_
_
_
_
Reportaje:NUESTRA ÉPOCA

Blair, orgulloso de ser intervencionista

En vísperas de irse, el primer ministro británico comenta su política exterior

Timothy Garton Ash

Tony Blair sale con paso dinámico al jardín del número 10 de Downing Street, con aspecto de estar listo para otros 10 años. Dice que está disfrutando de sus últimas semanas y que está "más ocupado que nunca". El primer ministro saliente parece lleno de energía, vigor mental y esa pasión casi compulsiva por convencer que también tiene Nicolas Sarkozy. Ahora que se acerca el décimo aniversario de su llegada a Downing Street -el próximo miércoles- y el anuncio del calendario para su retirada, habla de sus 10 años de elaborar la política exterior británica con una facilidad y una franqueza que no se veía en los primeros tiempos de su mandato; al menos, no cuando hablaba oficialmente.

El blairismo consiste en una concepción progresista del mundo, que parte de la realidad de la interdependencia en una era de globalización
Blair está orgulloso de haber elaborado una estrategia para la política exterior británica, mezcla de poder duro y poder blando y de alianzas
Tal vez, el mayor cambio ocurrido en sus 10 años al frente del Gobierno del Reino Unido es de qué forma lo global se ha apoderado de lo local

Le pido que diga cuáles son sus tres mayores éxitos y fracasos en política exterior. No está dispuesto. "No me gusta hablar de éxitos y fracasos... Eso se lo dejo a ustedes" (supongo que se refiere a los historiadores y periodistas). En cambio, sí dice de qué está orgulloso: de haber elaborado una estrategia para la política exterior británica que se compone de una mezcla de poder duro y poder blando y de sólidas alianzas tanto en Europa como con Estados Unidos. Durante su mandato, el Reino Unido ha desempeñado un papel importante en demostraciones de poder duro, como la derrota de los talibanes, el derrocamiento de Sadam y las intervenciones en Kosovo y Sierra Leona; ha hecho lo mismo en ámbitos de poder blando, como los problemas de África y el cambio climático, y sigue siendo un factor fundamental en la mayor parte de los grandes asuntos, ya sean Sudán, las negociaciones del comercio mundial o Irán. El Reino Unido es un país de sólo 60 millones de habitantes en "un espacio geográfico relativamente pequeño", así que "tiene que hacer sentir su peso y su influencia a través de sus alianzas".

Todo esto está muy bien dicho, pero no es precisamente original. La mayoría de los primeros ministros de los últimos 40 años habría estado de acuerdo. ¿Cuál es, pues, el rasgo que caracteriza la estrategia específica de Blair? ¿Cuál es la esencia del blairismo? Su respuesta no puede ser más tajante: "Es el intervencionismo liberal". El blairismo consiste, prosigue, en una concepción progresista del mundo, que parte de la realidad de la interdependencia en una era de globalización y actúa con arreglo a unos valores determinados. "Soy intervencionista y estoy orgulloso de serlo". No retira nada de lo que dijo en el discurso que pronunció en 1999 en Chicago, con su "doctrina de la comunidad internacional", caracterizada por ese intervencionismo liberal. Aunque sea verdad, como le sugiero, que el gobierno de Bush ha abandonado la promoción de la democracia como uno de los puntales de su política exterior, él no retrocede: "Hagan lo que hagan ellos, yo no he renunciado".

Y eso incluye Irak. La inmensa mayoría de los iraquíes de a pie desea la paz y la democracia, pero sufre el sabotaje de los "actores externos" -Blair menciona Irán y Al Qaeda- y "una minoría de extremistas internos". ¿No le parece una pesadilla saber que va a pasar el resto de su vida respondiendo preguntas sobre Irak? No, lo considera completamente razonable, pero "cuando la gente dice que 'Irak será el factor determinante'..., mi respuesta es: depende de lo que ocurra". ¿Se equivocan, entonces, al afirmar que Irak decidirá el veredicto sobre su política exterior? No, desde luego fue "una dimensión importante" dentro de ella, pero todavía es pronto para saber cómo acabará. La historia nos lo dirá.

Le pregunto sobre las dos alianzas. El único elemento importante de política exterior en el programa electoral laborista de 1997 era "dar a Gran Bretaña el liderazgo europeo que Gran Bretaña y Europa necesitan". ¿Lo ha conseguido? Bueno, "Gran Bretaña ha sido líder en Europa", dice, con cierto tono defensivo, aunque "a primera vista, las actitudes británicas siguen siendo de un euroescepticismo imperturbable". La culpa es, en gran parte, de los medios de comunicación euroescépticos. Europa es el área en la que más "me siento empujado, incluso por medios normalmente sensatos, a hacer cosas que sé que son totalmente ridículas, y que cualquiera que estuviera en mi puesto consideraría totalmente ridículas".

Tratado de modificación

Ahora bien, "tengo una teoría al respecto". Su teoría es que "el pueblo británico tiene la sensatez suficiente para saber que, incluso aunque tenga ciertos prejuicios sobre Europa, su Gobierno no tiene por qué compartirlos necesariamente, ni actuar con arreglo a ellos". Así, por ejemplo, en el Consejo Europeo que se celebrará los días 21 y 22 de junio (y al que todavía prevé claramente asistir como primer ministro), confía en acordar con los demás dirigentes europeos las condiciones para negociar un tratado que regule los cambios institucionales necesarios para el funcionamiento de una UE ampliada. Ya no una Constitución, sino un simple tratado de modificación. La prensa euroescéptica pondrá el grito en el cielo, pero es "la decisión acertada y que de verdad conviene a los intereses nacionales británicos".

Después, con un nuevo presidente francés, una canciller alemana más cordial y un presidente de la Comisión Europea dispuesto a ayudar, el Reino Unido podrá abordar con sus socios asuntos más importantes para el futuro de Europa. ¿Lamenta en cierta medida -le pregunto- que esta constelación de líderes europeos de ensueño para el número 10 parezca estar formándose ahora que él se dispone a dejar el escenario? Empieza a reírse incluso antes de que acabe mi pregunta, y dice, en tono irónico: "C'est la vie". Es decir, me da la impresión de que sí.

En cuanto a la otra alianza fundamental de los británicos, ¿qué ha obtenido verdaderamente el Reino Unido, le pregunto, de su "relación especial" con Washington durante el último decenio? ¿Qué hemos salido ganando? La propia relación, responde, y la influencia que nos permite ejercer en otras cuestiones, como las negociaciones del comercio mundial y el proceso de paz en Oriente Próximo. "Ya es hora de que tengamos una política exterior independiente", es la frase más fácil de aplaudir en el mundo, pero en cuanto uno empieza a distanciarse de Estados Unidos verá cómo disminuye su influencia.

Aunque asegura que las relaciones del Reino Unido con Europa y Estados Unidos son más sólidas que hace 10 años, sí reconoce que los británicos no están, ni mucho menos, todo lo "cómodos" que sería de desear con esa doble relación. La derecha británica está tan insatisfecha con nuestros vínculos con Europa como en 1997, y la izquierda está aún más descontenta que entonces respecto a nuestra relación con Estados Unidos. Ahora, añade, algunos sectores de los medios son, al mismo tiempo, euroescépticos y antiamericanos: "Si es que es posible entender eso...".

Un dilema

Tal vez, el mayor cambio ocurrido en sus 10 años al frente del Gobierno es de qué forma lo global se ha apoderado de lo local. "La política exterior ya no es política exterior". El dilema, como líder nacional, es que "el país quiere que me centre en los asuntos internos, y, sin embargo, la verdad es que los problemas a los que hay que hacer frente son a menudo de dimensión internacional". Por ejemplo, es importante que tomemos medidas nacionales sobre el cambio climático, pero la verdad es que "el propósito es tener más peso entre los líderes internacionales". Por eso necesitamos más gobernanza mundial, con la reforma de la ONU y una serie de alianzas para actuar. Una comunidad de democracias es una idea magnífica, pero, en términos prácticos, "hay que partir de la alianza entre Europa y Estados Unidos". Mientras los pájaros gorjean alrededor de la preciosa glicinia que adorna el jardín de Downing Street, oigo los ecos de numerosas conferencias futuras de un estadista retirado.

A mucha gente en todo el mundo, y no sólo en Estados Unidos, le gusta lo que dice Blair y gran parte de lo que ha hecho. A otros, sobre todo en la izquierda británica, les horroriza. Pero lo que no se puede decir en serio, al menos en política exterior, es que el blairismo no tiene sustancia. Guste o no guste, en política exterior, Tony Blair ha defendido una postura, y es capaz de explicar exactamente cuál es.

Traducción de M. L. Rodríguez Tapia

Tony Blair
Tony BlairAP

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_