Máxima deportividad
Un técnico del alevín azulgrana ordena a sus jugadores que se dejen marcar un gol tras anotar un tanto con un contrario lesionado
"Son críos de once años, nuestro trabajo es educarles más allá de ganar partidos y torneos", explica Albert Puig, entrenador del Alevín B del Barcelona, equipo que el pasado domingo ganó un trofeo en Perelada (Girona) que no hubiera tenido más historia de no ser por la lección de deportividad que el técnico dio a sus chavales y a todos los presentes.
Puig, nacido en Cambrils (Tarragona) hace 38 años, lleva cuatro cursos trabajando en las categorías inferiores azulgrana, pero cuenta media vida dedicado al fútbol base. Primero en el Cambrils y más tarde en el Reus. Pero hasta el domingo pasado, nunca se había encontrado en una situación semejante. Puig, ni corto ni perezoso, ordenó a sus jugadores que se dejaran marcar un gol para compensar el que minutos antes había logrado uno de sus jugadores de manera éticamente reprobable.
La final del Trofeo Vila de Perelada, tradicional torneo para alevines, no llevaba ni un minuto de juego cuando el portero del Barça Pol Serrat se disponía a sacar de puerta y observó que su compañero Adrià Arjona estaba tirado en el suelo. El número 8 se dolía de un golpe y el meta decidió tirar el balón fuera, pero no alcanzó su propósito y la pelota terminó a pies de un jugador del Espanyol. Atento y deportivo, fue él quien la tiró fuera. Musta, jugador azulgrana de Terrassa, sacó de banda y se la dio a Sebastián, un chaval paraguayo fichado este año, que trató de devolver el esférico a los jugadores del Espanyol. Pero la cogió Mamadou, senegalés llegado hace unos meses que buscó la portería y regateó a todo el que se le puso por delante hasta marcar el 1-0.
Había casi mil personas en el campo, que si antes habían aplaudido al jugador españolista, ahora reprendían a Mamadou. "El crío no entendía nada, pobrecillo. La mitad de sus compañeros le abrazaron, pero la otra mitad le recriminó lo que había hecho. Él me miraba asustado", recuerda Puig, que instintivamente avisó a su colega españolista: "Tranquilo, ahora lo arreglamos, le dije". Cumplir fue más complicado. "Los críos no me oían porque la gente estaba indignada y gritaba", recuerda. "El míster nos decía que nos dejáramos marcar un gol, pero no le oíamos todos", reconoce el capitán, Corredera, al revivir el momento. "Por eso tardamos casi tres minutos", aclara Puig. Así, Carlos Blanco, defensa del Barcelona, cedió el balón a Alex Mulà, delantero rival, que sin oposición, batió a Serrat y empató.
"En el descanso, Mama estaba hecho polvo. Hablamos con él, le tranquilizamos y fue a pedirle disculpas al árbitro y a los jugadores del Espanyol", explica Puig; "cuando comprendió que el saque de banda había sido una cortesía de un jugador suyo, al tirar el balón fuera, se moría de vergüenza".
El Barcelona terminó ganando la final, con un golazo. De Mamadou, claro, a poco de iniciarse el segundo tiempo. Puig sabe que ninguno de los chavales que estuvieron el domingo en Perelada se olvidarán de que hay cosas que están por encima de ganar o de perder. "De eso se trata, son críos", insiste.
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