Hamilton, a la cabeza del gran atasco
El triunfo de Massa, por delante del líder más joven de la historia y de Alonso, lanza el campeonato más incierto
Ni uno, ni dos, ni tres. Son cuatro los magníficos pilotos firmemente decididos a liarla en el Mundial más competido e incierto de cuantos se recuerdan. La carrera de Montmeló escenificó el gran atasco en la cumbre. Son ya una sucesión de grandes premios dirimidos al mejor de cuatro; decididos por un matiz mecánico, por una sutileza táctica, por el arrojo y la astucia empleados en una maniobra determinada. La salida en el circuito barcelonés resultó espeluznante y concluyente. Alonso se fue como una fiera a por Massa. El brasileño, muy metido en su papel de primer espada, mantuvo firme el pulso. El Ferrari envió al McLaren del campeón a la arena. Hamilton estuvo muy vivo y Raikkonen no fue menos. Se colaron por delante de Alonso, que se rehizo de una maniobra normalmente condenada al abandono.
Alonso, obligado a tener un ojo en los bólidos rojos y otro en su compañero, un portento
Massa está cada vez más convencido de que puede desbancar a Raikkonen en Ferrari
La escena principal sucedió en un abrir y cerrar de ojos. Poco después tuvo que retirarse Raikkonen a causa de una avería eléctrica. A partir de ahí, todo estuvo dicho, lo cual no quiere decir que faltara incertidumbre y una buena ración de lucha sin cuartel. Es cierto, no hubo adelantamientos y, tras el segundo repostaje, quedó cantado el podio. Tan cierto como que Alonso estuvo a punto de hacerle un exterior a Raikkonen en la segunda vuelta, que a Heidfeld se le fue por la borda un carrerón de primera cuando se escapó rodando como una canica la tuerca de una rueda de su BMW en el primer repostaje y que a la gente de Ferrari se le hizo un nudo en la garganta cuando el bólido de Massa escupió una alarmante llamarada de tan rápido que quisieron cargarlo de gasolina. Un mecánico de Toyota recogió la tuerca en una imagen que sintetiza la mezcla de sofisticada tecnología y simpleza humana de la fórmula 1.
Alonso mantiene su mando en plaza, pero su compañero, Hamilton, es un portento que crece día a día y que ha salido propulsado del gran atasco en que se ha convertido la lucha en la cima entre los Ferrari y los McLaren. De manera que Alonso está obligado a tener un ojo en los bólidos rojos y el otro en el chaval que se le está subiendo a las barbas. Y como Alonso, todos los aficionados. Empezando por los 140.000 que llenaron hasta la bandera el circuito. Ya no basta como antaño con vigilar a Schumacher y Hakkinen, a Alonso y Schumacher o a Alonso y Raikkonen. Ahí está Massa, que corre que se las pela y que se ha rehecho en un santiamén de su flojo inicio con dos victorias incontestables, absolutas, mayúsculas, con un doble hat-trick (pole-position, vuelta rápida y triunfo), mandando de principio a fin. El brasileño falló en Australia y en su país y lo reconoció. Prometió que no volvería a suceder. Y no es que no falle, es que va como un tiro, con una regularidad asombrosa.
Hamilton no va a la zaga al brasileño. Es un reloj. No falla. Es un remedo del Alonso de los dos últimos años. Lleva tres segundos puestos, que, junto al tercero con el que se estrenó en Australia, le aúpan al liderato en el Mundial. El muchacho, a sus 22 años, cuatro meses y seis días, se ha convertido en el líder más joven en la historia del campeonato desbancando al legendario neozelandés Bruce McLaren, nada menos que el fundador de la potentísima escudería que le da cobijo. En la misma medida en que no pudo acercarse a Massa, Hamilton mantuvo a raya a Alonso.
El bólido del español debió de quedar afectado por el topetazo inicial con Massa y su salida de la pista. Alonso no logró elevar el régimen de revoluciones de su McLaren. Le resultó de todo punto imposible cazar a Hamilton. Sólo al principio estuvo a algo menos de tres segundos. Pero su desventaja fue en aumento. La táctica de calzar neumáticos duros en el primer repostaje tampoco surtió efecto.
El británico estuvo a la altura de los acontecimientos. No bajó el pistón. Operó con diligencia en todas las maniobras delicadas, empezando por la salida y continuando por los repostajes. A Hamilton no le queda más que ganar un gran premio para remachar a las primeras de cambio el enorme talento que atesora. Lleva cuatro carreras y ya se ha alzado a lo más alto de la tabla. Nadie ha logrado semejante hazaña.
Alonso tiene un compañero duro de pelar, nada que ver con Trulli, Fisichella y compañía. Al bicampeón mundial le están buscando las cosquillas de verdad, con un colega que no se corta un pelo y con un rival como Massa cada vez más seguro de sí mismo, cada vez más convencido de que puede desbancar definitivamente a Raikkonen en el papel de primer piloto de Ferrari y, en consecuencia, asumir también el desafío de desbancar al campeón. A todo esto hay que añadir la cerrada lucha que mantienen Ferrari y McLaren por acelerar el desarrollo técnológico de sus bólidos. Los Ferrari mantienen un punto de superioridad en cuanto a potencia se refiere, pero el fallo del monoplaza de Raikkonen pone en solfa a la escudería y al piloto. Tal como está el patio, las carreras se pueden decidir tanto sobre el asfalto como en los centros tecnológicos, en los que se revisa hasta el menor de los fallos de los bólidos. El campeonato tiene buena pinta. Ante un Massa consolidado, un Hamilton descarado y un Raikkonen siempre peligroso, el desafío de Alonso vuelve a ser colosal.
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