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La precampaña de las municipales
Columna
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Límites intolerables

En esta legislatura hemos visto saltar por los aires algunas de las barreras que hasta la fecha nos habíamos autoimpuesto en el ejercicio de la política. Nunca antes se había utilizado la política antiterrorista de la forma en que lo está haciendo el PP en esta legislatura o nunca antes habíamos asistido al bochornoso espectáculo de un ex director general de la Policía mintiendo primero ante un tribunal y negándose después a colaborar con él en un proceso en el que, además, se tiene que dar respuesta al mayor atentado terrorista de la historia de España, que tuvo lugar en el momento en el que el ex actual era la máxima autoridad policial.

Podíamos pensar que ya no se podía ir más lejos y que, incluso era probable que, a medida que se aproximaran citas electorales, el PP tendría que empezar a ejercer una oposición algo distinta, simplemente para ponerse en sintonía con lo que mayoritariamente parece ser la posición de la opinión pública española.

Pero está ocurriendo todo lo contrario. No solamente se mantiene el estilo y el contenido de hacer oposición que hemos visto en estos últimos tres años, sino que, cuando se aproxima la primera de las citas electorales, las elecciones municipales del 27 de mayo, estamos asistiendo al espectáculo de un partido que está dando señales de que está dispuesto a hacer trampas con tal de ganar en dichas elecciones. Son demasiados los indicios que se están acumulando de que es así. El intento de manipular el voto por correo mediante la falsificación del impreso encargada por el gerente del PP en Melilla o el empadronamiento masivo y aparentemente fraudulento en un considerable número de municipios, por lo general en provincias costeras, que pueden ser además claves a la hora de controlar las diputaciones provinciales, supone un salto cualitativo en la estrategia política de la derecha española.

Es posible que se trate de incidentes aislados que se han producido sin que tuviera conocimiento de ellos la dirección del PP, pero, tras la reacción del secretario general, Ángel Acebes, justificando la decisión del gerente del partido en Melilla, no puede caber duda de que es la dirección nacional la que da por buena la maniobra puesta en marcha por dicho gerente y la que transmite a todos los cuadros del partido el mensaje de que, para ganar las elecciones, vale todo y que nadie tendrá que asumir responsabilidad alguna en el interior del partido por muy ilícita que sea su conducta.

Hay que ganar como sea. Si se puede por las buenas, mejor. Pero si no se puede por las buenas, habrá que hacerlo por las malas. Hasta el momento el PP no había llegado hasta aquí. En 1989 hizo lo que el semanario The Economist dijo que es lo único que no se puede hacer en democracia: poner en duda el resultado electoral. En 1993, en la misma noche electoral Javier Arenas y Alberto Ruiz Gallardón dijeron en televisión que había habido fraude, retractándose inmediatamente después. Pero una manipulación del voto por correo y una alteración de los padrones municipales, con la finalidad de intentar amarrar el resultado electoral antes de que los ciudadanos acudan a las urnas, no se había producido antes.

Da toda la impresión de que la dirección del PP acepta la democracia a beneficio de inventario. Es una buena fórmula de gobierno, siempre que seamos nosotros los que ganamos las elecciones. Pero deja de serlo, si no conseguimos ganar. En este sentido la dirección actual del PP conecta con una tradición antidemocrática muy arraigada en la derecha española. La desaparición de UCD y el hecho de que el partido de extrema derecha en las elecciones constituyentes de 1977 y en las primeras elecciones constitucionales de 1979, AP, se quedara con la representación de todo el centro-derecha español lleva pasando factura al sistema político español desde hace algún tiempo. Está llegando a límites intolerables.

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