Ingratitud ante el sacrificio
En no pocas ocasiones, cuando uno no ha puesto todos los sentidos en aquello que está leyendo en el periódico, sino que, como suele decirse, lo está haciendo "por encima" pues su mente está en otro sitio, nada más pasar la página, vuelve a la anterior y lee de nuevo la misma noticia sobre la que ahora sí centra la atención. Y es que todo tiene importancia.
Eso me pasó, no hace muchos días, con una noticia difundida por una agencia, no muy extensa pero sí de gran calado, siendo los protagonistas de la pequeña historia que comento ciudadanos de la localidad de Dos Hermanas.
Suele con frecuencia decirse que muchos padres conviven con sus hijos, mayorcitos ya, por el cariño que sienten hacia ellos -es lo natural- y las dificultades de todo orden que suelen tener hoy en día para independizarse, debido a las trabas con que se encuentran para adquirir una vivienda, el coste de las hipotecas, el paro juvenil, la no finalización de los estudios...superando, en no pocos casos, los treinta años.
La Audiencia cree que los 150 euros que le dan sus padres a un joven de Dos Hermanas es una suma suficiente y generosa
Pero frente a la hidalguía que caracteriza a los habitantes de esa ciudad, cercana a la capital sevillana, la conducta de uno de sus jóvenes, joven porque así lo dice su documento de identidad, poco tiene que ver con la generosidad de la juventud de ese lugar, no diferente a la de inmensa mayoría de los que han visto por primera vez la luz en Andalucía. La solidaridad que es signo de distinción de los jóvenes actuales, brilla en este caso por su ausencia.
Todo comenzó en un juzgado de Dos Hermanas, cuyo titular desestimó la pretensión de un joven de veinte años, veinte, responsable del conflicto mantenido con sus padres, a los que venía reclamando un aumento del dinero que mensualmente de ellos recibía para sus gastos, es decir, de su "paga" que ascendía a la cantidad de 150 euros.
El joven, "generoso" él, exigía de otro lado que sus padres le pagasen la matrícula y los libros de la Universidad y, por si ello fuera poco, que le entregasen en efectivo el dinero de su alimentación y vestido. El juez rechazó tan llamativa reivindicación, al entender que los 150 euros eran suficientes, estimando que ese "deber de alimentos" reclamado se atenúa a partir del momento en que se adquiere cierta capacitación, siendo a partir de entonces la lucha por la vida un asunto personal de cada cual. En definitiva, viene a decir el juez, si tanto padece usted, luche por su subsistencia que edad suficiente tiene para ello.
Llegó el asunto a la Audiencia sevillana, quien, continuando con la misma línea argumental esgrimida por el juez de Dos Hermanas, sentó que la cantidad entregada mensualmente a tan fervoroso hijo es proporcional, suficiente y generosa, sobre todo si se tiene en cuenta que el joven sigue viviendo con sus padres, utiliza los servicios comunes familiares, incluso de alimentación si le gusta lo que cada día se decide degustar, máxime -y ahí viene el auténtico bombazo- cuando el padre, que no es precisamente un banquero tacaño, rácano o avaro, padece el paro y cobra un subsidio de 700 euros mensuales.
O sea, que el joven pretende que su familia, él incluido, viva con menos de 550 euros, pues los 150 restantes más la suma del incremento exigido, son intocables aunque le parezca poco y, cuyo destino, se supone, será para que en los fines de semana pueda con su pareja ir al cine, degustar un bocata y acudir a una discoteca, lógico a su edad. Mientras, los padres, seguro estoy, habrán sufrido lo indecible, sin que ante los jueces hayan solicitado nada que al hijo perjudique ni, que se sepa, lo hayan invitado a abandonar la casa y emanciparse definitivamente.
Más no ha de creerse que deseo al narrar esta historia condenar a ese joven, aún no gustándome su comportamiento. No. Si yo tuviera alguna responsabilidad en materia de Educación, a través de los servicios correspondientes, mantendría una conversación larga y rigurosa con él y, una vez lo viera convencido de las dificultades que no pocos padres, los suyos sin ir más lejos, tienen para sacar adelante a sus hijos y que, en este caso, los jueces han decidido con sus resoluciones lo que hubiera decidido cualquier diligente padre de familia -y, seguro estoy, la inmensa mayoría de los jóvenes que viven en condiciones parecidas a la suya-, le ofrecería entonces una beca para cursar sus estudios, sin que deba interpretarse ello como un premio, quedando obligado a destinar una cantidad de la beca a sus padres, quienes podrían entonces atenderlo mejor.
Todo ha de intentarse para no perder a un joven, que tendrá sin duda cualidades positivas. Es parte de nuestro futuro. La noticia, por lo demás, sí, tenía importancia, creo, esperando que quien me lea piense lo mismo. Sirva tan sólo este comentario como comienzo de lo que ha de ser una reflexión más sobre la juventud y sus problemas, que han de ser de todos, con independencia de la solidaridad que podamos mostrar a esos padres.
Juan José Martínez Zato fue vocal del CGPJ y Teniente Fiscal del Tribunal Supremo.
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