Oración (y muerte) de Santi Amodeo
A veces mataría a Santi Amodeo. No de una manera cruel, lenta, dolorosa, pues carezco de la mala idea suficiente. Sólo un buen golpe certero con una pala de obras. Zas. O clack, si le da en la frente. Pero es que otras veces le abrazaría y entonces me arrepiento de haber deseado su muerte pues me desagradaría abrazarle una vez muerto, sobre todo si clack. Si zas es que la pala golpeó su pecho destrozando órganos interiores (cómo quisiera integrar ahora un gráfico -explicando el desplazamiento de esos órganos- como los que cruzan sus películas). Pero si clack entonces sangre. Todo esto es confuso, engañoso, como si Santi Amodeo dirigiese películas violentas cuando sólo un accidente de coche sin víctimas mortales en Cabeza de perro y unos cuantos tabiques derribados en Astronautas. Pero es que uno ve las películas geniales de Santi Amodeo y siente que le meten el dedo en un ojo o le aprieta una garra el corazón desde dentro, aunque después la película se dobla, se ahueca y se convierte en un pozo por el que, encantados, nos dejamos caer.
No son normales las películas de Santi Amodeo. El factor Pilgrim (junto a Alberto Rodríguez, el de la gran 7 vírgenes), Astronautas, Cabeza de perro. El factor Pilgrim es una divertida locura; Astronautas, un peliculón; Cabeza de perro, una tierna obra maestra. Sí, mejor no matarlo, que nos haga un par de películas más y según lo que nos aporte zas o clack. Los personajes de Santi Amodeo quieren estar dentro y resistir la fuerza que tiende a dejarlos fuera, como un centrifugado (no en vano la música de Astronautas la firma Lavadora) de la sociedad implacable. En Astronautas seguimos a Nancho Novo (Daniel) en el cumplimiento de un decálogo que le haga bajar a la tierra y poder circular por ella (ella es la tierra y también Teresa Hurtado, o sea, Laura).
En Cabeza de perro consigue que Juan José Ballesta (Samuel) no sea un niñato sino un joven con una enfermedad que las ilustraciones que surcan la pantalla nos aclaran, y con él recorremos las calles que nos llevan al amor, al olvido repentino, a la elección de un padre y las salidas de la vida y a una preciosa oración ante la cabeza de un Cristo tomada de una iglesia ruinosa: ella, Consuelo (Adriana Ugarte) pidiendo que él no esté tan loco, Señor, sé que has hecho grandes cosas por la humanidad, me quito el sombrero, pero, ¿pasaría algo tremendamente malo si Samuel estuviera un poquito menos loco?, y nosotros deseando entonces ser él y ella y que la película termine justo en ese momento tan conseguido y al mismo tiempo que no termine nunca, aunque sí, que termine, que haga otras películas, por favor, Santi Amodeo, si me escuchas, ¿rompería algún plan divino que hicieras otras películas? Pero ojo, porque en el trastero que no tengo guardo una pala.
Pablo Aranda es autor de las novelas La otra ciudad (Espasa) y Ucrania (Destino).
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