Robinho, expulsado por ser feliz

Robinho fue expulsado por ser feliz. El brasileño marcó el segundo gol del Madrid y se fue a celebrarlo al fondo sur fuera de sí. El hombre acababa de sacar a su equipo de una pesadilla. Se sintió autorizado a manifestar su alegría con la hinchada. Presa de la euforia, se quitó la camiseta y enseñó su pecho al graderío. Este gesto, penalizado por el reglamento, inspiró al árbitro, Pérez Burrull, a amonestarle. Robinho, que ya tenía una tarjeta amarilla, debió abandonar el campo dejando a su equipo con diez jugadores a falta de un cuarto de hora.

El gol de Robinho significó la restauración de Guti como imprescindible en el actual Madrid. El ingreso del media punta de Torrejón, sustituyendo a Raúl, reactivó al Madrid en un partido que tenía casi perdido. Primero asistió a Van Nistelrooy y después a Robinho. Lo hizo con dos pases de una complejidad técnica imposible para cualquier otro jugador de la plantilla. Guti reivindicó su condición de pasador de jerarquía mundial. De paso, dejó en evidencia a su entrenador, Fabio Capello, empeñado en castigarlo con el banquillo. Capello no le perdonó la expulsión en Balaídos por protestar al árbitro.

Guti, de 30 años y tercer capitán del equipo, vivió las últimas semanas marginado. Capello sólo se decidió a apostar por él cuando todo parecía perdido. El Sevilla ganaba por 0-1 y el campeonato se desvanecía como un sueño imposible. El público, tras una explosión de euforia, estaba paralizado por el gol de Maresca. El Bernabéu era una tumba, pero estalló como un volcán con el empate de Van Nistelrooy. La gente no tuvo dudas: "¡Guti- oé, Guti-oé, Guti-oé!" La hinchada reconoció inmediatamente el valor del canterano en el gol. El segundo tanto incrementó la sensación de delirio colectivo. Robinho fue víctima de las circunstancias.

Para rematar la velada, Van Nistelrooy marcó su gol número 20, el que le sitúa como máximo artillero de la Liga, por delante de Kanouté.