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Reportaje:Tenis | Roland Garros

"¡No tan rápido!"

Ante un público que pedía más partido, Nadal arrolla en tres 'sets' a su amigo Moyà y jugará las semifinales ante Djokovic

Dos torbellinos barrieron ayer Roland Garros. Uno, viento malo, viento fuerte, levantó la arena de la pista central y frenó bola a bola, tiro a tiro, el juego de Carlos Moyà. El otro, tenista duro, tenista potente, remató al mallorquín sin sutilezas. No hubo amigos en la central de París. Hubo un tenista firme. Un jugador insensible. Un campeón, Rafael Nadal, que ayer dejó los sentimientos de la grada resumidos en un solo chillido: "¡No tan rápido!".

No tan rápido el desguace, le pedían en español. No tan rápido el paseo. No tan rápido el agravio. No tan rápida la avería, la destrucción, la velocidad de una última manga que Nadal venció por 6-0 en sólo 33 minutos. El español ya está en semifinales, donde le espera el serbio Novak Djokovic, vencedor ayer del ruso Igor Andreev. Nadal no ha cedido ni un set en lo que va del torneo. Y si gana mañana al peligrosísimo tenista serbio, que marcha por París como un cohete, se plantará en su tercera final de Roland Garros en otras tantas participaciones.

"No creo que el 6-0 sea doloroso, ni para él ni para mí", reflexionó el bicampeón de Roland Garros tras el partido. "No hay ninguna falsedad. No tengo por qué forzar un abrazo tras una derrota. No tengo que demostrar con un abrazo que somos amigos. No es el mejor momento. Simplemente, siempre intento dar lo mejor", continuó. "Los dos empezamos con dudas, especulando. Luego tuve suerte, porque el partido cambió tras el primer set. Yo me solté y él cometió más errores".

El encuentro empezó a jugarse en los recuerdos. Nadal y Moyà se conocen cada gesto. Cada golpe. Los dos se tantearon durante nueve juegos, midiéndose y evitando el cuerpo a cuerpo. Había más que respeto entre ellos dos. Había superstición. Fallos. Golpes perdidos. Tenis menor. El partido buscaba jugador que le pusiera nombre. Pudo ser Moyà. El mallorquín avisó agarrado al látigo de su derecha. Buscó el encuentro. Aprovechó que Nadal vivía como los malos toros, aculado y pegado a la valla, cediendo metros de pista. No apuntilló cuando pudo. Y desató el torbellino.

"Cuando me he soltado he estado a un gran nivel", resumió Nadal. Soltarse fue abrirle la puerta a un huracán. Despejar la pista, los problemas, esas dejadas que con tanta delicadeza le lanzaba Moyà, a base de golpes. Desarbolar a su rival a pelotazos. Dejar el partido decidido, muerto, y buscar más y más, sin miramientos, frío, competitivo, insaciable como un caníbal.

Y llegó el último juego. Nadal mandaba dos sets y cinco juegos arriba en la tercera manga. Servía Moyà, Charly, el tenista que le ha dado tanto, su padrino, su amigo, su guía. Nadal no tuvo piedad. Nadal no pensó en la amistad. Nadal tuvo clase y picardía; golpes duros; aguante; y un pelín de mala uva por no perdonarle el servicio a un amigo con el partido absolutamente decidido. Frente a eso, Moyà no tuvo respuesta. El mallorquín, sin embargo, está para dar guerra. Mantiene el toque, el saque y la ilusión. Ya no es el tenista saciado y satisfecho en el que le convirtió, según cuenta, ganar la Copa Davis. Moyà vuelve a tener hambre. Nadal vive hambriento.

"No aproveché las pocas oportunidades que tuve", explicó el ex número uno, que dejó el partido sabiéndose observado desde la grada por el actor malagueño Antonio Banderas. "No estoy feliz de la forma en que jugué. Tras los siete o nueve primeros juegos, Rafa empezó a jugar largo, profundo. Es difícil atacarle. No pude plantarle cara, siendo honesto. Cada año mejora su juego", continuó. "Ya predije que amistad no habría. Rafa ha sido superior. Me ha sido imposible ganar un juego en contra del viento. Estoy decepcionado. No me voy contento. Me reprocho el haber perdido sin hacer mi juego en las oportunidades que he tenido. Rafa ha fallado muy poco, ha tirado muy fuerte y muy pesado. Es muy difícil meterle mano por alguna parte".

Nadal ya está en semifinales. Ahí le espera Djokovic, un tenista de otra pasta, superlativo y crecido. Mientras tanto, el dominio del español en el torneo es tan apabullante que tiene a la grada aburrida, dividida entre el jolgorio de la ola en un estadio y la posibilidad de sestear al sol de la tarde durante sus encuentros. En París, si juega Nadal, se ve poca pelea sobre la pista. En París, si juega Nadal, se ven victorias aplastantes. En París, si juega Nadal, se escucha un chillido: "¡No tan rápido!".

Moyà saluda a Nadal tras su partido de cuartos de final.
Moyà saluda a Nadal tras su partido de cuartos de final.EFE

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