Malas calles
Callejeros (Cuatro) ha dedicado tantos reportajes a los estragos de la droga que nunca sé si el que se emite es nuevo o viejo. En todo caso, el del viernes, titulado Próxima parada y elaborado por la reportera Alejandra Andrade, tuvo momentos tremendamente dramáticos y, sin embargo, reales como la vida misma. Siguiendo las andanzas de los toxicómanos (drogas, alcohol, pastillas) por distintos trenes y autobuses se suceden testimonios que dan fe de las dimensiones elefantiásicas de un problema (el consumo masivo de estupefacientes de distinta índole sin control sanitario y con el consiguiente deterioro físico y social) que las autoridades siguen negando o, en el mejor de los casos, tratando sin los medios adecuados. En el pueblo de Pitis, en la periferia madrileña, los toxicómanos acuden en peregrinación a un poblado-supermercado y, una vez comprada la droga, roban las gomas de los parabrisas de los coches para usarla como sujeción para pincharse. Es uno de esos detalles que no pueden inventar ni el sensacionalismo ni un buen guionista.
En los últimos treinta años habremos visto cientos de reportajes parecidos a éste y, sin embargo, el deterioro sigue, cada vez más masivo, cada vez más implacable, cada vez más descontrolado. Sale un toxicómano que ha salido de permiso penitenciario y que presume de ser vanidoso, de vestir Emidio Tucci y de que la droga que consume le permite acceder a la libertad que no le tiene miedo a la droga. El contraste entre la rotundidad de sus palabras y la vulnerabilidad de su aspecto resulta más instructivo que cualquier discurso o sermón. Luego vemos a adolescentes al borde del coma etílico o montados en una noria pastillera invadiendo los trenes que, de madrugada, salen de la estación de Sabadell. Nadie paga el billete, hay broncas, malos rollos y, sumando todas las aproximaciones que ha ido haciendo este programa, uno acaba deduciendo que la calle dejó de ser un lugar seguro hace mucho tiempo. O, por ser más precisos y menos sensacionalistas, algunas calles.
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