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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Wolfowitz se va

La dimisión de Paul Wolfowitz de la presidencia del Banco Mundial debería marcar un antes y un después en el método de selección y de gestión de los dirigentes de los dos principales organismos multilaterales de crédito. Ya es hora de que se rompa ese pacto no escrito según el cual la dirección del Banco Mundial recae en un estadounidense y la del Fondo Monetario Internacional en un europeo. Sería útil que esta grave crisis en la primera institución financiera de lucha contra la pobreza sirviera para impulsar una reflexión y una revisión de los Gobiernos sobre la filosofía que surgió en los Acuerdos de Bretton Woods hace hoy más de 60 años. Pero desgraciadamente no parece que a corto plazo esos derechos adquiridos de Estados Unidos y Europa vayan a modificarse un ápice. Washington ya se ha apresurado a indicar que propondrá en breve el nombre de un sucesor. Ojalá que esta vez lo consulte con los europeos y no que sea un trágala, como sucedió en 2005 con el dimitido presidente, que continuará en el cargo hasta el 30 de junio.

Wolfowitz no sale por la puerta grande, pero tampoco por la de servicio. Es el peaje que el directorio del banco debe pagar al primer accionista: Estados Unidos. Se le reconocen sus méritos -abundantemente recogidos en el medido y pactado comunicado del consejo ejecutivo-, se acepta que no obrara de mala fe en la promoción e incremento salarial (un 36%) de su pareja y se concluye que es conveniente revisar el marco de gestión interna de la entidad. El comité investigador le había prácticamente sentenciado al observar que antepuso sus intereses personales a los del organismo. Con todo, la dimisión evita que la crisis se prolongue y que la credibilidad de la institución, ya de por sí dañada con o sin Wolfowitz, no se cuestione aún más.

La renuncia del que fuera número dos del Pentágono y uno de los cerebros de la ocupación de Irak es un durísimo golpe para Bush. Pero más allá de lo que supone para el ya muy mermado prestigio del inquilino de la Casa Blanca, la principal lección de esta crisis es que no cualquier persona está capacitada para dirigir las riendas de una entidad como el Banco Mundial o el FMI. Y posiblemente Wolfowitz no lo era. Es justo reconocerle como acertado el principio de condicionar créditos al Tercer Mundo al buen gobierno y a la lucha contra la corrupción, pero eran más las veces que esa tesis se movía en función de que encajara con los intereses de la política exterior de la Administración de Bush. Wolfowitz entró en la sede como un elefante en una cacharrería. No entendió completamente cómo funciona un organismo internacional que nada tiene que ver con el Pentágono. Se trajo sus propios asesores y marginó a muchos de los directivos, lo que le supuso una vida ingrata en una casa compleja y burocratizada. En el pecado lleva la penitencia.

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