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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La masacre que no cesa

Una treintena de personas murieron ayer en tres atentados con coche bomba en barrios predominantemente chiíes de Bagdad, al menos siete soldados iraquíes cayeron en ataques similares de la insurgencia -cuatro en Mosul y tres en Faluya- y perecieron también dos tripulantes de sendos helicópteros británicos que colisionaron en el aire cerca de una base norteamericana próxima a la capital; el sábado, un atentado suicida en un mercado de Kerbala, la ciudad santa chií, causó al menos 42 muertos; casi al mismo tiempo, el puente de Sarafiya, uno de los más señalados de Bagdad, voló en pedazos por las mismas causas.

Éste es el parte de guerra cotidiano de la imparable matanza de Irak, al cumplirse ayer 60 días de la puesta en práctica de un plan especial norteamericano que pretende hacer que la capital sea básicamente segura, para lo que se ha dispuesto un refuerzo de 30.000 soldados.

Echando mano de la estadística, que sirve tanto para un fregado como para un barrido, el Gobierno iraquí ponderó también ayer los beneficiosos efectos del plan, puesto que desde el 14 de febrero, y aun sumando la carnicería del domingo, en Bagdad sólo ha habido unas 550 víctimas mortales, contra más de 1.900 únicamente en los 30 días anteriores a la entrada en vigor de las nuevas medidas.

Como ya se presumía, la llegada de tropas que ahora patrullan las calles de Bagdad en lugar de vigilar desde posiciones fijas o desde el interior de los blindados, ha hecho que disminuya el número de muertos por atentado, pero sólo en la capital, de forma que se produce una especie de emigración de la violencia a provincias, con lo que el número de muertos no ha descendido ni un ápice en todo el país. Como estrambote sangriento, lo que ha aumentado es la cuenta de soldados norteamericanos caídos en la capital. Peor aún, los terroristas golpearon la semana pasada en el interior de la Zona Verde, donde están las oficinas del Gobierno y el Estado Mayor norteamericano. Las cifras, estadísticas como las anteriores, son rotundas. Unos 3.300 soldados estadounidenses y 142 británicos han muerto desde la invasión de Irak en marzo de 2003, y en las nueve semanas de vigencia del plan nada indica que esté triunfando, salvo esa reducción episódica en Bagdad.

Washington tendrá unos 170.000 efectivos en el país cuando haya llegado el último soldado de refresco, y eso sin contar los mercenarios contratados cada día en número mayor para protección de transportes y como guardias de seguridad, que no bajan de 40.000. Esos auxiliares mueren también, pero no están incluidos en ninguna estadística. La incesante carnicería de Bagdad y aledaños desmiente el más modesto triunfalismo, salgan como salgan las cuentas.

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