Paisaje electoral

CUANDO ESTA NOCHE se abran las urnas, los portavoces de los diferentes partidos se fijarán como única tarea la búsqueda de los términos de comparación con el pasado o con los rivales más favorables a sus intereses. Sin embargo, el análisis de las elecciones celebradas en todos los municipios españoles y en 13 de las 17 comunidades ofrecerá una mayor complejidad a quienes se propongan extraer de los datos estadísticos algo más que lecturas euforizantes o consoladoras. Será preciso, así, distinguir entre los factores específicos locales -municipales o autonómicos- propios de cada circunscripción y las eventuales repercusiones sobre los resultados de la dramática presentación de la cita hecha por el PP como primera vuelta de las legislativas. Y aunque fuese posible separar la dimensión estatal de esas interacciones, tampoco sería sencillo ponderar el peso de las distintas causas locales en juego.

Además de renovar los ayuntamientos en toda España y los parlamentos en 13 autonomías, los resultados de hoy supondrían -de creer a Aznar- una dramática primera vuelta de las generales

Las 13 comunidades que hoy renuevan sus parlamentos celebraron sus primeras elecciones en 1983; a lo largo de los 24 años transcurridos han acrecido sustancialmente sus recursos presupuestarios, han aumentado, diversificado y mejorado su oferta de prestaciones a los ciudadanos y se han beneficiado de la legitimación política de sus instituciones. La tendencia de los partidos a perpetuarse en los Gobiernos autonómicos (hasta el punto de que Castilla-La Mancha y Extremadura nunca han cambiado de manos) se debe probablemente a que esas administraciones gastan grandes cantidades de dinero público sin recaudarlo en porcentajes significativos. El principal mérito de los alcaldes para mantenerse al frente de los consistorios había venido siendo la eficacia de la gestión; cabe temer, sin embargo, que el destrozo medio-ambiental, el enriquecimiento inmobiliario y la corrupción económica propiciados por los desmanes urbanísticos municipales -baste con recordar Marbella- cuenten con la complicidad de buena parte de los vecinos: así lo hace pensar la repetición en las listas electorales de candidatos investigados por la justicia.

La torpeza de los adversarios puede contribuir a eternizar a un partido en el poder. La caprichosa presentación de candidatos sin implantación social ni experiencia en la política local, sustituidos a la siguiente vez por otros improvisados caballos de Calígula condenados también al fracaso, empobrece a la oposición. A la inversa, algunos dirigentes de las burocracias partidistas regionales se aferran -derrota tras derrota- a seguir encabezando las listas, sabedores de que la conquista del segundo puesto en la carrera les asegura un bien remunerado puesto como jefes de la oposición.

La utilización de las elecciones del 27 de mayo como dramática primera vuelta de las legislativas alcanzó el pasado martes toda su virulencia expresiva con la mueca verde de Aznar en Calatayud. El presidente de honor del PP atribuyó cínicamente al Gobierno la culpa del envenenado clima de enfrentamiento cainita que han creado los populares -como muestra el informe sobre la democracia española dirigido por Joaquín Estefanía y editado como libro (La estrategia de la crispación) por la Fundación Alternativas- a lo largo de la legislatura. La afirmación de que "Zapatero ha conseguido que media España no acepte a la otra media", además de invertir maliciosamente la causa y el efecto de esa perversa relación excluyente, dedica un inequívoco recuerdo a la Guerra Civil (negado luego por Aznar con la misma desvergüenza que sus mentiras sobre las armas de destrucción masiva en Irak): el Gobierno intenta repetir el esquema político "que nos condujo a lo peor de nuestra historia hace 70 años

". Se diría que el inconsciente de Aznar mira el 27 de mayo de 2007 como simbólica transposición inversa del 12 de abril de 1931: "Es muy importante que estas elecciones sean un paso previo para un cambio de Gobierno que nunca tal vez haya sido tan urgente y necesario como hoy". Las listas populares forjarían el monopolio de la demanda democrática: "Cada voto que no vaya al PP va a consolidar la presencia de ETA en las instituciones", es decir, apoyaría al terrorismo en las urnas.