Pájara y Morro Jable, después del silencio
"La infortunada Fuerteventura" de Unamuno vive hoy el reconocimiento por el esplendor de sus playas. Este es un viaje a su silencio, su otro tesoro.
"¡La mar! Allá en Fuerteventura, en mi entrañada Fuerteventura, bañaba todos los días mi vista en la visión eterna de la mar". Primo de Rivera desterró aquí a Miguel de Unamuno, para herir al poeta, y le regaló el mar. Alguna vez dijo don Miguel "la infortunada Fuerteventura". Pero sabía que su esencia, el paisaje, era un tesoro. Se lo llevó a París. Ahora ese tesoro es su combinación, aun perceptible, de silencio y arena. Todavía.
Ahora, cuando surcas la isla por el esqueleto de paisaje que fascinó al vasco huraño encuentras las razones por las que él hizo de aquel destierro un paraíso. La mar, y el silencio. Cuando estás en Morro Jable, la capital del sur, que se ha convertido en la parte principal del municipio de Pájara -el décimo municipio más extenso de España, 20.000 habitantes en 375.000 metros cuadrados-, hallas ese silencio que durante un siglo (el tiempo de Morro Jable) atrajo a desterrados y a solitarios.
Caravanas atadas al suelo, una fábrica de luz y caldo de pescado con gofio completan un paisaje en el que no faltan los tendederos multicolores
José, curtidor, opina que el nombre de Pájara viene de que los hombres venían a ver mujeres guapas, y les decían "¡tengan cuidado con esas pájaras!"
En medio del silencio, casas en las que habitan majoreros de toda la vida, desconfiados pero acogedores, y, "si se arrancan, muy parranderos"
El primer hombre que vino a Morro Jable fue Cirilo López, y vino huyendo de la guerra de Cuba. Ramón Santana, un nonagenario que ahora es el decano de los habitantes de Morro, guarda un papel en el que cuenta esa historia. Un día vinieron unos pastores y le preguntaron al solitario Cirilo si podían traer ganado. Y Cirilo contestó: "Yo en el campo no mando nada. Yo vine a descubrir la playa del Morro".
Ahora Cirilo es una escultura en bronce, y a esa sombra Ramón Santana es un heredero de aquellas soledades. Él fue guardián del faro de Morro Jable, en el Puertito de la Cruz. Al Puertito, donde da la vuelta el aire, que diría Gonzalo Torrente Ballester (y esto nos lo recuerda Miguel Ángel Rodríguez, funcionario gallego que nos ayudó a redescubrir la isla) se llega por una pista de tierra en la que superviven descendientes de esas cabras que Cirilo dejó entrar en el Morro... Vagan entre piedras en las que tan solo ellas serían capaces de obtener algún rastrojo, y a veces las acompañan burros cuyo pelo se confunde con el paisaje; al otro lado, la mar majestuosa e intacta es el contraste lujoso de esta pista que acaso nunca sea de asfalto. Los que la quieren así consideran que el piche romperá el ecosistema del lugar, que se hace a partes iguales de pasado y de silencio.
Al final, junto al faro, en el Puertito de la Cruz, caravanas atadas al suelo, una fábrica intermitente de luz y un caldo de pescado con gofio escaldado (la cualidad superior del gofio) completan una geografía física a la que no le faltan los tendederos multicolores.
¿Y la gente? Tranquila; canarios que ya son de todas partes, y miles de gallegos que vinieron a trabajar y ya son de aquí de toda la vida. Y extranjeros. ¿Y la política? En el galimatías político insular, Pájara es un símbolo más, y ahora está mandada por los socialistas. Puede pasar cualquier cosa en las elecciones municipales del próximo día 27, nos dicen.
Un hombre joven, Antonio Jiménez, agricultor; en esta tierra encontrar a un agricultor es hallarse de bruces con el pasado. Antonio está "en parte jodío" porque en esta tierra no percibe "visión de futuro"; para describir esa ceguera que atribuye al mundo de la política halla un símbolo: la isla está pendiente del turismo, y podría ser la primera isla del mundo en energías limpias...
No está contra el turismo, cómo va a estarlo, "si ya forma parte de la vida aquí, pero habría que definir otro modelo, que contemplara la agricultura como una alternativa". La política no le parece apetitosa. "Es el grave problema que tiene la sociedad. ¿Votar? En ese cajón grande los metería a todos juntos. ¿Qué pobre ha hecho las leyes? Todo el mundo tendría que votar en blanco; sería una manera de decirles que aprendan".
Al salir de Pájara está José Hernández, que hace sombreros, arados de rejas, asientos para camellos. "Nada sé hacer, pero hago de todo. No siendo leer y escribir". Su hija tiene unos ojos azules maravillosos. Él tiene 77 años, y cuida a su madre, que tiene 104, y que yace, "con la cabeza ida", en la habitación contigua. Aquí trabajan la palma "desde tiempo inmemorial", y siempre fueron de Pájara.
¿Y el porvenir, José? "¿El porvenir? De eso poco sé". Practica la filosofía canaria que pregona que "con decir 'no sé' no se escribe nada". Enseña las pieles curtidas por él, los pescados resecos por el viento y por el sol, y un secreto que conocen los curtidores: para curtir, lo mejor es la mierda de perro. Hacía "zapatos naturales", a mano. "¿Votar? Claro que habrá que votar. Pero ninguno me va a dar de comer". José nos dijo al final una frase que parecía un cartel electoral: "Hoy no hay nadie pobre en Pájara".
¿Y por qué se llama Pájara, José? El curtidor tiene su teoría. Los hombres de alrededor venían a la zona, a ver mujeres, guapas, altas, de ojos azules, y les decían: "¡Tengan cuidado con esas pájaras!".
El municipio está afectado por decisión oficial de desclasificar terreno urbanizable; si no fuera por eso, a lo mejor Morro Jable y la costa de Jandía, una de las más salvajes de España, tendrían ahora otra fisonomía. Donde esta costa empieza venía el poeta grancanario Pedro Lezcano a mirar; a veces se metía dentro del mar, a bucear, y decía que en las dos situaciones, mirando y buceando, escuchaba el mismo silencio.
Por los caminos, los mismos nombres que fascinaron a Unamuno o a Chillida, dos vascos que buscaron aquí la esencia: Tiscamanita, Triquibijate, Tuineje, Ampuyenta, Chamotisfafe..., Tarajalejo, La Lajita, Giniginamar..., y Tindaya, la montaña mágica en la que el escultor quiso meter el sol...
El paisaje aquí es fantasmal, maravilloso y humano. Cuando te acercas a la cordillera -Los Cuchillos de Vigán- tras la que se ocultan las playas de Fuerteventura es como si acudieras solo al centro de un circo romano; en medio, el sereno paisaje de Los Llanos de Cayetana García, que antes fue una charca, y después la mar de Jandía y Morro Jable... En medio del silencio, casas antiguas en las que habitan majoreros de toda la vida; ellos dicen que son desconfiados pero acogedores, "una mezcla de prudencia y de desconfianza, tranquilos, sosegados, pero si se arrancan muy parranderos también...".
En La Lajita estuve con Ramón Hernández Sosa, que ya se jubiló como dueño del restaurante que lleva su nombre propio, y ante el mar que le da de comer dijo sus inquietudes: "Viene gente de todos sitios. Y estamos por mal camino. Libertinaje. No hay vigilancia. Ya uno no está seguro ni dentro de su casa. ¿Los políticos? Tanto desengaño. Tanto partido. ¡Si se unieran! No debería haber sino izquierda y derecha. ¿Votar? Y qué remedio queda".
En El Puertito de la Cruz cincuenta caravanas te dan la bienvenida; asentadas en el suelo, como si hubieran sido construidas en la tierra, ante el faro. Veo un cartel: "De invierno a invierno, el dinero para el Gobierno". Nino Umpiérrez, 42 años, el del restaurante del pescado y el escaldón, ha desollado una cabra, y junto a ella una mujer hace la siesta. No hay más de cien habitantes en el Puertito. Nino tiene en la cocina a Nelson Espinel, 25 años. Lejos del ruido, aquí dicen que tienen su futuro. Los dos creen que los políticos "se lo meten en los bolsillos". Desconfían. "Te dan golpecitos en la espalda cuando hay que votar". ¿Irse de aquí, Nelson? "¡Si esto es el paraíso!".
Cuando nos fuimos, en Morro nos llevaron a ver el estudio de dos artistas cubanos que hacen aquí su trabajo, por un tiempo. Lisbet y Ramón. Lisbet Fernández acaba de terminar una escultura. Se titula Silencio, silencio. Lo que se queda en la memoria cuando uno se va de Pájara.
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