En blanco
Las expectativas electorales no afectan únicamente a los partidos, sino también al sector del voto en blanco. En la bitácora votoenblanco.com se exponen algunos de los principios de esta opción. Se dice, por ejemplo, que el voto en blanco "es un gesto democrático de rechazo a los políticos, partidos y programas, no al sistema". Yo, que lo he practicado bastante, discrepo un poco de esta afirmación, ya que a menudo voté en blanco no como rechazo a los políticos, partidos y programas, sino por falta de adhesión e identificación, que no es lo mismo que rechazo.
Pero lo más interesante de este viaje por el territorio discrepante es descubrir que la plataforma tiene su propia canción y que la interpreta y compone el gran (redoble de tambores) Luis Aguilé. Para que se hagan una idea, ahí van algunos de sus versos: "Ya no somos nación. Ahora somos el Reino de los Delincuentes".
Los que hemos crecido bajo el influjo de la canción protesta pre y postfranquista (desde Raimon a Paco Ibáñez pasando por Quilapayún) celebramos que Luis Aguilé haya vuelto a esa parte más comprometida de su repertorio. Recientemente, cuando el presidente de la Diputación de Castellón, Carlos Fabra, destacado dirigente del PP, le encargó un himno promocional para la provincia, Aguilé no le hizo ascos. Compuso una canción pegadiza (con los peligros que eso entraña: despertarte a media noche tarareando obsesivamente la canción de marras) que, no obstante, no alcanzó los niveles de excelencia de aquel insuperable "Es una lata, el trabajar / todos los días te tienes que levantar".
El voto en blanco tiende a ser más individualista que el que acaba apoyando unas siglas determinadas, y no sé si todos los practicantes de esta fe democrática se sentirán identificados con el liderazgo melódico de Aguilé. Estéticamente, la apuesta es inteligente, ya que une dos mundos aparentemente antagónicos, el de la canción ligera y el de la política. Y, por cierto, ya que hablamos de canción ligera, quizá sería hora de aplicar este despectivo adjetivo a cierta política electoralista. Nos solemos burlar de los excesos estéticos y coreográficos de determinadas formas de música pachanguera, pero ¿existe algo más ligero y pachanguero que los gritos de los políticos en campaña, tratando al personal como si fuéramos idiotas? ¿Cuál es la utilidad de ese tono agrio con los adversarios y condescendiente con los adeptos? Tengo una posible respuesta: convertirse en la campaña electoral no ya de sus respectivos partidos, sino del voto en blanco. Cada vez que un candidato de partido abre la boca, el voto en blanco sube.
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