Un faro cultural en el valle
Lo primero que haría, si fuera el alcalde de mi pueblo, sería repoblar todo su término municipal, insistiendo en que esa repoblación se hiciese sólo con los árboles que podemos considerar autóctonos. Intentaría que en esa repoblación colaborasen, de forma voluntaria, todos aquellos vecinos que lo deseasen, para conseguir así hacer verdad el viejo lema de que el monte es nuestro... Esa voluntad de repoblación, que incluiría el árbol totémico de mi pueblo, el roble, aquí conocido como carballo, debería llegar, como una metáfora, hasta el mismísimo corazón de mi pueblo. ¿Por qué no podrían ser de roble las avenidas arboladas, las calles arboladas, las plazas arboladas de mi pueblo?
Si yo fuera el alcalde, construiría una presa que elevase, aún más, el nivel del río Támega a su paso por el pueblo, y en colaboración con un experto paisajista y con un experto biólogo intentaría que en esas aguas volviesen a vivir todos aquellos animales que lo hicieron de forma natural antaño, sean truchas, patos o nutrias.
Si yo fuera alcalde de mi pueblo, celebraría un día a la semana, en un destacado café de la ciudad, una tertulia pública, para que todos aquellos temas que interesan a los vecinos pudieran ser abordados de una manera directa, sencilla y distendida. Ya sé que los problemas de un pueblo se discuten en los plenos de su Ayuntamiento, pero éstos tienen un cierto carácter profesional. Sin que la idea de mi tertulia signifique ningún menosprecio a esa respetable forma de ejercer la democracia municipal, propongo ésta como un complemento a aquella. Creo que la pérdida de la tradición de la tertulia es una pena para la vitalidad verdaderamente democrática de una ciudad, y me encantaría rehabilitarla con este pretexto.
Si yo fuera alcalde de mi pueblo, recuperaría para éste el impresionante Castelo de Monterrei y todas aquellas casas que durante muchos años, de la Edad Media a la Desamortización de Mendizábal, compartieron su vida con aquel. Propondría convertirlo en una pequeña Ciudad de la Cultura, o si se prefiere del turismo cultural. Creo que una casa podría ser convertida en un buen restaurante; otra en un correcto bar de vino, del mejor vino posible de este lugar; otra podía ser una carpintería especializada en recuperar el prodigioso oficio de tonelero...
Supongo que sorprenderé a muchos de mis lectores si les descubro que en ese castillo Tirso de Molina escribió su Burlador de Sevilla, antecedente de todos los Don Juanes que vinieron después.
Para animar esta historia todavía más, intentaría celebrar cada año una semana cultural, donde cabría desde un taller de artista hasta un concierto, pasando por una conferencia sobre vino o gastronomía de calidad, lo que terminaría haciéndola una cita obligada de los veranos en Galicia.
Si yo fuera el alcalde de mi pueblo...
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