Líder silencioso
Aimar, que hoy se mide al Valencia, su ex equipo, es el referente del ataque del Zaragoza
Nada más llegar al Zaragoza, Víctor Fernández le llamó a su despacho. "Tienes que ser la referencia ofensiva, abrir los huecos en las defensas rivales, poner la pausa o la aceleración al partido y, además, marcar las diferencias", le soltó el técnico con voz queda, como si fuera una orden sobreentendida. Pablo Aimar (Argentina, 1979) aceptó el reto. Pasado el tiempo, sólo su maltrecha rodilla izquierda le ha impedido hacer una campaña fenomenal. Lleva cinco goles y cuatro asistencias y todo Zaragoza le venera. Hoy le aguarda el Valencia, su ex equipo.
A Aimar, en Mestalla, le perseguían y castigaban las lesiones musculares. "Hemos insistido en el trabajo propioceptivo, en mejorar la fuerza en los puntos débiles de sus músculos", explica José Luis Arjol, el preparador físico del Zaragoza; "pero las tres pequeñas lesiones en su rótula nos han condicionado mucho". Al mediapunta le ha dolido la articulación varios meses. "Pero quería jugar", apostilla el técnico. Y lo hizo.
Pegado al costado izquierdo, Aimar dirige el ataque del Zaragoza con sus diagonales y pases interiores. "Me gusta porque muchas jugadas ofensivas pasan por mis pies", argumenta. Sus compañeros se lo agradecen. "Es un genio. No le puedes pedir que defienda como el resto porque debe estar fresco para atacar", sostiene Zapater. "Saca el cuero desde atrás, da asistencias y marca goles. Lo tiene todo", le elogia César. "Cuando el partido va apretado, le buscamos. Tiene habilidades a las que no estábamos habituados", destaca Cuartero. "Es un auténtico crack", añade Juanfran. "Corro y me pone el balón en los pies", amplía Diego Milito. Pero todo el vestuario matiza: "Cuando se juega un partido, apenas habla". Y Víctor Fernández tercia: "Es un líder silencioso. Más que por la palabra, arrastra por sus gestos y comportamiento".
Amante del silencio, Aimar se refugia en el clan argentino del Zaragoza, con el que comparte barbacoas al mediodía y cenas en un restaurante criollo. En el vestuario, en su taquilla, devora los montones de cartas que le envían los aficionados. En las concentraciones, descansa. "No te aconseja, pero habla de lo vivido. Aunque a veces se pasa las horas consumiendo películas y sorbiendo mates", cuenta Diogo, su compañero de cuarto. Aimar habla poco y juega mucho. Hoy, contra el Valencia.
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