Ciudades en red
En Galicia siempre se ha subvalorado el papel de nuestras ciudades. Han existido para ello motivos entre sociológicos y políticos. La imagen de un país rural, atrasado, ha servido para eludir un gran número de preguntas incómodas. Que el juego de la identidad haya tomado como eje preferente la división entre el campo y la ciudad ha evitado preguntarnos acerca de cosas como quién tenía el poder, cuándo y cómo lo ejercía, y en favor de qué. También en qué manos estaba el dinero y cómo se ejercían las diversas formas de hegemonía cultural. Que Galicia sea un país pequeño, no quiere decir que sea, ni tan siquiera que haya sido nunca, un país homogéneo.
A Galicia la hay que pensar en los mismos términos en los que lo hacemos acerca de cualquier otra sociedad: como un país de compleja orografía social. La opacidad de las ciudades lo ha sido también de sus movimientos sociales, de sus opciones políticas, de las variaciones en su cartografía económica y financiera, de la especificidad de sus clanes culturales, de las formas que han adoptado entre nosotros la crueldad y el pavor. Tampoco hoy se ha avanzado mucho en esta línea. Tal vez se podría pensar que un cierto franquismo difuso pesa en ello. El miedo ha colaborado. Incluso hoy, aunque ya sólo se trate del miedo a estar sólo, a decir verdades incómodas, a ser excluido del patronazgo económico, político o mediático.
Ha habido pocas excepciones. Una de ellas, Antonio Palacios al hacer el proyecto de un Plan Urbano para Vigo, a principios del siglo XX, que tomaba como referente la Ciudad Jardín, ideada por Ebenezer Howard para aliviar la carga urbana del Londres del XIX, pero que el arquitecto de O Porriño usó para concebir el desarrollo urbanístico de Vigo en un marco comarcal más amplio. Por eso, hay que hacer en el presente un cierto esfuerzo suplementario para darle protagonismo a esas historias urbanas que corren el peligro de desaparecer al impulso de las nuevas formas de ciudad que en Galicia están apareciendo desde los años sesenta del siglo pasado.
En A cidade difusa ( Dalda, Docampo, Harguindey. Xunta de Galicia. 2005 ) los autores han hecho una fotografía de esas formas urbanas emergentes. Ese surgir se produce, sobre todo, en las coronas de nuestras ciudades más grandes. Es cierto que en el corredor atlántico que articula el país, Vigo, A Coruña o Santiago pierden población, pero sus entornos crecen a ritmos considerables, configurando áreas urbanas en las que se están fraguando nuevas formas de experiencia del país. Si en los centros urbanos están los acomodados, en Culleredo, O Porriño, o en el Milladoiro hay algo en lo que tal vez no nos hemos fijado lo bastante: nuestras nuevas clases trabajadoras. Los entornos de Lugo o Ourense, la Mariña lucense, el eje Santiago-Lalín y, por supuesto, la ría de Arousa son otros tantos centros de desarrollo que los autores destacan.
El fantasma del localismo ha pesado siempre, pero, si hubiese una tarea central para los nuevos concellos que salgan de las próximas elecciones, sería desterrar esa inercia fatal para entender que el futuro de Galicia se juega en la colaboración de esas ciudades. Es a la Xunta a la que le cabe el diseño estratégico, enunciar los grandes objetivos del país, pero las instituciones municipales han de entender que la diversidad de sus ciudades es una ocasión para colaborar en el establecimiento de sinergias. Es evidente que Vigo tiene un protagonismo industrial y marítimo, como lo es que A Coruña es sede de importantes instituciones financieras y de empresas de servicios o que Santiago une, a su condición de capital, un enorme potencial turístico. Es el cultivo de lo específico de cada uno de ellas y también las potencialidades de su complementariedad lo que debe ser destacado. Como los Países Bajos en la época en que nació el capitalismo, Galicia tiene hoy ante si el reto de organizar sus ciudades en red de tal modo que pueda romper con inercias y abordar las nuevas realidades de la globalización consciente de sus retos y oportunidades.
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