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Crónica:NUESTRA ÉPOCA.
Crónica
Texto informativo con interpretación

La 'aventura' de viajar a EE UU

Unos cien millones de personas figuran en una base de datos en un lugar no revelado

Timothy Garton Ash

En la pared del consulado, en la Embajada estadounidense en Londres, vi proyectadas una serie de instantáneas. Procedían de una base de datos situada en algún lugar de Estados Unidos, y mostraban mi rostro -con las ojeras y el cansancio del vuelo transatlántico- tal como lo había captado la cámara del Departamento de Seguridad Interior, en el control de pasaportes, en cada una de mis entradas en Estados Unidos desde 2004. Junto a mi nombre, unas palabras: "Status de seguridad: No Desfavorable".

Según las informaciones más recientes que me ha suministrado la embajada, en esa base de datos -situada en un lugar no revelado- figuran en la actualidad unos cien millones de personas. El año pasado, la cifra que me dieron fue de unos sesenta millones. A este paso, de aquí a 10 años tendrán archivado el rostro de una buena parte de la humanidad.

En el informe de la comisión sobre el 11-S se puede leer con detalle cómo los que cometieron aquellos atentados habían obtenido sus visados
Hay unos 400 millones de entradas anuales por las fronteras terrestres, muchas de ellas de trabajadores. Los controles con México y Canadá se endurecen
En el curso 2003-2004, el número de estudiantes extranjeros matriculados en universidades estadounidenses descendió por primera vez desde 1971

No sólo están nuestras caras, sino nuestras huellas dactilares. Cuando uno va a Estados Unidos con un visado de intercambio académico, como hago yo todos los años, tiene que ir cada vez a la embajada y dejar que le tomen las huellas y que vuelvan a entrevistarle. Cuidado con hacerse un corte en el dedo la noche anterior, porque si el corte hace que la huella no coincida, hay que volver a casa y esperar a que cicatrice. Después de rellenar varios formularios, uno de los cuales pide los números de teléfono de padres y hermanos (me imagino la llamada: "¿Tiene o ha tenido usted un hijo llamado Timothy?"), hacerse una nueva foto de pasaporte de formato especial y pagar, no una, sino dos considerables cantidades de dinero, uno recibe una severa carta en la que le advierten que quizá tenga que esperar delante de la embajada con tiempo "inclemente" y le dicen que no lleve teléfono móvil (se puede guardar en la consigna de una estación, sugieren). En mi carta decían que contara con unas tres o cuatro horas para completar el proceso.

En la fortaleza que es la Embajada de Estados Unidos en Londres desde los atentados del 11-S, hay que pasar por una cabina en la que el chequeo de seguridad corre a cargo de empleados británicos. Cuando fui esta última vez, esos empleados británicos estaban siendo innecesariamente groseros con un visitante norteamericano al que acababan de estropear una valiosa pluma estilográfica. Una vez dentro, hay una amplia sala, del tamaño de dos pistas de tenis, con filas y filas de gente sentada en sillas, como zombies, esperando a que salga el número de su ticket en la pantalla electrónica. Si el dedo sin cortar pasa el examen de la ventanilla número 13, hay que volver a sentarse para esperar a que a uno le llamen para entrevistarle en la ventanilla número 23, antes de volver a hacer cola para pagar otra cantidad por el mensajero que llevará el pasaporte a casa. La escena me recordó un verso que leí una vez en un poema sobre la vida en Europa durante los años treinta: algo como "aquellos cuyo domicilio eran los pasillos de Europa / mientras esperaban a ser interrogados sobre su falta de culpa". Salvo que esos pasillos, ahora, son los de un consulado estadounidense.

Visados

Que quede clara una cosa: con todo lo tediosos que son esos procedimientos, entiendo a la perfección por qué los ha implantado Estados Unidos. En mi ejemplar del informe de la comisión sobre el 11-S puedo leer con detalle cómo los hombres que cometieron aquellos atentados habían solicitado y obtenido sus visados. Estaba justificado que endurecieran los trámites.

Aun así, uno puede preguntarse sobre la eficacia de esa red de seguridad tan vasta y de tecnología tan compleja, puesto que todos los años viajan de Gran Bretaña a Estados Unidos tres millones de personas sin visado, gracias al programa de exención para turistas. Además, la gran mayoría de las entradas en Estados Unidos no se lleva a cabo por aire ni por mar, sino por tierra, desde México y Canadá. El cónsul que tenía mi colección de retratos involuntarios en su ordenador me dijo que se calcula la abrumadora cifra de 400 millones de entradas anuales por las fronteras terrestres, muchas de ellas de gente que va a diario a trabajar (es decir, que el número total de visitantes es inferior al de entradas). Los controles con México y Canadá también están endureciéndose, pero, al parecer, muchos de esos visitantes siguen entrando sólo con mostrar algún tipo de carné al funcionario de la cabina, que les deja pasar en su coche sin más. Es decir, hay un ansia de perfeccionismo a la hora de controlar la parte menos abultada y un auténtico coladero en el control de los más numerosos. Pero comprendo que había que empezar por algún sitio.

A lo largo de los años, he notado ciertos esfuerzos para hacer que el procedimiento sea un poco más sencillo, facilitando la cum-plimentación de formularios por Internet y el pago con tarjeta de crédito por teléfono. Antes había que ir en persona a Barclays Bank -y sólo podía ser Barclays- para pagar el visado y obtener un recibo. Al cabo de siete años, por fin, el Gobierno de Estados Unidos se ha dado cuenta de que estamos en el siglo XXI.

Muchas veces, los problemas se deben a la actitud arrogante y suspicaz de los empleados locales, que son, por así decir, más americanos que los americanos. En Londres, eso se traduce en británicos que tratan de forma prepotente a otros británicos. O, en el caso del incidente que presencié en el control de seguridad, británicos que estaban tratando con prepotencia a estadounidenses, en nombre de Estados Unidos. Este fenómeno no es exclusivo de los norteamericanos, ni mucho menos. He oído casos de experiencias semejantes (y peores) sufridas por solicitantes de visados con el personal local de los consulados británicos en Europa del Este. Una cosa es la teoría y otra la práctica.

Me detengo en estos detalles prosaicos porque son los que ofrecen las primeras impresiones que reciben cientos de miles de personas que desean trabajar, estudiar y vivir en Estados Unidos. Y las primeras impresiones son importantes. Lo que pretende Osama Bin Laden es que esas impresiones sean malas. Yo quiero que Estados Unidos le niegue esa satisfacción.

Desde los atentados del 11-S, algunas personas han renunciado a ir a Estados Unidos, en parte por esos pesados procedimientos y en parte por la impresión general de que el país se ha convertido en una fortaleza. En el curso 2003-2004, el número de estudiantes extranjeros matriculados en universidades estadounidenses descendió por primera vez desde 1971. En su lugar fueron a Gran Bretaña y Australia. Los rectores norteamericanos dieron la señal de alarma. Condoleezza Rice dijo públicamente que era preciso invertir la tendencia. Porque, como no se cansa nunca de repetir el catedrático de Harvard Joseph Nye, los estudiantes extranjeros contribuyen a reforzar el "poder blando" de un país. En tiempos más recientes, parece que está empezando a mejorar la tendencia. En 2005-2006 hubo más de 560.000 alumnos extranjeros en las universidades norteamericanas.

Un lugar poco acogedor

Está por saber qué experiencia tienen durante su estancia allí. Tengo la impresión de que, en los últimos años, Estados Unidos ha sido un lugar un poco menos acogedor de lo que solía, aunque sigue siendo uno de los países más cordiales y generosos del mundo. En parte se debe al sentimiento nacional de asedio tras el 11-S, alimentado por la implacable retórica de Fox News sobre la "guerra contra el terror". En parte se debe también al miedo a la competencia de países con salarios inferiores, un miedo que fomentan alarmistas demagogos como Lou Dobbs en CNN. Pero la atmósfera cambia de un año a otro. Volveré a tocar este tema durante los próximos meses, cuando escriba desde Estados Unidos; siempre, claro está, que mi condición de seguridad siga siendo No Desfavorable. Cuando llegue al control de pasaportes, pondré una lánguida sonrisa para el álbum secreto de fotografías.

www.timothygartonash.com Traducción de M. L. Rodríguez Tapia

Policías estadounidenses de vigilancia en un aeropuerto en Atlanta.
Policías estadounidenses de vigilancia en un aeropuerto en Atlanta.REUTERS

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