El ideólogo de Sarkozy
Henri Guaino, economista de 50 años, ha creado el discurso y la imagen que han dado la victoria al nuevo presidente de Francia
Cuando Nicolas Sarkozy citó a Jean Jaures y Leon Blum, dos de las figuras históricas más emblemáticas de la izquierda francesa, en el discurso con el que lanzaba oficialmente su candidatura, el pasado 15 de enero, los miembros del equipo de su rival socialista se pellizcaron varias veces para convencerse de que era cierto lo que estaban escuchando. Pronto descubrieron que detrás del candidato de la Unión por un Movimiento Popular (UMP) había un escritor muy particular: Henry Guaino.
De hombres como Guaino está también hecha la política. A menudo permanecen en la sombra, prestan sus servicios con pasión o con estricta profesionalidad. En esta ocasión su nombre ha acabado por salir a la superficie, tal es la influencia que ha tenido en la victoria del candidato conservador. "Ya lo verás, es Guaino quien me hará ganar estas presidenciales", le confió Sarkozy a un miembro de su equipo cuando entró en campaña.
Su objetivo ha sido convertir al ministro duro y antipático en un hombre carismático
Este economista de 50 años, alto funcionario del Gobierno, que fracasó varias veces en su intento de ingresar en la Escuela Nacional de la Administración (ENA), tiene un largo recorrido en la política, pero esta campaña ha sido sin duda su consagración. Su primer trabajo como negro -el término editorial que define a los escritores que trabajan anónimamente por encargo- fue para Jacques Chirac en 1988. Se encargaba de reescribirle las entrevistas. Chirac perdió contra François Mitterrand y Guaino aprendió una lección. "Después de aquello supe cómo se perdía una campaña", dice.
Gaullista de la vieja escuela, soberanista, Guaino se alió con Philippe Seguin en la campaña por el no en el referéndum de 1992 sobre el Tratado de Maastricht, que el viejo presidente socialista se había propuesto sacar adelante. Pese a que el sí a Maastricht acabó ganando por unas décimas, el famoso "discurso sobre Francia", que pronunció Seguin en la Asamblea Nacional, ha pasado a la historia como una obra maestra.
El éxito tenía que llegar. En 1995, junto al politólogo Emmanuel Todd, acuñó el famoso concepto de "fractura social" que articuló la campaña que llevó por primera vez a Jacques Chirac al Elíseo. Guaino fue recompensado con un alto cargo institucional. Pero la felicidad fue breve. La inoportuna disolución del Parlamento, y la subsiguiente victoria socialista que llevó al puesto de primer ministro a Lionel Jospin, acabó costándole el puesto. Decepcionado por la decadencia chiraquiana, pasó de largo de la campaña de 2002.
El año pasado, atraído por el "voluntarismo" de Sarkozy, Guaino se puso al servicio de la UMP. El candidato conservador probó varios escritores, pero a principios de enero, cuando preparaba el discurso con el que se disponía a arrancar la campaña electoral, se decidió por Guaino pese a las advertencias en contra de algunos de sus padrinos, como Eduard Balladour.
Pronto nació una extraordinaria complicidad entre ellos. Había que cambiar la imagen del ministro del Interior, del hombre duro, ambicioso y antipático, del policía de la porra, por la de un futuro presidente, un hombre carismático, humano, capaz de ser amado, de entrar en el imaginario del país. Guaino sentó a Sarkozy en el diván del psicoanalista y le pidió que le contara cosas, que le explicara experiencias de su infancia, que recordara instantes en los que se hubiera emocionado.
El candidato recordó su visita al memorial del Holocausto, el Yad Vashem, y también el viaje al convento de Tibéhirine, en Argelia, poco después de que siete monjas trapenses fueran degolladas por fanáticos islamistas. Y también, probablemente, más de un episodio de su infancia que no ha trascendido. De aquella sesión nace el famoso "he cambiado", una frase repetida hasta 10 veces el 14 de enero, justificada por el hecho de "haber sufrido". El sufrimiento, la victimización. Dos elementos que han sido claves en esta campaña en la que, ante todo, estaba en juego la propia personalidad de Sarkozy, "inquietante", según se dejaba caer tanto desde el campo enemigo como -muy a menudo- desde su propio campo.
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