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Columna
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La chica de la foto

Difícil cuestión. Parece que hay unanimidad en considerar que el gesto del candidato socialista a la alcaldía de Madrid, Miguel Sebastián, blandiendo la foto de Montserrat Corulla ante Ruiz-Gallardón y preguntándole por su relación, ha sido una bajeza moral. "La campaña se ensucia" han repetido a coro los editoriales de los periódicos y los micrófonos de las radios. El propio EL PAÍS, en el editorial de ayer, mostraba su crítica y la apostillaba con esta frase: "Cabe esperar que su iniciativa no desencadene una espiral de golpes bajos ni una incontenible irrupción de la crónica rosa en la política". Ciertamente, no sería deseable un estilo de esta naturaleza. Sin embargo, si me permiten mostrar una cierta disidencia ante tanta unanimidad, no acabo de entender esta masiva reacción periodística en contra de Sebastián. Y no porque lo considere un buen candidato, que hasta ahora me parecía un poco hervido, sino porque hay algunas aristas del asunto que me parecen punzantes. Intentaré avanzar con la delicadeza a que obligan tanto la cuestión planteada como la perplejidad que me causa. Primer punto, la alusión personal. Visto el enfrentamiento desde fuera, es decir, desde fuera de los círculos del mundillo de enterados, quien convierte la foto en una cuestión personal no es Sebastián preguntando, sino Ruiz- Gallardón respondiendo. Antes de la respuesta del alcalde, lo de Sebastián no era otra cosa que un típico ejemplo de enfrentamiento electoral duro, con una cuestión de corrupción de por medio. Personalmente, pensaba que estábamos hablando de los líos malayos, el sector ladrillo y las ramificaciones madrileñas que se han insinuado en algunos sumarios. Ruiz-Gallardón lo tenía fácil: negaba la mayor, le respondía que él no tiene nada que ver con corruptos, y que se buscara mejores argumentos. Sin embargo, el alcalde se pone rígido, reacciona a la defensiva panza arriba, cierra la expectativa con aires de ofensa íntima, y acaba convirtiendo un asunto de corrupción en un asunto de faldas. Es su respuesta la que introduce lo rosa en lo político, y lo hace allí donde la inmensa mayoría del terrenal humano sólo hubiéramos visto una acusación más, de las gruesas de una campaña. Antes de la respuesta de Ruiz-Gallardón, Montserrat Corulla era un eslabón malayo. Después de su respuesta, es una chica del Tomate. Es decir, puede que el gesto de Sebastián sea malévolo, pero el error de Gallardón es inmenso.

El principal problema de Ruiz-Gallardón es demostrar que Sebastián es un político que juega sucio, y eso no lo conseguirá acusándole de usar la vida privada

Segundo punto. En el caso, para mí completamente desconocido, de que existiera alguna relación más personal entre ambos protagonistas, ¿es pertinente usar ese tipo de informaciones en una campaña electoral? Por supuesto, la absoluta mayoría de ustedes deben de considerar que no, que la vida privada en este país nunca se mezcla con la vida política. Esta percepción mayoritaria me parece, sin embargo, matizadamente discutible. Y me lo parece porque lo personal puede llegar a tener un gran valor político cuando estamos ante cuestiones de trato de favores, corrupción, especulación urbanística, etcétera. Es decir, no tiene ningún valor político saber con quién se alegra el cuerpo cada cual, pero tiene un gran valor si ello comporta consecuencias en sus decisiones públicas. Lo escandaloso de la insinuación de Sebastián, por tanto, no es señalar la vida íntima de Gallardón, sino insinuar que esa relación da frutos corruptos. Y como la insinuación ha sido lanzada, es de recibo exigir que sea contundentemente respondida, o contundentemente demostrada. No son aceptables, abierta la caja de Pandora, ni las medias tintas en el flanco de Sebastián, ni en el flanco de Ruiz-Gallardón. Escudarse en acusar al otro de usar la vida privada es sólo eso, un escudo para escapar de un apuro televisivo. Porque lo que estalló en el debate no fue vida privada. Fue denuncia de corrupción; es decir, material político inflamable. Si ahora Corulla parece un lío de faldas en boca de todos, es porque Gallardón reaccionó cual lío de faldas, pero lo que se estaba cociendo como denuncia era un lío de ladrillos, favores y recalificaciones. Si ese fuera el caso, hablar de la relación entre Corulla y Gallardón sería pertinente. ¿Golpe bajo? Como lo es toda denuncia política. No entiendo, por tanto, la escandalera general, y para prueba, la mirada inversa: en el supuesto de que así fuera, ¿tenía que haberse abstenido Sebastián de insinuar un problema de corrupción urbanística porque conocía una relación íntima de los protagonistas? Por supuesto que no.

Espinoso asunto, sin duda, que probablemente ha estallado mal, pero que se está intentando parar de peor forma. El principal problema de Ruiz-Gallardón, hoy, es demostrar que Sebastián es un político que juega sucio. Eso no lo conseguirá acusándole de usar la vida privada. Sólo lo conseguirá respondiendo a los muchos interrogantes que abren el apartado madrileño del caso Malaya. Por ejemplo, ¿por qué motivo un edificio que debía ser expropiado por el Ayuntamiento en 2004 para hacer un espacio deportivo, se convierte en hotel de lujo cuando aparece Montserrat Corulla? ¿Por qué goza de exención del impuesto de construcciones la empresa promotora del palacio de Villagonzalo a petición de la señora Corulla? Y las preguntas, unas cuántas, se acumulan. En ellas no veo ningún atisbo de crónica rosa. Sin embargo, ¿cuántas veces la peor crónica política ha tenido claves horizontales? Y esas claves, en esos casos, no son chismes, sino información. Escudarse en la privacidad de la vida íntima cuando la frontera entre lo público y lo privado se confunden y se entrelazan, es una mala defensa, una salida por la puerta falsa. Puede que se haya calentado la campaña electoral. Pero el problema no es el pirómano. El problema es saber si había munición para encender el fuego.

www.pilarrahola.com

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