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Análisis:Puro teatro | TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Wilde hace trampas, que lo he visto

Marcos Ordóñez

LA BUENA noticia es que El abanico de Lady Windermere, de Wilde, en versión catalana de Joan Sellent y dirigida por Josep Maria Mestres, va a ser un exitazo en el Nacional: se aplauden y se aplaudirán el trabajo de buena parte de sus intérpretes y el empaque de escenografía y vestuario, un lujazo de Pep Duran y Nina Pawlowski. La mala noticia es que si me dicen que es un Benavente en horas bajas me lo creo. Bueno, es lo que pasa cuando hace mucho tiempo que no se revisa una función. ¿Cuándo fue la última vez que la vi? ¿Hace veinte años? ¿Veinticinco? Por ahí. No se puede fiar uno del recuerdo. La tenía archivada en el cajoncito de "casi obra maestra" y, lástima grande, hace aguas por todos lados. El abanico es la primera comedia de Wilde, y se nota, vaya si se nota. Se nota la torpeza compositiva y se nota el cálculo, las ganas de conquistar el West End azuzando a la alta burguesía pero salvando los muebles. (Subtexto: "Soy un chico tremendo, pero aquí no ha pasado nada"). La receta consiste en cocinar un trilladísimo melodrama redentorista, repleto de giros inverosímiles, y esmaltarlo con frases ingeniosas. Demasiado melodrama y demasiadas frases ingeniosas: acaba resultando bastante molesta la sensación de que la mayor parte del tiempo los personajes no están hablando entre ellos sino "para el público", pasando información o pasando aforismos. O haciendo apartes, como la pobre Lady Windermere: no es que hable sola porque se le ha ido la olla, sino porque Wilde no le ha encontrado interlocutor válido. La verdad es que en lo tocante a soluciones dramáticas no se rompió mucho los cascos. Final del acto segundo: el autor necesita que la señora Erlynne, el personaje bombón, se entere (y nosotros con ella) del destinatario de una carta de Lady W. ¿Solución rápida? Se lo dice tan panchamente el criado de los Windermere, que acaba de ver a la señora Erlynne por primera vez en su vida. También resulta muy práctica, poco más tarde, la opción inversa: el criado invisible. Lady W llega, a las tantísimas de la noche, a casa de Lord Darlington. Se supone que el criado invisible le ha abierto la puerta, y al cabo de un rato ha hecho lo mismo con la señora Erlynne. Y como es invisible, cuando aparece Darlington no hace falta que le diga que tiene a dos damas escondiditas en el salón, porque le fastidiaría a Wilde el golpe de efecto que cierra el tercer acto. Ah, picaruelo. Hasta tiene su encanto tanto morro.

Sobre El abanico de Lady Windermere, de Josep Maria Mestres, en el Nacional de Catalunya

En cuanto a los "perfiles psicológicos" tampoco se complica mucho la vida. Lord Windermere (David Selvas) tiene un secreto pero es más bueno que el pan. Darlington (Abel Folk) parece cínico, pero es porque sufre, como el doctor House. Los amigos de Lord Windermere y Lord Darlington (luego les detallo) están en la obra para decir ocurrencias, especialmente agrupadas en la reunión del segundo acto, donde parece que quieran batir un récord Guiness de observaciones "brillantes y paradójicas". La duquesa de Berwick (Teresa Lozano haciendo de Teresa Lozano) comparece para ilustrar la novedosa idea de que las grandes damas pueden ser unas cotorras hipócritas y/o malévolas, concepto multiplicado hasta la tumefacción en la "escena del baile", que ocupa casi todo el acto segundo. Se supone que dicho acto juega, anticipándose casi un siglo, la misma carta de la presentación en sociedad de Eliza Doolittle, pero en versión zorrupia: llegará la señora Erlynne y alborotará muchísimo el gallinero. Bueno, pues no. A Mestres, de entrada, se le va la escena de las manos, aunque ese acto no lo levanta ni Brook. Hay mucho entrar y salir y mucha cháchara vacua, y un mozo que viene de Australia para que le hagan un par de chistes sobre canguros, pero las damas hacen más bulto que otra cosa: Wilde no puede mantener tantos aros en el aire. Es una pena, porque ahí se malgastan varias actrices de aúpa: Carme Fortuny, Rosa Cadafalch. ¡Y la fantástica Matilda Espluga, casi de extra con frase! Eso sí, veremos un gran número de magia: la señora Erlynne pasa de cortesana fatal a corazón aúreo en un tiempo celérico.También tiene un secreto -el secreto- y también, como se ve, es más buena que el pan porque lo exige el guión. Poca tela dramática puede cortar la estupenda Silvia Bel (Lady W), aunque su personaje dé título a la obra, frente a una rival tan de melodrama francés. Le toca aguantar el tipo, sufrir en silencio y largar sus apartes con la máxima naturalidad posible mientras Carme Elías se convierte en la reina de la fiesta. No sin merecimientos, desde luego: su champán tiene la temperatura y las burbujas precisas. Llega el esperado cara a cara, las dos actrices echan toda la carne en el asador, pero las bazas parecen repartidas por un tahúr, y eso está un poco feo. Bueno, me olvido del argumento. Para mi gusto, la función no engancha hasta el tercer acto, pese a las incongruencias referidas. Me salvaron la noche Elías y Bel, y la efervescencia actoral de Victor Pi (Lord Augustus Lorton), Artur Trías (Mr. Dumby) y Carles Martínez (Mr. Cecil Graham), y el cambio de registro de Abel Folk, impecable Darlington, que pasa de la ligereza, gestual y de fraseo, del primer acto, al abatimiento casi chejoviano del tercero. En cuanto a Mestres, es fácil decirlo a toro pasado, pero creo que "le iba" mucho más La importancia de ser honesto, ese artificio maravilloso, pura burbuja, sin moralinas ni trampas de principiante. Pienso ahora que el mejor Wilde de Mestres fue Boston Marriage, de Mamet. A veces lo mejor de Wilde está en la destilación de sus sucesores. Coward, Rattigan. O el perfume de Arcadia, de Stoppard, que también ha llegado al Nacional catalán, y que veré la semana próxima: un texto, esta vez sí, extraordinario. Y dificilísimo. Estreno en España, que yo sepa: ya era hora. Como va a estar en cartel hasta mediados de junio, me permitirán que antes les hable de El rey que rabió, en la Zarzuela, dirigida por Luis Olmos, y del exitazo de Rebeldías posibles, de Javier Yagüe y Luis García Araus, auténtico teatro popular y crítico, que sigue (y seguirá) en Cuarta Pared.

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