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Reportaje:

Una historia de amor

Una pareja de españoles, entre los matrimonios más longevos

La emigración a América, que fue un fenómeno masivo de desgarro y éxodo durante siglo y medio en muchas regiones españolas, ha tejido también fecundas historias de encuentro. Manuela González, natural de Lugo, que zarpó sola, pobre y con apenas la mayoría edad cumplida, de un puerto gallego rumbo a La Habana, habría de reconstruir su vida al otro lado del Atlántico y protagonizar con otro emigrante, José Fernández, natural de Grado (Asturias), una de las más longevas historias matrimoniales. Ambos compartieron sacrificios, trabajo y abnegación, la pequeña fortuna del ahorro, la desgracia de la ruina a causa de la revolución castrista y un nuevo éxodo, ahora a Estados Unidos, donde la historia ha encontrado ya parte de su final.

José Fernández, de 107 años, acaba de perder a su compañera de toda una vida y madre de sus hijos, Manuela González, fallecida el pasado día 1, a los 104 años, en la habitación que ambos compartían en una residencia de ancianos en el Bronx neoyorquino. El único hijo que vive de los tres que tuvo el matrimonio, José Fernández González, psiquiatra domiciliado en Nueva York, narró ayer la historia de amor de sus padres al diario asturiano La Nueva España para reivindicar para ellos el reconocimiento de matrimonio más longevo del mundo. Sale así al paso de la pretensión de una pareja japonesa (el matrimonio formado por Yoichi y Kazono Gomi, de 104 y 103 años, respectivamente) de reclamar para sí esa condición, de la que hasta ahora disfrutan dos estadounidenses de Filadelfia, -Herbert y Magda Brown, de 105 y 100 años-, y registrados en el Libro Guinness de los récords como la pareja más anciana del mundo. José y Manuela se casaron en 1933, hace 74 años, en La Habana y pusieron en marcha un negocio compartido, José Fernández Decoración, con el que, según su hijo, acumularon una fortuna equivalente a 60 millones de euros de la actualidad.

"Mi padre llegó a comprar 17 casas y dos edificios completos de pisos. Eran bien prósperos", relata José Fernández, quien asegura que sus progenitores eran invitados a las fiestas de la aristocracia isleña. Aquella historia de amor y lujo acabó por donde había empezado. Arruinados por las expropiaciones castristas, se vieron de nuevo, según el relato familiar, con una mano delante y otra detrás, aferrados a unas maletas con sus únicas pertenencias y dispuestos de nuevo a cruzar el mar, como aquella vez en España, cuando ella zarpó de Galicia y él de Asturias para labrarse un futuro allande el océano.

Ahora el objetivo no era Cuba, sino Estados Unidos. Y el punto de partida no era la España del hambre y el analfabetismo, sino la Cuba de la crisis de los misiles, el intento de invasión de Bahía de Cochinos y la guerra fría.

Se acabó el lujo, pero no el amor. Su hijo dice que en Nueva York empezaron de nuevo de cero, trabajando en lo que sabían, la decoración, y fieles siempre a un proyecto vital compartido. Así durante 74 años. Desde que se jubilaron vivían en el mismo cuarto de un asilo del Bronx merced a una pensión del Gobierno estadounidense. Su hijo asegura que jamás los vio discutir. El día 1, Manuela se fue en silencio. "Mi padre se ha quedado muy triste". La recuerda a ella, dice, y recuerda a su tierra, Asturias, que sólo visitó en dos ocasiones: en 1954 y en 1973.

José Fernández y Manuela González, con sus nietos.
José Fernández y Manuela González, con sus nietos.LA NUEVA ESPAÑA

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