, el abandono de la "visualidad" como única categoría de creación de sentido, la afirmación de la artificialidad como espacio posible de lo real y la crítica al marco institucional.

Las escenografías constructivistas (Vsevolod Meyerhold) y la apertura del concepto de escena a partir de un análisis geométrico de las formas corporales (Oskar Schlemmer) provocarán la pantomima (ese "hablar anterior a las palabras") de Antonin Artaud. Tadeusz Kantor y Samuel Beckett dieron vida a un teatro con nuevas máscaras, en un intercambio sin precedentes entre actor y espectador, y una semiotización del espacio que arrastra al texto a un paradero desconocido. Su legado es hoy bien visible en autores como Allan Kaprow, Boltanski, Nauman, Coleman, Dan Graham, Mike Kelley y Tony Oursler.

El inicio y clausura de Un tea

tro sin teatro son toda una declaración; se abre con las imágenes documentales del entierro de Durruti y termina con la obra firmada por James Coleman So different... and yet (1980), un vídeo de casi una hora que produce una curiosa tensión entre "la modelo" y el espectador a través de la presencia de un cuerpo femenino como tema obsesivo y oblicuo y una nueva concepción del espacio, tema caro para Artaud, quien ya en El teatro de la crueldad abogaba por un uso de la voz equiparable a cualquier otro elemento de la representación. En So different... and yet vemos que la palabra se incorpora a la obra como un elemento más, interactuando en equivalencia con el resto de los elementos. Una imagen provocadora, que ejemplifica el deseo de Coleman de convertir al espectador en antivoyeur. El teatro atrapado por la cola.

El deseo atrapado por la cola es un texto teatral escrito por Picasso en 1941 . Un teatro sin teatro. Macba. Plaça dels Àngels, s/n. Barcelona. Hasta el 11 de septiembre. Comisarios: Bernard Blistène, Yann Chanteigné y Pedro G. Romero.

Imagen del vídeo &#39;So different<i>...</i> and yet&#39; (1980), de James Coleman.
Imagen del vídeo 'So different... and yet' (1980), de James Coleman.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_