Miedo, mucho miedo
Los equipos no se arriesgan a competir con vientos superiores a 23 nudos
El deporte de élite es un camelo. Si llueve en la pista, las motos se paran a cambiar las ruedas (las gomas, dicen); si se seca, pues vuelven a cambiar. Los ciclistas tienen una bici para cada perfil de la etapa y les ponen el sillín a la medida de sus glúteos. A los conductores de la fórmula 1 les van cantando si llevan muy gastados los frenos o les patina el embrague. En el deporte más natural, el del atletismo, se calzan zapatillas diferentes para correr 100 metros o 10.000. Hasta los heroicos maratonianos se ponen vaselina en las tetillas para prevenir el rozamiento de la camiseta. El deporte de élite es un camelo.
Viene esto a cuento porque ayer no se suspendieron las regatas por poco viento, sino por exceso. La ventaja del velero es que navega en cualquier circunstancia, en encalmadas y en huracanes -que se lo pregunten a los que acaban de dar la vuelta al mundo-. Pequeñas versiones de los dos extremos ha habido en Valencia, pero ni se ha querido navegar cuando los vientos eran inferiores a los 6 nudos (un nudo equivale a una milla marina, 1,852 kilómetros por hora) ni cuando, como ayer, superaban los 23. Era un pacto entre los árbitros y los 11 desafiantes de la Copa del América.
A los favoritos, en teoría con los barcos más rápidos, no les gusta el poco viento ni sus bruscos cambios de dirección porque puede dar lugar a sorpresas, es decir, a perder contra un pequeño. Y sorpresas ya ha habido bastantes.
A los favoritos tampoco les gustaba el viento fuerte de ayer porque les rompe el juguete. El ventarrón pone en riesgo a estos barcos de pitiminí, diseñados para vientos de unos 15 nudos, ni mucho más ni mucho menos. Cuanto más se apartan los vientos de ese guarismo ideal, da igual que sea por arriba o por abajo, más aumenta la fragilidad del barco. Pese a los vientos flojos de la primera vuelta de las regatas, ha habido numerosas roturas de material, prueba de que estos delicados barcos sufren en cualquiera de las condiciones meteorológicas extremas. Tangones, génovas, quillas y, sobre todo, la vela spinnaker (unas cuatro) se han roto en la competición.
Ayer, por primera vez, los equipos embarcaron con el lote de velas preparadas para vientos fuertes; con un spinnaker de verdad, de esos de forma de globo en vez de los triangulillos que hasta ahora se han visto, que, con su tejido de nailon, se desgarran con sólo decir achís; pero el spi es para la empopada, con viento a favor; para las ceñidas, con viento en contra, el modelo de velas es el contrario, más pequeñas para chocar menos contra el viento.
Diez velas elegidas de entre 45 que pueden usar durante todos los meses de competición; lotes diseñados para cada fuerza de viento, para cada situación como los fabricantes de neumáticos, a 20.000 euros el spi, a 60.000 euros la mayor, a 33.000 la génova; por no hablar de los 600.000 euros que le costó al +39 romper su mástil en los preliminares. Todo demasiado valioso como para arriesgarse.
A la vez que los árbitros ordenaban el regreso a puerto de barcos con la tecnología más avanzada del mundo, los windsurfistas habían salido a hacer deporte, con el pecho al aire, surcando las aguas, de La Malvarrosa a El Saler, gozando de un mar espectacular, de la brisa en la cara y de los borreguitos que dibujaban las olas. Que les pregunten a estos windsurfistas anónimos si el deporte de élite no es un camelo.
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