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En el limbo

Resulta que el Vaticano -al fin un Papa intelectual- ha decidido acabar con el invento del limbo. Las jóvenes generaciones no se pueden imaginar lo que esto significa. Para los que crecimos en el nacionalcatolicismo, la idea de que un niño pudiera morir antes de ser bautizado y de que, en vez de ir al paraíso, acabase en el limbo, llegó a ser un verdadero comecocos. Conozco el caso de una señora cuya hija vive en pareja y ha dado a luz un niño al que no tiene ninguna intención de bautizar: cada vez que le dejan el nieto, aprovecha para bautizarlo a pelo -dice que no quiere que sea morico-, de forma que si el pobre crío no coge un catarro tras otro, milagro será. El limbo era una cosa seria. Sobre todo era una cosa, algo real: que no nos vengan ahora con que ningún teólogo lo defendía porque en los libros de religión aparecía descrito con todo lujo de detalles.

Bueno, pues, ahora que se han cargado el limbo, mira por dónde, resulta que he descubierto que existe. Piensen en los famosos zaplanistas que han quedado descolocados con la movida de las listas electorales. ¿Qué hacen con ellos? Hasta el momento tenían un sueldo a costa de nuestro bolsillo, pero a partir del 27 de mayo pintarán bastos para ellos. Dicen que los van a poner de asesores en la Diputación de Alicante. Ir de asesor no es estar ni dentro ni fuera. Uno no tiene un cargo, pero tampoco un empleo en la vida civil, así que uno está en stand by, sin nada que asesorar (obviamente, no entienden de lo que asesoran ni maldita la falta que hacen): en la próxima legislatura serán como niños -muy poco inocentes, eso sí- en el limbo. Más madera. La comisión del Parlamento Europeo que ha denunciado el urbanismo turístico español ha dado pie a asociaciones que recomiendan no comprar viviendas en la costa valenciana hasta que se aclare el panorama de los PAI y otras tropelías. Total, que ahora hay miles de propietarios que se han quedado en el limbo. ¿Cuánto vale su propiedad?, ¿cincuenta millones, treinta, quince, ni siquiera lo que les costó hace diez años? Es una incertidumbre atroz. Encima ni siquiera pueden bautizarlas para salir pitando del limbo inversionista: la disparatada gestión del asunto del agua por parte de unos y de otros (¿y si se reconociese de una vez: a) que no la queremos para regar; b) que la necesitamos con urgencia para sostener el turismo?) hace que la mayoría de estas viviendas anden escasas, cuando no huérfanas, de agua, así que, si no hay para beber, cómo va a sobrar para el bautismo.

Hasta la Copa del América se nos ha vuelto del bando de los infieles, que ya es decir. También es mala pata que después de todo lo que se ha invertido y lo que han discutido nuestros políticos para llevarse el gato al agua, ahora las brisas se nieguen a colaborar. Verdaderamente, un regatista que toma el sol en una terraza de la Malva-rosa en plena hora punta del regateo se puede decir que está en el limbo, pensando que le han tomado el pelo y que, como en España el Día de los Inocentes no coincide con el del resto de Europa, a lo mejor, el día que decidieron venirse para aquí, el personal andaba colgando muñecos de papel en la espalda de la gente. Pero para limbo el de los censos hinchados de la provincia de Castellón. Ahí es nada que de repente un municipio doble su número de habitantes (ni que fueran conejos: ¡vaya marcha!) con una repentina inyección de vitaminas electorales consistente básicamente en inmigrantes, con algún excipiente de jubilados despistados y hasta algún que otro difunto. Porque, quitando este último caso, que ya pertenece a otras instancias escatológicas, los otros, donde sin duda están, es en el limbo. Ya sabemos que votarán a quien haya que votar, vale. Pero, ¿y todo lo demás? ¿Deberán hacer la declaración de Hacienda? ¿Podrán llevar a sus hijos a la escuela del pueblo? ¿Les dejarán apuntarse al paro cuando se acabe la campaña electoral?

Una cosa que nos preocupaba entonces a los niños educados en lo del limbo es qué podían estar haciendo sus habitantes todo el día. Sabíamos que los del cielo eran felices, que los del purgatorio tenían que hacer méritos y que los del infierno se chamuscaban sin remedio, pero los limbáticos, como no eran culpables de nada, tampoco tenían que redimir penas. Nos decían que el limbo era como una inmensa sala de espera y nos lo imaginábamos al estilo de las consultas médicas donde unos hojean revistas del corazón y otros miran bobamente al frente. Lo malo del limbo es que duraba siglos y siglos, así que ni toda la hemeroteca del Hola habría bastado. Ahora comprendemos que la solución no estaba en el popular magazine, sino en lo de mirar bobamente al frente: Canal 9 es un verdadero chollo para mantener en el limbo a todos sus clientes indefinida, incondicional y catatónicamente.

Bueno, pues todo esto se puede acabar. Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar. Nadie habría imaginado hace sólo medio año, cuando el Papa vino a Valencia, que iban a dar de baja al limbo y ya ven, es este mismo pontífice el que se lo ha cargado. Uno nunca sabe a qué atenerse con los intelectuales. Parece que están tan tranquilos comiendo el pan en nuestra mano y de repente, zas, te atizan un mordisco de aquí no te menees. Tal vez por eso, han decidido acorralar a las universidades públicas y crear la Universidad Internacional de Valencia -¿cómo se pronunciará eso en inglés?-, un invento con muy pocos profesores currantes, pero incontables asesores colgados del presupuesto autonómico como los zánganos de la colmena. Vamos, un verdadero limbo, aprobado por el Gobierno central, al que le parece mal, sin que en realidad lo haya aprobado (¿ustedes lo entienden?: yo tampoco). Sólo que este, al contrario que los descritos arriba, en vez de caminar hacia la clausura podría estar encarando su inauguración. Y nosotros, en el limbo y sin enterarnos.

Ángel López García-Molins es catedrático de Teoría de los Lenguajes de la Universitat de València. (lopez@uv.es)

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