El 27-M: con mi voto, la memoria
Acabo de cumplir 93 años y todavía sigo preocupado por la guerra incivil en la que participé. Recién alumbrado el año 1936 inicié el servicio militar, jurando la bandera roja, gualda y morada republicana, la que mis superiores me instaron a defender hasta la última gota de mi sangre si fuese necesario. Al estallar la guerra, esos mismos superiores, cuando mi compañía era conducida al frente, ordenaron cambiar la bandera que habíamos jurado defender por la roja y gualda de los rebeldes que, a la postre, defendería hasta caer herido y hasta la muerte muchos de mis compañeros a pesar de no haberla jurado nunca. Después de tantos años siento todavía el yugo que me suponía obligado cómplice de la conspiración de mis jefes militares. Ellos rompieron mi propio juramento y me forzaron a rebelarme contra él. Reivindico la memoria de aquellos tiempos y, sobre todo, recuperarla para honrar a tantos asesinados y enterrados por la barbarie planificadamente exterminadora de los vencedores en cunetas, huertos o parajes, que viejos como yo aún recordamos. Nunca me he sentido vencedor, detesto mi servicio a una bandera impuesta durante casi 40 años por un régimen de miedo, perversión, crimen, atraso e ignominia. Ahora lo importante es que esto lo sepan los niños desde que entran en la escuela: la memoria que nunca se debe perder para desechar las guerras a base de democracia y mantener la esperanza viva que generó el 14 de abril de 1931. La guerra no fue una consecuencia de la República, la guerra fue planificada por fuerzas civiles, militares y de la iglesia católica que exterminaron el progreso, la democracia y la libertad inherentes al desarrollo en paz de la II República.
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