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Elecciones 27M
Columna
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La fama y los candidatos

Lo peor para un candidato es que no le conozcan. Nada hay más lesivo en términos electorales que la falta de popularidad, porque la fama tiene un plus de atracción aunque sea mala fama. Basta con ver los programas del corazón. Asusta lo de Isabel Pantoja, a la que tratan de convertir en heroína de España no por sus méritos adquiridos a golpe de copla, sino por dormir en el calabozo. Es decir, que, bien manejado, estar metido en un lío parece tener sus ventajas en nuestro pintoresco país. Tal vez por eso, las campañas son diseñadas no tanto pensando en los programas como en el impacto que focalice la atención de la gente en su cabecera de cartel. Igual que su predecesora, el candidato del PSOE a la alcaldía de Madrid, Miguel Sebastian, ha sufrido las dificultades de librar una contienda electoral partiendo de un nivel de conocimiento próximo al cero. "¿Miguel, que?", era el chiste que circulaba por los mentideros de la Villa para recalcar que no le conocía ni Dios. Sebastián dispuso de menos tiempo y no tenía fácil el hacerse unas fotos sensuales como aquellas de Trinidad Jiménez con chupa de cuero que dispararon en horas su popularidad. Bastante le costaría a don Miguel vestirse de pichi en la pradera de San Isidro como para posar en tanga.

Ya nadie bromea preguntando qué Miguel es ése. Mucho menos tras el debate

Con más o menos acierto, el candidato del PSOE ha propuesto cosas hasta trasladar la sensación de ser un tipo con ganas de trabajar por la ciudad. Miren por donde, ese atributo no le ha proporcionado ni de lejos el chute de notoriedad que le otorgó el follón de la CNMV, tan aviesamente manejado por el PP. Es verdad que su primer silencio tras el embate de Conthe se hizo eterno, pero lo cierto es que ya nadie bromea preguntando ¿qué Miguel es ése? Mucho menos tras el debate en RTVE. Sebastián y Gallardón me recordaron a esos niños cabroncetes que están en la playa tirándose tierra con la palita hasta que uno se arrebata y le planta al otro el cubo de barro en la cabeza. El resultado es un asco, todos de mala hostia y los asuntos de Madrid en el limbo. Lo último que necesita esta ciudad es mierda y a sus políticos en el "tomate". El candidato no nace, se hace, y pocos auguraban un gran futuro al hoy alcalde de Madrid cuando apareció en la escena política con sus gafotas de pasta y su pinta de Pitagorín. Gallardón forjó su liderazgo lenta pero inexorablemente aguantando dos fracasos electorales antes de alcanzar el poder. Ahora, con tres victorias y 12 años de gestión, amuebla los discursos con una eficacia que asusta, especialmente en sus propias filas. Tampoco su compañera de partido -y sin embargo enemiga-Esperanza Aguirre, gozó siempre de la fuerza, las hechuras y el liderazgo que ahora detenta. Ni los que la adoran ni quienes la detestan reconocen ya a la Mari Puri que tantos creyeron ver antes de que agarrara el poder autonómico de Madrid.

Ese poder que le fue negado in extremis al socialista Rafael Simancas y que, sin duda, hubiera fulminado toda consideración negativa sobre su estatura física y política. Para un candidato, el mejor esteticista imaginable es el poder. Simancas creció un palmo en los debates a dos que hicieron en televisión por el empeño de la presidenta de no enfrentarse a más de un rival a la vez. Doña Esperanza nunca quiso creer que el subconsciente del espectador tiende a respaldar al que parece acosado. En la tele, tanto Inés Sabanés como Ángel Pérez marcaron la diferencia y supieron estar. Junto a los políticos suele haber pocos profesionales y muchos pelotas. El pelota termina trastornando al adulado hasta hacerle creer que mea colonia. Que a nadie le extrañe que algunos candidatos se manifiesten como si nuestra vida sin ellos careciera de sentido. Los ciudadanos casi nunca lo creen. Ellos, por desgracia, sí.

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