La batalla se queda en batallita
Nadal vence a Federer tras un partido festivo y muy plano en el que ninguno de los dos forzó sobre una pista mitad de tierra y mitad de hierba
Billie Jean King disputó la primera batalla. Apareció tumbada en una litera de oro, portada por cuatro musculosos hombres disfrazados de esclavos. Era la dueña de seis títulos de Wimbledon y de cuatro del Open de Estados Unidos. Al otro lado de la red, un desafío. Bobby Riggs, de 55 años, también campeón en Inglaterra y en Estados Unidos, que había llegado a la pista en un cochecito empujado por cuatro modelos embutidas en camisetas con un lema humillante: las amiguitas tetudas de Bobby. Frente a los dos, 50 millones de espectadores viéndoles por televisión y la primera batalla. The battle of the sexes
[La batalla de los géneros]. Fue el 20 de septiembre de 1973. El día en el que Billie Jean King ganó a un hombre representando la lucha por la igualdad de todas las mujeres. Su victoria lanzó el circuito femenino, impulsó la campaña por la igualdad de premios y abrió el libro de los partidos de exhibición con carga extra de significado. Palma vivió ayer un capítulo menor.
"Fue más divertido de lo esperado", dijo el suizo; para el español lo peor fue el cambio de zapatillas
Enfrentó en una pista dividida entre hierba y arcilla a Roger Federer, el número uno mundial, contra Rafael Nadal, el dos. El césped estuvo hipotecado hasta dos horas antes del partido. Se trabajó a destajo durante la noche. Decenas de operarios sudaron la mañana pintando las rayas de la pista, probando pelotita a pelotita si los tepes recién plantados agarraban o no. Y sólo un puñado gordo de golpes de mérito y la victoria arañada por Nadal en el tie-break del último set consiguieron que el espectáculo no fuera del todo acorde con las prisas. Dio la impresión de que pudiera haber un pacto para jugar a tres mangas y llegar a la muerte súbita. En la batalla de las superficies no hubo litera de oro (7-5, 4-6 y 7-6).
Hubo música de AC/DC, rock del duro, para recibir a Federer, que bajó entre el público acompañado por un par de modelos. Lo mismo que Riggs, pero sin lemas ofensivos. Las luces y el ambiente de discoteca subieron para recibir a Nadal. Desde ahí, música de tango y dos chicos con raquetas afanándose por jugar al tenis en una pista de lo más extraña. La organización montó un espectáculo. Nadal y Federer, un partido. Los dos se tomaron en serio el marcador. Más aún su físico. Dejaron algunos buenos peloteos. Y tantas carreras como dedos tiene una mano. Nadie quería lesionarse. Lógico. La temporada está a punto de llegar al momento culminante.
"¿Hablo en español o en mallorquín?", preguntó Federer al público tras el partido, manteniendo la tensión del encuentro. "Esta superficie es única y ha sido especial para los dos mejores del mundo. Queda muy alto en mi ranking de cosas emocionantes. Ha sido más divertido de lo que esperaba. Pensé que sería más difícil adaptarse. Jugamos como quisimos. En un torneo así, sólo cambiarse de zapatos sería estresante", añadió antes de intentar traducir preguntas en inglés a Nadal, que sí habló en mallorquín. "Ha sido especial. Gracias por venir, Roger", dijo. "Pensé que sería un desastre, por lo difícil que es adaptarse. Al final ha salido bien, aunque la bola saltaba especialmente mal en la hierba al final. Lo más duro ha sido cambiarme de zapatos", añadió el español. "¡Ahí le metí presión!", apostilló Federer.
Con el lleno asegurado, el partido se disputó frente a un público entregado. "¡Dale caña!", le gritó alguien a Nadal. No hubo mucha. Fue un encuentro plano. Raro. Serio y competido a ratos, con tibieza de arreglo en otros. "1 a 0 en exhibiciones", dijo Federer, que ha perdido siete de sus diez partidos oficiales contra Nadal.
Con el servicio tocando hierba, el suizo vio la pista entera verde. Jugó a saque y volea, flotando. Nadal fue Nadal. Un tenista fuerte y hermoso, ciego al color de lo que tuviera bajo los pies. Tardó una eternidad cada vez que tuvo que cambiar de zapatillas. Su pausa fue todo un homenaje a la marca que le patrocina, que comparte con Federer. Eso, la mercadotecnia, ayudó a reunirles ayer durante más de dos horas en Palma, jugando una exhibición que podía decidir quién vive en la cabeza del otro y a quién corresponde la ventaja psicológica la próxima vez que se encuentren. Muchas cosas para un solo partido. Menos de las que consiguió Billie con el suyo.
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