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Columna
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Historias ejemplares

Antonio Elorza

No resulta fácil escribir sobre temas políticos en una jornada de reflexión, ya que cualquier comentario sobre el presente podría interrumpir el merecido silencio a que tienen derecho los ciudadanos españoles después del exceso de decibelios sufrido a lo largo de la campaña electoral. Uno de los personajes más entrañables de la historia española del pasado siglo, Luis Bagaría, ilustrador de El Sol, recurría en tiempos de censura a los llamados "dibujos de almohadón", a mitad de camino entre el decorativismo y la sugerencia de un mensaje crítico. Sólo que yo no sé dibujar y tampoco soy buen narrador de cuentos e historias, de manera que la única salida consiste en ofrecer al lector los argumentos de una serie de relatos en los cuales pudiera encontrar alguna materia de interés.

El primero es el del pastor asustadizo, que me contaba mi padre cuando yo tenía cuatro o cinco años. Su protagonista era un joven pastor, incapaz de dominar su propensión al miedo y a la exageración. Así que cada vez que escuchaba un ruido sospechoso, o simplemente que quería hacerse notar, gritaba "¡al lobo, al lobo!" para que los vecinos acudieran en su ayuda. Cuando el lobo llegó de veras, había gastado su credibilidad. Todos creyeron que gritaba en vano. Como esos políticos que descalifican sin parar y cuando llega una cuestión importante, en la que aciertan, la gente pasa de largo.

Peor es el comportamiento de quienes insisten en la mentira y en el perjurio a lo largo del tiempo, sin que les importe verse desmentidos por la realidad. Es el caso de Ixión, en la mitología griega, condenado por ello a arder eternamente en una bola de fuego.

Tampoco es bueno perseverar en la insensatez. Lo advierte la primera parte del cuento del mono y el cocodrilo, que leí no hace mucho en un libro italiano de Mondadori. El mono se empeña en beber en la charca dominada por un cocodrilo, e incluso en hablar con la bestia. El cocodrilo espera tranquilo su momento, seguro de que más tarde o más pronto le convertirá en su presa.

Vuelta a la mitología, esta vez budista. Es altamente recomendable la historia del príncipe Mandhatar, contada mediante bellísimos relieves en el templo javanés de Borobudur. Mandhatar es "el príncipe al que el orgullo destruyó". Convencido de detentar el poder para convertir en realidad todos sus deseos, expulsó a sus consejeros sabios, sris, y se rodeó de aduladores. El éxito logrado al atraer una lluvia de trigo y de bienes sobre sus súbditos, le hizo ser cada vez más ambicioso, hasta aspirar al gobierno del cielo, una vez alcanzada la victoria sobre los demonios. La caída del cielo es el desenlace inevitable. A la conciencia del desastre provocado para su pueblo por el desmedido orgullo, siguió la muerte del endiosado Mandhatar.

A ras de tierra, el cielo se asocia a la riqueza, la cual tiene como contrapartida un infierno demasiado material, habitado con frecuencia con los mismos que con su trabajo fabrican dicho cielo. En los cuentos, los ricos egoístas salen mal parados, sufriendo el castigo merecido por los que ignoran sus compromisos. A su modo, es lo que presenta la historia del flautista de Hamelin. En la práctica, aquellos que se benefician de una explotación inhumana tienen buen cuidado de que sólo se conozcan las imágenes de su paraíso y de borrar el cuadro de la injusticia. Lo recordaba al contemplar en Arte un reportaje sobre las condiciones de vida de los trabajadores magrebíes sin papeles que hacen posible la opulencia de un lugar como El Ejido. Parafraseando la célebre conversación entre Lewis Carroll y Alicia, la imagen de la derecha se convierte en la izquierda al ser reflejada en el espejo. Por eso hay que ir al otro lado del espejo, evitar su imagen, para que siga imperando la derecha.

La realidad sigue ofreciéndonos cada día remakes de narraciones clásicas, como las de Alí Babá y sus muchos más de 40 ladrones en torno a la especulación inmobiliaria. Otras veces los argumentos son nuevos. Me llama la atención la historia de Floyd Landis, ejemplar por el recurso sistemático al fraude, jugando a su antojo con la ley, en detrimento de los valores éticos, de la imagen de su profesión, y dispuesto a todo con tal de destruir a quien no le secunda (ejemplo, Greg Lemond). Miente y ataca, sin que le importe destruir un marco normativo edificado con enorme esfuerzo. Y colorín colorado, este cuento no se ha acabado.

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