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Juan Cruz afirma en Cádiz que "el periodismo es un vicio parecido al amor"

En la casa de la infancia de Juan Cruz (Puerto de la Cruz, Tenerife, 1948) no había que leer. Sólo unos prospectos de medicamentos. Y un único recorte de prensa sobre un suceso ocurrido en Las Palmas. El escritor, adjunto a la dirección de EL PAÍS, sació el ansia periodística, nacida muy temprana, con la lectura de artículos que iba encontrando por el suelo. Y con la radio. "Me cambió la vida. Me dio la sintaxis". Cruz habló ayer de periodismo en Cádiz, durante la presentación de su libro Ojalá octubre (Alfaguara). "Es el vicio más parecido al amor", reconoció.

El autor habló también de su padre. Aquel al que le pidió cosas que leer para responder a sus prematuras ganas de periodismo. El recuerdo de su progenitor fue el germen de esta novela, un recorrido por aquellos años de infancia en su barrio tinerfeño de posguerra, el de las gentes humildes, casi lacayas, sin derechos a reclamar. El barrio de las "papas fritas" a las que acompañaba la carne sólo los domingos. Cruz veía de pequeño una montaña en su pueblo que le simbolizaba el fin del mundo mientras leía al Padre Coloma, a Verne o a Dickens. Cambió el dinero que le dieron para unos pantalones para comprarse una colección de Unamuno. "Mi madre no me regañó porque temía mis ataques de asma". En su visita a la Asociación de la Prensa de Cádiz, se refirió a esos libros que le marcaron, aquellos que a los que volvería como decidió volver a su padre para escribir su nueva novela. "Él firmaba como un ejecutivo pero nunca fue nada", dijo. Después, requerido por el público, aclaró que su padre nunca fue nada de lo que soñaba ser. "Tenía una camión con el que se sentía poderoso pero nunca salió de Tenerife. Se creyó indestructible pero acabó en un hospital". La mirada desoladora que le ofreció su padre desde la cama provocó Ojalá octubre. "Este libro es una respuesta, aunque incompleta, porque nunca se responde del todo a esa mirada".

Cruz relató que muchos lectores se le han acercado para compartir con él aquellos tiempos de miseria y humillación que provocó la posguerra. Alertó del franquismo y de sus nuevas modalidades imperantes hoy. "Hay muchas señales", advirtió y, entre risas, puso como ejemplo que la habitación de su hotel gaditano se llama Queipo de Llano.

Juan Cruz fue arropado por una presentación llena de elogios. La periodista Lalia González-Santiago, directora de La Voz de Cádiz, destacó la intensidad y melancolía de la obra y la sencillez y honestidad de su autor. Ambos conversaron sobre la profesión compartida. "El periodismo es una fuente de anhelos, es el vicio más parecido al amor, aunque, al decirlo, piensen que estamos zumbados". Aunque su última novela es un viaje cariñoso y respetuoso por la memoria paterna, ayer reconoció que su padre nunca quiso que fuera periodista. Y recordó una frase que le dijo un día. "Juanillo, los periodistas siempre llevan los calzones rotos".

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